martes, 15 de diciembre de 2009

Pactado de moda

- ¿Añil? ¿Un resplandor añil? Pues nunca me lo hubiera imaginado.
- En realidad debería ser violeta, pero aún lo estoy perfeccionando. La gente suele creer que tengo más poder del que realmente poseo. Me gusta jugar con los colores, pero tienden a ser inestables.
- Vale, pero lo del traje a cuadros...
- Va a ser tendencia dentro de unos años.

Me gustaría decir que las cosas fueron de otro modo, pero así comenzó mi conversación con Satán el día que se me apareció. No es que me sintiera decepcionado, pero reconozco que me costaba aceptar que todo estuviera siendo tan poco diabólico, al menos comparado con lo que la imaginería popular parecía afirmar.

- No se te ve muy asustado.
- Perdón, no era mi intención ofender. Admitirá su Excelencia que no tiene un aspecto muy aterrador.
- Si lo dices por el traje, de acuerdo. Y sin embargo, a pesar de todo, me has reconocido en seguida.
- Sí, es raro, ahora que lo dice. Lo cierto es que me gustaría pedirle alguna evidencia, si no es molestia.
- ¿Una evidencia? ¿De qué tipo? ¿Una metamorfosis, o prefieres que te enseñe las pezuñas, o el tridente? Vamos... Ya sabes que esto es una cuestión de fe. Se tiene o no se tiene.
- Supongo que es suficiente. Por ejemplo, no sé cómo ha llegado hasta aquí.
- Volando, por supuesto. ¿Recuerdas la mosca que merodeaba alrededor de las migas de tu desayuno?
- ¿En serio? ¿Podría volver a hacerlo ahora?
- Ya, pero no, es que yo también he leído ese cuento. Tendrás que fiarte.
- Qué remedio. Bueno, ¿y puedo preguntar a qué debo el honor?
- Claro. Me preguntaba si estarías dispuesto a venderme tu alma.
- ¿Mi alma? ¿Qué interés puede tener eso? Yo soy insignificante... ¿De qué le serviría?
- No se trata de que tú seas especial. Es - para qué engañarnos - una cuestión de cantidad. Arrebatar almas a Dios es mi trabajo.
- ¿Y va su Ilustrísima de una en una? Parece agotador.
- No te equivoques. Tengo medios a mi alcance para simplificar el trabajo, y de hecho funcionan muy bien. La televisión, la política, la ciencia, el heavy metal... Pero también disfruto de vez en cuando haciendo las cosas en persona.
- ¿El heavy metal?
- Un momento de verdadera inspiración. No sé cómo no se me ocurrió antes.
- Marilyn Manson...
- No, ese no. Ese es para despistar. Pobre, es un bendito.

Pues no, yo tampoco me habría imaginado hablando de música con el demonio, pero así se dieron las cosas.

- Respecto a lo del alma...
- Sí, ¿ya has pensado qué quieres a cambio?
- Es que no tengo muy claro que se la quiera vender.
- A ver, te lo explicaré mejor. Venta o posesión, esas son las opciones.
- ¿Cómo?
- O me vendes tu alma - una gran oportunidad de negocio en los tiempos que corren -, o te poseo.
- ¿Quiere decir... como a la niña de "El Exorcista"?
- No, no, eran otros tiempos. Todo muy exagerado, y cansadísimo. Además, se notaba demasiado, y así el trabajo no sale adelante. Es más como un virus. El poseído contagia a los de su alrededor casi sin darse cuenta. Es muy, muy eficaz.
- Eso sí suena diabólico.
- Gracias.

Por supuesto, yo sólo trataba de ganar tiempo mientras pensaba en la forma de salir bien parado de aquella situación. Aunque no parecía fácil. Decidí cambiar de estrategia.

- ¡Dios Nuestro Señor, acude a mí, yo Te invoco! ¡Protégeme del mal, aleja al demonio y rescata mi alma del Príncipe de las Tinieblas!
- ¿De verdad crees que yo estaría aquí si Dios no lo quisiera?

Entonces me di cuenta de todo, entonces comprendí. Pero era un poco tarde, ya debían de estar a punto de cerrar el concesionario de Lamborghini, y no me apetecía esperar hasta el día siguiente.

- Firma aquí. Tranquilo, la aguja es desechable.

Firmar con sangre no es tan fácil como parece, pero como con los regalos, lo que cuenta es la intención.

- Ha sido un placer. Hasta pronto
, y conduce con cuidado. Nos veremos en la Eternidad.

-Pues ahora sí que le ha salido el resplandor violeta...

lunes, 9 de noviembre de 2009

Van der Weyden y los neutrinos

Enrico Fermi, Ettore Majorana, Jalaluddin Rumi, Aldous Huxley, Albert Einstein, Kurt Gödel, Roger Van der Weyden. No es extraño que a veces tenga la sensación de que me va a estallar la cabeza en cualquier momento... Son muchos los llamados, pero pocos los escogidos. A ver si soy capaz de poner un poco de orden.
Todo comenzó en mi reciente visita al Museo del Prado. Cada vez siento con más intensidad la idea de que la vida es una inmensa red de hilos que se cruzan y conectan todo con todo. Si no te esfuerzas un poco por encontrar un centro, un eje, lo más probable es que uno de esos hilos te atrape y te arrastre hasta Dios sabe qué ignoto confín.
En parte por desorientación, en parte por deseo de reservar lo mejor para el final, llegamos a la sala donde se expone el Descendimiento de la Cruz de Van der Weyden tras recorrer gran parte del museo. Mientras la gente se amontonaba frente a El Jardín de las Delicias de El Bosco - lógico y encomiable, por otra parte - el Descendimiento se encontraba casi abandonado. Por alguna razón que ahora no recuerdo, había estado leyendo el día anterior acerca de Fermi y Majorana, ambos físicos italianos coetáneos y precursores en la investigación sobre la física de partículas. A ellos había llegado partiendo de los neutrinos, partículas subatómicas cuya masa es tan pequeña que apenas interactúan con las demás partículas, atravesando sin dificultad la materia. Y cuando digo materia quiero decir que a cada segundo somos atravesados por millones de neutrinos. Parece ser que los neutrinos podrían compartir con los taquiones la capacidad de desplazarse a una velocidad superior a la de luz, lo que sumado a otros factores ha llevado a la especulación ac
erca de la posibilidad de viajar hacia atrás en el tiempo.
Todo esto que suena a ciencia ficción nos lleva, a su vez, a Einstein y Gödel. Los dos grandes genios coincidieron en Princeton, se hicieron amigos y compartieron paseos y conversaciones. Gödel planteó una visión de la Relatividad que contemplaba los viajes en el tiempo, además de teorizar de un modo sorprendente acerca del concepto de infinito y de la capacidad humana de concebir dicho concepto. Gödel murió de inanición, porque a pesar de ser una de las mentes más brillantes del siglo XX, los últimos años de su vida estaba convencido de que iba a ser envenenado, negándose finalmente a comer. Majorana desapareció misteriosamente sin dejar rastro, especulándose con la hipótesis del suicidio, la fuga a Sudamérica y otras teorías más difíciles de creer - aunque no sé si menos probables. Tal vez el LHC nos aclare algo.
Aldous Huxley escribió, en 1954, Las puertas de la percepción. En esta obra habla de sus experiencias con sustancias alucinógenas - mescalina. peyote, LSD -, y el título está tomado de un poema de William Blake: "
Si las puertas de la percepción fueran abiertas el hombre percibiría todas las cosas tal como son, infinitas".
Jalaluddin Rumi (siglo XIII) hablaba con frecuencia de la danza de los átomos, y la famosa ceremonia del giro de los derviches representa, entre otras cosas, los átomos girando en sus órbitas, a semejanza de los planetas... ¡Oh, día, levántate. los átomos danzan, las almas henchidas de éxtasis bailan...!
Y de repente, con toda esa red de informaciones tratando de tejer un tapiz inteligible, me encuentro ante el Descendimiento. Contemplo
el equilibrio dinámico de su perfecta composición, los rostros del dolor y la compasión, los planos desplegándose con implacable precisión, la armonía sobrenatural de los colores... Y entonces algo empieza a encajar, y se formula el enigma: las partículas elementales de la belleza. Como un ejército, como una oleada insondable, los neutrinos de la pura Belleza atraviesan el espíritu del espectador. Viajando a través del tiempo, desde el siglo XV, las claves del arte inmortal resuenan en nuestro interior, como una réplica del arquetipo celestial cuyos ecos nos inundan en la contemplación. La sublime expresión plástica de la esencia humana se manifiesta en la explosión secreta de millones de partículas cuya existencia sigue siendo un misterio. El tiempo y el espacio se contraen y expanden en una danza oculta a nuestros ojos. La vida se recrea a cada instante y se revela a quien es capaz de abandonarse, de soltar las ataduras de este mundo y dejarse arrastrar, siquiera una vez, por uno de esos hilos de los que está hecha la existencia...

lunes, 2 de noviembre de 2009

Las etiquetas del amor

Aviso: esta entrada, publicada originalmente en el blog clandestino de la salchichería Pepe, sólo puede ser interpretada correctamente por diseñadores de páginas web.

"El Párrafo (align left), acodado en la barra del bar, no podía apartar su mirada de aquella división rubia... Su índice z de nivel 3 habría hecho perder la posición absoluta a cualquiera, y sus serifas se curvaban insinuantes y tentadoras. Sin duda tenía las propiedades css más excitantes que pudieran imaginarse. Ah, si sólo tuviera el valor de referenciarla, sabía que después podría hacer con ella lo que quisiera... Unas líneas de JS y sería suya para siempre.
Pero entonces apareció ese estúpido y arrogante menú desplegable, con sus hojas de estilo de importación, oliendo a Ajax barato. Párrafo (align right) supo enseguida que había perdido la partida. En cuanto el menú comenzara a desplegar sus opciones en cascada, ella caería a sus pies sin remedio. Siempre la misma historia. Siempre perdiendo...
Rezando para que alguna función accediera a su visibilidad y le volviera hidden, Párrafo apuró su último trago de style, y abandonó el bar con la misma agridulce sensación de la ventana cerrada, dejando apenas su efímero rastro en una variable local que muy pronto quedaría machacada y olvidada para siempre.
"La vida es más random que otra cosa" - pensó mientras desaparecía entre capas cada vez más y más opacas...

lunes, 19 de octubre de 2009

Eclipse

Como si todas las palabras del mundo pudieran salvarme. Cada instante vivido cae, como en un reloj de arena, la clepsidra que se vacía y se llena al mismo tiempo; las horas contadas, los días perdidos en la contemplación del firmamento, en la inacabable búsqueda de esa respuesta que siempre te evita. Que se esconde al otro lado del espejo, detrás de ese rostro que te devuelve la mirada aunque no quiera. Y quién es, por qué me mira con ese gesto entre cansado y furioso. Como un Dorian Gray desesperado en la añoranza de la belleza de un mundo que, en realidad, nunca existió. El ingenuo, el obediente, el sumiso. Él pagará su inocencia, encerrado en la celda más cruel, la habitación 101, donde aguarda la peor pesadilla. Mira los astros, las cosas pequeñas, lo invisible. Mira y no comprende.
Por eso hay que morir. Porque al final sólo estás tú, ¿verdad? Devastado, desnudo, insignificante. En este otoño en que el suelo se cubre de sueños abandonados, de restos de naufragios, de los viejos objetos inservibles que se te adhieren como una costra. Y los recuerdos, pesando como plomo, arrastrando una montaña con los dientes. Ese trueno lejano es tu voz de ayer que te persigue como un eco. Ese relámpago es la conciencia del presente, el látigo implacable, el ahora. Ese rayo te partirá en dos, arderás en su fuego, para ser la ceniza que se lleva el viento de la mañana.
Muerto o dormido, qué más da, abandonado, mudo. El silencio es un dulce abismo abriéndose a tus pies. Me quitas la palabra y no soy nada. Me la das, y soy menos aún. Si mis ojos pudieran decir, si mi corazón se detuviese un segundo, si todos los versos fueran una espada o un templo, o un mar oscuro.
Me doy la vuelta y ahí sigo. El aire sólido, estancado. Un aleteo breve, imperceptible. La sombra agazapada. Una música de fondo que nunca acaba. La coraza, la herida abierta, el miedo. El día esperando que la noche se vaya.
Y se irá, claro, pero siempre vuelve.

martes, 22 de septiembre de 2009

Quisiera ser...

Hace tiempo hablaba aquí de la libertad del membrillo, que consiste básicamente en la no elección. Sé que suena paradójico, pero es así. Un membrillo - o un cardo - sólo puede ser eso, lo que es. No puede decidir, como un planeta no puede cambiar su órbita por un capricho o una elección propia. Su perfección radica en el cumplimiento estricto de un destino inapelable. Este cardo iluminado por el sol ha culminado su proceso de desarrollo para convertirse en todos los cardos, en la esencia misma de ser cardo. Y es, por supuesto, perfecto.
El ser humano posee el dudoso atributo del libre albedrío. Al nacer somos unos cachorrillos indefensos, con todo por aprender. Pero la gran diferencia es que no estamos necesariamente destinados a convertirnos en auténticos seres humanos. Quiero decir, completos, equilibrados, felices, plenos. Y es que podemos decidir, y lo hacemos constantemente, a cada instante. Todas las crías de especies animales alcanzan la plenitud aprendiendo los estrictos códigos de sus progenitores y misteriosamente guiados por el instinto de la especie. Si no lo hacen, la Madre Naturaleza acaba con ellos por alguno de los múltiples y eficaces métodos que ha desarrollado a tal efecto: depredadores, enfermedades, pérdida del territorio, etc. Y hay algo más importante: los animales - y las plantas - no piensan. No amanecen y se dicen: "Vaya lata, hoy tengo que volver a rastrear el terreno en busca de semillas, brotes o presas para alimentar a mis cachorros y garantizar mi subsistencia". Claro que tampoco tienen que pagar los plazos del televisor de plasma de 50 pulgadas que no les cabe en el salón y que se ve mucho peor que la tele vieja.
Así que nos toca decidir. Y es para toda la vida. Y nuestro instinto es bastante pobre, por no decir nulo, y por si fuera poco además lo vamos perdiendo desde que decimos gugu tata. Entre lo que nos enseñan y lo que aprendemos. Sin esa guía casi infalible, sin el mapa de la herencia de especie, nos perdemos constantemente. Unos más que otros, claro. Porque nos hicimos civilizados, y todo lo sencillo pasó a ser complicado. De hombres pasamos a ser ciudadanos, y después clientes. Esta crisis no es un accidente, me temo.
Total, que envidio al cardo y al membrillo hasta la médula. Así que vendo mi libertad, o la subasto al mejor postor. Ahora sólo necesito que alguien me riegue el tiesto de vez en cuando, salvo que mi destino sea agostarme o ser pasto de los pulgones.
Que sea lo que Dios quiera...

jueves, 3 de septiembre de 2009

¡Alehop!

Aunque ya era demasiado tarde, comprendí que el tiempo es mentira. Los relojes, los calendarios, los intervalos, la duración. Todo falso. Lo perdurable y lo fugaz. Recordé haberlo leído en El Perseguidor, que de repente volvió a mi memoria como escrito en letras de fuego. Detuve mi mirada en las miradas de asombro que parecían sujetarme, o simplemente esperaban lo inevitable. Pero ellos seguían convencidos de la existencia del tiempo, y por eso apenas pudieron trazar la trayectoria que veloz se dibujaba ante sus ojos. En cambio yo pude detenerme a contemplar morosamente sus rostros llenos de espanto, o tal vez no era sino avidez, la adrenalina estallando como un volcán, la eléctrica e intensa emoción del trágico desenlace que, en el fondo, uno siempre espera. En los escasos quince metros - el espacio, otra ilusión burda y falaz - recuperé el aroma inolvidable de su pelo, la primera vez que la ví y me acerqué lo suficiente como para sentir la fragante y sedosa ondulación rubia que el sol hacía brillar como una hoguera en la noche. Y también las palabras formaron un mar, una espuma densa de significados que explicaban el mundo para hacerlo habitable, por más que ahora no llegaran a expresar un sólo átomo de verdad. Lo real estaba ahí, a punto de revelarse en su inconmensurable sencillez, tan transparente que es imposible verlo con los ojos abiertos, tan claro y explícito que la mente se detiene asombrada, incapaz de abarcarlo por un instante siquiera. Pero precisamente un instante - lo eterno, lo increado, lo preexistente - y la vida se transforma en muerte, en nada, en vacío, en el rostro invisible; la materia desintegrada, la cáscara, el envoltorio inerme; el misterio del alma, el espíritu puro, la rueda, el ángel de luz, la esfera.
El grito dio paso al silencio. Se llevaron el cuerpo, y yo lo veía como veía todo, cada aliento, cada lágrima, cada ínfimo temblor. Lentamente fueron abandonando la carpa, como cortejo fúnebre, los rostros contraídos, los ojos húmedos. Sentado en la cuerda floja, el último foco proyectaba, obstinadamente, la sombra de lo que fui. Pero yo ya no estaba allí.
Mañana habrá función, porque la rueda sigue girando.
Como si el tiempo existiera...

lunes, 17 de agosto de 2009

Mentecatosis

El ser humano es, por definición, paradójico y contradictorio. Es algo esencial, al parecer, a su naturaleza. Forma parte del diseño, venimos así de fábrica, y con la decisiva influencia de nuestro entorno la tendencia se va fortaleciendo. Por ejemplo, la mente.
Es nuestra herramienta fundamental, lo que nos distingue como humanos. Y también, al mismo tiempo, nuestro peor enemigo. Creo que ya se ha comentado alguna vez en este blog lo difícil que resulta hablar de cualquier tema si antes no se han aclarado suficientemente los términos de referencia. ¿Qué es pensar? Un proceso mental. Hasta aquí de acuerdo, supongo. Pero ¿en qué consiste? Mi admirado José Antonio Marina explica todo esto muy bien en su Teoría de la Inteligencia Creadora. Siempre que se estudian los procesos mentales se llega, inevitablemente, a un callejón que, de momento, no tiene salida. O mejor dicho, del que no conocemos la entrada. Es esa tierra de nadie en la que la Ciencia pierde pie, en que unas hipótesis se apoyan sobre otras como única forma de avanzar. Porque no queremos resignarnos a aceptar el hecho de que es más lo que no somos capaces de comprender que lo que explicamos mediante nuestros sofisticados sistemas de investigación. Cada vez sabemos más de química cerebral, de axones y sinapsis, de dopamina, serotonina y endorfina. Pero cómo todo eso se transforma en un verso, en una idea, en una ocurrencia... Ahí está el vértigo de asomarse al abismo.
Y todo este preámbulo para hablar de la ilusión de la mente. Quiero decir, el espejismo que nos hace creer que somos nosotros los que manejamos la mente, y no al revés. Ése es el reto, el objetivo. Pero es un camino, y casi siempre una lucha. El ora et labora - tan olvidado hoy - es uno de tantos métodos para conducir al hombre a la anhelada libertad. Por eso el ser humano es paradójico, porque lo que le esclaviza es lo que le puede liberar. La mala noticia es que la esclavitud es automática, y la liberación, en cambio, requiere un esfuerzo. La buena noticia es que de la libertad viene la felicidad.
Lo perverso del juego es que la mente es capaz de hacernos creer cualquier cosa, incluso que las cadenas son las que nos hacen felices. ¿Cómo liberarse, pues, de la fuente de la felicidad? ¿Quién está dispuesto a renunciar a la satisfacción inmediata para alcanzar una auténtica felicidad que se encuentra al otro lado de un muro? El título de una obra del gran poeta persa Hakim Sanai es muy descriptivo: "El jardín amurallado de la Verdad". Ésa es la situación. Pero demasiado a menudo nos conformamos con pintar el exterior del muro y decirnos satisfechos: "Esto es la realidad, lo que nos hace felices". Sin embargo, en nuestro interior no dejamos de añorar lo que se oculta tras el muro. Ese jardín es nuestro verdadero hogar, y la nostalgia es como un faro que nos llama desde la lejanía para conducirnos hasta allí. A veces podemos creer que son cantos de sirena. Pero el jardín existe, y el aroma de sus rosas trepa por encima de los muros para recordarnos que hay un camino a seguir, que hay un destino al final del viaje.
Y mientras tanto, la mente juega con nosotros, mostrándonos caminos pavimentados de espejo, de piedras preciosas, de perfectas imitaciones de flores del paraíso. Nos lleva de la euforia al desamparo, de la omnipotencia a la miseria, y nos hace creer que eso es la vida. Sería maravilloso si fuera real. Pero no lo es.
Y cuando la mente por fin se rinde, la Realidad se hace presente, se abren las puertas del Jardín Amurallado, y las rosas de la felicidad florecen en nuestros corazones.
De una forma o de otra, todos decidimos en qué lado del muro queremos vivir.

miércoles, 29 de julio de 2009

Revelación

Cuando apareció abriéndose paso entre la multitud, su rostro resplandecía, iluminado por una luz interior que teñía ligeramente de malva, como un halo, toda su figura. Y eso a pesar del polvo rojizo que lo cubría como una costra, y de las ropas mugrientas que apenas conservaban su forma original, señales inequívocas del largo tiempo pasado en el desierto. Todo el mundo sabía que aquel hombre ahora extremadamente delgado, que caminaba cimbreándose como un junco a punto de partirse, era el mismo que años atras había abandonado una vida acomodada para adentrarse en la inhóspita soledad de las tierras más áridas, buscando respuestas, anhelando un sentido del que su vida parecía carecer.
Cuando llegó a la plaza, rodeado por una muchedumbre silenciosa y boquiabierta, se sentó - se dejó caer lentamente - junto a la fuente, cuyo modesto surtidor se convirtió en el único sonido que se podía escuchar. La mirada de aquel hombre permanecía perdida, fija en un punto indeterminado, pero su expresión mostraba los signos de quien ha atravesado la puerta, de quien ha trascendido los límites, de quien ha sido admitido a la asamblea de los transformados.
El tiempo se muestra en ocasiones caprichoso, y aquí parecía haberse detenido, y nadie era capaz de romper el silencio. Ni los perros ladraban, ni los pájaros bajaban de las ramas para picotear las migas, ni los truenos tronaban, a pesar de que la amenaza de tormenta era inminente.
Tras esa eternidad de segundos, el hombre arenoso levantó la mirada y recorrió los rostros de sus antiguos vecinos, se diría que uno por uno, sin cambiar un ápice su expresión. Después empezó a hablar.
"Lo he visto. Cuando todo dejó de tener significado, cuando el Bien y el Mal formaron parte del mismo aliento, cuando la Verdad mostró su horrible faz y la Mentira enseñó su dulce rostro, cuando desapareció la forma y se manifestó la nada, el vacío, el caos y el cosmos fundidos en el magma primigenio. Dios me habló. Fui bendecido con la Revelación de todos los misterios, he muerto y he regresado a la vida. Yo soy el transformado, el portador del Mensaje".
El silencio que hasta ese momento había reinado fue inmediatamente absorbido por otro más profundo si cabe, y hasta el aire se solidificó, congelando el instante. Como un augurio, un pájaro negro cayó muerto al otro lado de la ciudad, pero nadie lo vio. Las miradas tejieron una red, concentradas en el rostro cubierto de polvo rojizo, que comenzaba a agrietarse.
Con el esfuerzo de un titán, un anciano se adelantó, tembloroso, con los ojos al borde de las lágrimas. La telaraña de miradas se dividió en dos. El silencio se transformó, por un segundo, en un murmullo imperceptible, que en seguida desapareció. El anciano abrió la boca una o dos veces, sin decir nada. A la tercera por fin pudo balbucear.
"¿Qué te dijo Dios? ¿Cuál es el mensaje?"
El silencio se volvió blanco, transparente, luminoso. Los ojos del Transformado se abrieron mucho, luego se cerraron. Dejó caer la cabeza y una lágrima comenzó a deslizarse por su mejilla, como un delicado arroyo abriéndose camino en un desierto.
"El Secreto... El Secreto..." - su voz sonaba como el mar contra las rocas -. "Yo... lo he olvidado".
El primer trueno rugió con la violencia de todos los infiernos desatados. La tormenta estalló, y en menos de un minuto el hombre quedó solo en la plaza, mientras la lluvia transformaba el polvo rojo en arcilla. Ya no había nadie para verlo, pero el agua siguió cayendo con fuerza hasta que la figura terrosa
desapareció, convertida en un charco de lodo.
Al día siguiente nadie recordaba nada de lo sucedido, y el viento arrastraba
en sus brazos invisibles un polvo rojizo, como llegado del desierto.

sábado, 18 de julio de 2009

Y aquí estamos...

Todavía no termino de tener claro por qué persisto en el afán de querer comprender, cuando la vida me demuestra con una tozudez significativa que es mucho más lo que se nos escapa que lo que somos capaces de discernir. Una forma un poco retorcida de decir que no me entero de nada. Acabo por pensar que son mucho más productivas las flexiones que las reflexiones. Que al menos el corpore esté sano, que lo de la mens cada día lo veo más difícil. Ya lo decía Battiato, que siempre tiene una frase para todo:
"A Beethoven e Sinatra preferisco l' insalata

a Vivaldi l' uva passa che mi dà più calorie
uh! com'è difficile restare calmi e indifferenti
mentre tutti intorno fanno rumore"
Hoy leía un artículo sobre el estado de la enseñanza, las dificultades a que se enfrentan los profesores, las posibles soluciones, las causas probables... Hay casi tantas opiniones como personas. Hace falta disciplina, adaptarse a los nuevos tiempos, revisar el sistema educativo, volver a lo de antes, estimular al alumno, incorporar las nuevas tecnologías, implicar a los padres...
Y hace unos días viví un reencuentro con algunos de mis compañeros del colegio, a los que hacía treinta años que no veía. Posiblemente fuimos la última generación que todavía conservaba parte del respeto reverencial hacia el profesorado, que era consciente del valor del esfuerzo, que consideraba la disciplina como parte del proceso educativo. Naturalmente, como niños que éramos, todo aquello nos parecía un auténtico rollo, en general. Y el caso es que yo salí del instituto pensando que vaya desastre, qué inconsciencia, no haber aprovechado mejor aquellos años, no haber puesto un poco más de interés.
Con el tiempo y las generaciones posteriores, esa visión fue cambiando. Y tras la reunión de antiguos alumnos (del Ramiro, oiga), descubro cosas sorprendentes. Por ejemplo, que todos seguimos siendo capaces de escribir sin faltas de ortografía, e incluso de componer frases subordinadas y con sentido - y eso a pesar de manejarnos con soltura en las nuevas tecnologías. Antes del encuentro hemos intercambiado algunos mensajes, y me doy cuenta de que en realidad somos unos perfectos desconocidos. Y me pregunto qué pasará cuando nos tratemos en persona, y la sorpresa es que somos capaces de reconocer en los otros al niño que fuimos, al tiempo que descubrimos a los hombres que somos. No sólo hay rasgos que permanecen prácticamente inalterados, sino que además se manifiesta un vínculo misterioso que abre las puertas de los corazones. Y hablas de tus cosas, de esas que no vas contando por ahí, y escuchas con igual atención, y de repente cobra sentido un espíritu común, un aroma inconfundible, la certeza de compartir algo inefable que hace posible la armonía. Hay complicidad y respeto, hay cariño y un bagaje de experiencias ofrecido sin apenas reservas. Cada uno ha seguido un camino diferente en la vida, pero al parecer todos portamos un sello que en cierto modo nos distingue. No seré yo quien lo defina, desde luego. No sé en qué consiste exactamente, pero existe.
La vida se va tejiendo con un hilo invisible que tan pronto nos frunce como nos deshilacha. Un hilo finísimo y dorado que nos cose a la realidad y nos conduce a nuestro destino cabalgando los sueños de la infancia. Las leyes ocultas del universo están escritas en negro sobre negro, por eso la perplejidad y el enigma.
Por eso no me entero de nada, pero cada vez me importa menos.

lunes, 13 de julio de 2009

Koniec

Hace más de veinte años, en una de las primeras ediciones del desaparecido Festival de Cine Imaginario y de Ciencia Ficción de Madrid (IMAGFIC), tuve ocasión de ver, por primera vez, la película "Sanatorium pod klepsydra". Tras muchos años de búsqueda, acabo de volver a verla (milagros del p2p). Es una película polaca, dirigida por Wojciech J. Has, basada en el libro del mismo título de Bruno Schulz. El cartel que ilustra esta entrada es del mítico cartelista Starowieyski.
Por alguna razón, esta película me produjo un impacto que ha perdurado con los años, a pesar de no recordar prácticamente nada. Apenas una vaga sensación de nostalgia, una atmósfera de ensueño, un aroma de extrañeza. Ahora puedo decir que, probablemente, esta obra es en gran medida responsable de mi fatal fascinación por las rarezas. Y eso explica muchas cosas. La sensibilidad de una persona se construye a partir de las experiencias, ya sean poéticas, estéticas o emocionales, y con más razón cuando se aúnan todos esos factores. Lo misterioso es el motivo por el que unos impactos dejan su huella más profundamente que otros.
No podría describir la película aunque quisiera. Visualmente es abrumadora, y se desarrolla en la mejor escenografía que yo haya visto en cine en toda mi vida, y el reparto es perfecto. El director teje una historia fantástica, prácticamente indescifrable, en la que el tiempo se pliega, se desdobla y se retuerce en un constante juego caleidoscópico. Es muy difícil crear un universo tan irreal y a la vez tan coherente, y a poco que te abandones acabas sumergido sin remedio en ese mundo poblado de la fauna más extraña que pueda imaginarse. Puede que no recordara nada porque me gustaría guardar en la memoria hasta el último detalle, tarea absolutamente imposible. Es como un laberinto tapizado de enigmas. Una experiencia cinematográfica. El cine como arte.
Como ya he dicho, esta película me ha acompañado en el recuerdo durante muchos años, y ahora, revisitada, me acompañará muchos más.
Y ahora me voy a dormir. Y a soñar, tal vez...

miércoles, 8 de julio de 2009

Esto no tiene nombre...

No era mi intención, pero voy a hablar de algo que he pospuesto muchas veces. Me refiero a la cuestión del anonimato en los comentarios. Vayamos por partes:

Si yo visito un blog y descubro que el contenido es estúpido, ofensivo o carente de interés, sencillamente lo abandono y no vuelvo. Y no dejo comentario, porque dudo mucho que lo que diga vaya a tener el más mínimo efecto sobre el autor. Una persona con la que apenas tuve trato unos días, durante un curso, dejó una vez un comentario en este blog. Decía, entre otras cosas, que le parecía pretencioso. Era una opinión - con la que en ocasiones coincido - expresada con claridad por alguien con nombre y apellidos. Y la respeto, y agradezco profundamente a esa persona que lo dijera. Pues muy bien. Puedo estar de acuerdo o no, pero no escribo aquí para recibir parabienes y lisonjas. Por suerte o por desgracia, sé cuándo lo que hago está bien y cuándo no, sin necesidad de opiniones ajenas. Y quizá me equivoque, pero no me importa demasiado. Si alguien quiere decirme que todo lo que escribo es basura pseudointelectual, filosofía de libro de autoayuda, palabrería hueca y pedante, me parece perfecto. Siempre tendrá la opción de no volver a leerme. Y si insiste en visitar el blog y recordarme lo mal que lo hago y lo ególatra y desgraciado que soy, pues adelante. Como mucho me aburriré, pero no me ofenderá.
Ahora bien, ampararse en el anonimato para verter bilis es desagradable y cobarde. No me pienso enzarzar en interminables duelos de ingenio para ridiculizar al otro, ni explotar sus debilidades, ni mantener debates absurdos con personas que no buscan sino gresca ociosa. Me gusta suscitar la curiosidad, la reflexión y el intercambio de pareceres y visiones del mundo. Pero no tolero la falta de respeto que supone tratar de ofender anónimamente a las personas que colaboran en este blog con sus comentarios. Como veréis, nunca suprimo un comentario, sea del tipo que sea. Me limito a no contestar. Pero tampoco me gustaría ver convertido el espacio de comentarios en un campo de batalla. Hay millones de formas de emplear mejor el tiempo y la energía.
Entiendo que alguien no quiera dejar su nombre, apellidos y correo electrónico para comentar, ni lo necesito. La mayoría de las personas que visitan este blog son mis amigos - no virtuales -, y de otras sólo sé un nombre que puede ser incluso inventado. Allá cada cual.
Por otra parte, casi siempre los comentarios pretendidamente ofensivos suelen ser más un retrato del comentarista que otra cosa. Quizá alguno lo que realmente quiere es tener un blog y que alguien lo visite. No sé.
En fin, siento haber tenido que dedicar tiempo a este asunto. Me aburre soberanamente. Por supuesto, todo el mundo puede seguir haciendo los comentarios que quiera. Lo malo de los anónimos es que no les puedes llamar cobardes a la cara, porque no tienen cara. Pero ya no me voy a molestar ni en eso.
Pese a lo pretencioso que pueda parecer, este blog sólo pretende ser un espacio en el que compartir mis peculiaridades con quien las encuentre de interés. Ni más ni menos.
Como por ejemplo, hacer esculturas con piñas.

martes, 23 de junio de 2009

Del cielo para abajo

Es curioso lo que sucedió con la última entrada. Sólo una palabra. Pero el primer comentario dio lugar a muchos otros. Y lo más extraño es que, en realidad, las musas no tenían nada que ver. No era una cuestión de inspiración (las musas no existen, aunque visten mucho). Era, una vez más, otra visita al pozo que parece empeñado en convertirse en mi segundo hogar - bueno, sería el segundo si ya tuviera uno, claro.
Acabo de ver la maravillosa película "Los duelistas", de Ridley Scott, protagonizada por Keith Carradine y Harvey Keitel. Dos hombres, dos soldados, enfrentados durante toda su vida en sucesivos duelos de honor, sin que esté muy claro cuál es la verdadera causa. Pero el honor, como tantas otras cosas en la vida, nadie sabe muy bien qué es en realidad. En esta etapa de mi vida en la que a menudo me cuesta reconocer lo que era y lo que soy, me gustaría recuperar el sentido de esos conceptos - muchos en desuso - tan desconocidos: el honor, la libertad, la dignidad, la honestidad, la integridad. Sólo me consuela pensar que las ruinas
son a veces el lugar en que habitan las lechuzas, símbolo de sabiduría. Si consigo que anide alguna, tal vez aprenda algo...
En fin, sólo quería paliar un poco la frustración de mis amables visitantes, que perseveran en su cotidiano asomarse a este blog y se encuentran un erial. Poco a poco espero ponerle remedio. De momento, como ilustra la foto, estoy frente a esa escalera que cuando está vacía no se sabe si es de subida o de bajada. Y ya lo decía Cortázar: es importante no levantar al mismo tiempo el pie y el pie.
As Sabur...

martes, 2 de junio de 2009

Mientras desaparece...


En tu mirada el mar entre la niebla,
y todos los misterios
en un rumor de olas,
en el latir oculto,
en el silencio explícito del aire que respiras.

Hay un candor, clamor, un canto
que no cesa,
en la espuma que estalla entre mis manos,
en la brisa y los pétalos,
en la rosa escondida entre las rosas.

Amor, yo te conozco.
Muéstrame ya tu rostro,
enséñame las manos, las caricias,
cíñeme con el lazo de tus besos
azules, grises, blancos y violetas,
peregrinos del tiempo no vivido.

En el instante, ahora,
cuando es siempre,
cuando la noche calla,
cuando el ruiseñor duerme,
cuando la vida es luz
y no se apaga.

Donde el miedo es un eco que cada vez más
se pierde
- mientras desaparece -
(mientras desaparece)
mientras desaparece
sumergido en el mar entre la niebla...

lunes, 25 de mayo de 2009

Niebla amarilla

Hay algo terrible en las fotos de la infancia. La certeza de la irreversibilidad, por ejemplo. No podemos más que hacer conjeturas acerca de los sueños de ese niño que, en los 70, sostenía un balón entre las manos como quien sostiene su felicidad. Un niño que leía los tebeos de Popeye, sin atisbar siquiera la compleja relación del fornido marino con la esmirriada Olivia (también conocida como Rosario, al menos en España). Pero estaba claro que había un malo que se llamaba Brutus, y un pánfilo que comía hamburguesas. Y unas latas de espinacas que proporcionaban una fuerza extraordinaria - al menos a Popeye. El niño nunca vio esas latas en ninguna tienda, por cierto.
Lo que es seguro es que ni por un momento imaginó esa criatura sonriente que casi cuarenta años después sería lo que es hoy. Si lo hubiera sospechado, tal vez hubiera puesto más interés en el fútbol, y menos en Popeye. O lo contrario.
El adulto - con perdón - que es hoy se mira las manos y no lleva ningún balón. Apenas sostiene nada, más allá de unos jirones hechos de palabras, unas volutas de humo gris que nunca se deshacen, un hilo de recuerdos casi invisibles, un collar de lágrimas viejas, un horizonte brumoso, un sueño siempre inacabado...
Decía Nietzsche - y me sorprende citarlo - que el remordimiento es como un perro mordiendo una piedra. Supongo que tendría un mal día, como yo...
El niño del balón no sabía aún lo que le esperaba, porque entonces su vida era, sobre todo, su presente. Luego aprendería a temer al futuro y a mirar de reojo a su pasado.
Nacemos con toda la sabiduría del universo. Después nos enseñan poco a poco a olvidarla, y la sustituimos con parches de bicicleta, de los que siempre se terminan despegando. Y, si tenemos suerte, un día nos damos cuenta del gran engaño, y nos pasamos el resto de nuestras vidas desaprendiendo, intentando recordar cómo era el mundo antes de saber quién era Nietzsche.
Hoy los niños siguen jugando al fútbol, pero muy pocos ya conocen a Popeye.
Y el de la foto se sigue preguntando por qué las cosas no son como nos las contaron.

martes, 19 de mayo de 2009

Tonto en primavera


Dios, en su infinita sabiduría, ha demostrado tener un extraño sentido del humor. Se diría que dotó al ser humano de libre albedrío para asegurarse diversión eterna. Porque de las infinitas formas de utilizarlo, el homo sapiens (con perdón) se las ha ingeniado para escoger la más estúpida: complicarse la vida. Que mira que podía ser sencilla, plena y feliz. Pero para qué, con lo entretenido que es inventar nuevas maneras de sufrir.
Pregunta de examen: ¿cuál es el único animal que, cuando no tiene problemas, se los busca? ¿Y el único que nunca tiene suficiente? ¿Y el único que se empeña en huir de sí mismo -como si eso fuera posible?
Y ya metidos de lleno en preguntas retóricas: ¿qué extraño impulso nos lleva a buscar desesperadamente la aceptación ajena, qué hace que sea tan importante sentirse amado? ¿Y si sólo fuera el ego? Menudo chasco...
Amar y ser amados, ésa es la cuestión. El misterio del amor es ser inexplicable. Siguiendo con las bromas divinas, se nos ha obsequiado con una cabeza y un corazón, que además gozan de la peculiaridad de tratar de seguir siempre diferentes caminos. Tantos millones de neuronas, y es llegar la primavera, un cruce de miradas, un mohín distraído, y se acabó lo del raciocinio. Que no digo que no haya de ser así. Como casi siempre, es una cuestión de equilibrio inestable. Esto de ser humano es una lata, te lo digo yo...
Así que aquí estamos, cada vez más tontos, como de costumbre tratando de entender y no entendiendo nada. Hablo del amor y la paciencia, de aprender que el precio de sostener la rosa es clavarse las espinas, o conformarse con el color y el aroma. Hablo del ruiseñor que muere a los pies del rosal, intoxicado de amor por la fragancia, extenuado de cantar sin descanso la belleza de la amada. De la brisa que sopla caprichosamente para abrasarte el corazón. Hablo de la sed que nunca, nunca se apaga...
Qué ganas tengo de que llegue el otoño...

miércoles, 13 de mayo de 2009

...Y un agujerito para verlo.

Supongo que es un mero azar, y desde luego es algo que escapa absolutamente a nuestro control. Me refiero al lugar en que nacemos, y donde muchas veces pasamos el resto de nuestras vidas. Yo nací en Madrid, y aquí he vivido desde entonces, salvo dos cortos periodos que pasé en Segovia. Recuerdo que durante mucho tiempo odié esta ciudad. Mi sueño era ir a vivir a Asturias, por ejemplo, cerca del mar, entre verdes montañas y silenciosos valles. Durante años apenas pisé el centro, y conocía la Puerta del Sol más por fotos que por haberla pateado. Siempre pensé que era una ciudad demasiado grande, y que el ser humano no está diseñado para convivir pacíficamente en grandes masas. El tráfico, el ruido, la prisa absurda, la agitación contagiosa de hacerlo todo corriendo, como si siempre estuviéramos perdiendo un tren...
Con el tiempo, las circunstancias me obligaron a visitar con bastante frecuencia esas mismas calles que hasta entonces había evitado: Mayor, Arenal, la Plaza de Oriente, Postas, la Plaza Mayor, la calle Toledo, Chueca, Gran Vía, Preciados, la calle del Carmen... Como casi todo en la vida, la diferencia está en nuestra actitud y nuestra mirada. De pronto, todos esos lugares de los que huía como de la peste se fueron convirtiendo en parte fundamental del escenario de mi vida. Y yo, lo quisiera o no, formaba parte del paisaje, era uno más de los elementos que dan forma y carácter a una ciudad. Como los bares, los músicos ambulantes, las mercerías, las vendedoras de lotería, los repartidores, las palomas y los gorriones, la policía municipal o los kioskos de prensa.
A veces cuesta mirar tu propia tierra con los ojos del turista, del viajero, del extranjero, del que viene porque quiere descubrir algo diferente. Pero un día te detienes en un semáforo y te da por observar con mirada inocente lo que te rodea, y descubres que tiene su encanto, que a pesar de haberlo visto tantas veces, en realidad apenas lo conoces. Y comienzas a sentir que perteneces a un lugar. Aunque acabes viviendo en el otro extremo del mundo, nunca dejas de ser de donde eres. Aunque creas - y yo lo creo - que el mundo entero es tu hogar. Pues yo soy de Madrid.
Y me espanta el ruido, las obras que nunca terminan, la chulería que a veces nos desborda, el batiburrillo estético, que desaparezcan las tiendecitas de barrio, los ultramarinos, las librerías, las piperas, las fuentes y los puestos de horchata. Y que aparezcan los chirimbolos municipales, las pantallas de televisión en el metro, la Cow Parade, los agentes de inmovilidad, y los coches tuneados.
Pero ésta es mi ciudad. Podría vivir en cualquier otro lugar del planeta y ser feliz. Pero seguiría siendo de Madrid. Que sí.

martes, 5 de mayo de 2009

El corazón es un músculo raro

Ha llegado la primavera. Al Retiro, a El Corte Inglés (ahí siempre llega un poco antes), a todos los jardines y a todos los corazones. Los tópicos se agolpan, se apretujan, se abren paso apresuradamente con los codos. Las mujeres de todas las edades, como poseídas por este extraño y poderoso influjo, corren a desvestirse y se lanzan a las calles y las plazas en busca del primer rayo de sol que las tueste y torne su palidez invernal en dorado artificio. Los hombres de todas las edades, como poseídos por este influjo poderoso y extraño, se lanzan a las calles y las plazas en busca de las mujeres que previamente han corrido a desvestirse... Todo el mundo corre y gira en la loca danza de cortejo de la estación de los amores (como decía el siempre agudo Battiato). Si es cierto que somos química, estos días serán la prueba del nueve. El ser humano es una criatura curiosa y sorprendente. Y el amor, la más común y a la vez inexplicable experiencia. Ésa es la paradoja del amor: todo el mundo lo conoce y nadie sabe lo que es. Ni cómo viene, ni por qué se va. Cierto que no todos los amores son iguales, porque hay tantos como personas. Algunos no hay por dónde cogerlos. Y otros no hay por dónde soltarlos. Pero ahí estamos, venga a dar vueltas en esa rueda que no termina nunca de girar (lo cual nos obliga con frecuencia a tirarnos en marcha). Amor, amour, amore, love, liebe, eshgh, láska, αγάπη, miłość, 愛, любовь, प्यार...
La brisa de la primavera lleva en sus brazos invisibles el aroma de las rosas que embriaga los corazones... Y así nos va.

Dedicado a todos los enamorados y enamoradas.
Y a los que no lo están, también.

domingo, 26 de abril de 2009

Pasando página

Llegó el Día del Libro, como todos los años, y lo celebré comprando uno en medio del efervescente jolgorio de las 100.000 actividades que se desarrollaban por todas partes. Despúes me siguió llegando información sobre el éxito de la iniciativa, y la visita guiada a la Biblioteca Nacional, y acabé dando una vuelta por El Corte Inglés. Conclusiones:
1. Hace algún tiempo alguien (¡Milla, se te echa de menos!) me animaba,
en un comentario amable y generoso en exceso, a intentar publicar. Podría aducir muchas razones para no hacerlo. Por ejemplo, que ya se editan millones de libros perfectamente prescindibles, obvios, insustanciales, nocivos o simplemente absurdos. Es imposible que haya tanta gente en el mundo con cosas interesantes que contar, y que además sepa escribir.
2. Soy el primero (bueno, tal vez el segundo o el tercero) que opina que hay que estimular el hábito lector, especialmente entre los niños y los jóvenes, y hasta he participado en campañas destinadas a ello. Pero también creo que la lectura está sobrevalorada. Por varias razones. Leer mucho sólo es sinónimo de leer mucho. Otra cosa es leer buenos libros, asimilar su contenido, aprovecharlo, aprender, crecer con ellos. Conozco mucha gente que lee sin parar y no parece que haya entendido gran cosa (ni siquiera mejoran su ortografía). Se podrá decir que siempre será mejor leer que no leer. Vale. Como decía Ramón Gómez de la Serna: "Un pedante es un idiota adulterado por el estudio". Y lo digo yo, que tiendo a la pedantería de manera inquietante. O lo que es lo mismo, que hay quien se sube a una montaña de libros para proclamar su ignorancia a los cuatro vientos.
3. Quizá sea un buen negocio. Si no, no se explica la abundancia de títulos peregrinos que inundan las librerías y, sobre todo, los centros comerciales. No encuentras los mismos libros en la Antonio Machado o en Pasajes que en El Corte Inglés o Eroski, por ejemplo.
4. Siempre puedes esperar a que hagan la película.
5. Ya tengo una edad, y eso se nota en el amor a los libros, al olor del papel, a la sensación de tener entre las manos algo valioso. Y en el afecto y admiración que siento hacia esos héroes de nuestro tiempo que son los libreros vocacionales. Y esos otros, los editores que siguen escogiendo con criterio, cuidando las calidades, las traducciones, y sacando a la luz joyas del arte y el conocimiento humano.
6. Que los libros siguen siendo demasiado caros. Y que los beneficios se los suele llevar el que distribuye, por encima del autor y el editor. Aunque también hay quien se queja del precio del Museo del Prado, pero se gasta el triple en cañas sin sentir el más mínimo conflicto interno. Y uno va mucho más a menudo de cañas que al Prado.
Y 7. Que me voy a dormir, que ya es hora. Pero antes leeré un poco, aunque sea un par de líneas.
Y la foto la hice el mencionado Día del Libro, y por eso la pongo. Pero no tiene nada que ver. Creo.
Gute Nacht.

jueves, 16 de abril de 2009

Palabra de cuervo

Llamadme Edgar. Casi nadie lo sabe, pero los cuervos poseemos la facultad de elegir nuestro propio nombre. Yo decidí llamarme así por razones obvias, dada mi especial inclinación a la literatura. Es de sobra conocido que el cuervo es una de las aves más inteligentes, capaz de resolver problemas y de jugar, de vivir en cualquier hábitat e incluso de hablar el lenguaje humano. Naturalmente, empleamos un complejo sistema de graznidos para evitar que los hombres - en especial los biólogos - puedan entender lo que nos decimos, que por otro lado no es, que yo sepa, de su incumbencia. Tampoco sería justo que nos quejáramos por ser objeto de estudio, ya que nosotros estamos siempre observando a los humanos con gran curiosidad. Y eso a pesar de tener injusta fama de pájaros de mal agüero, o de especie particularmente nociva. Las palomas, sin ir más lejos, tienen hábitos bastante menos higiénicos y mucha mejor fama. Algunos reyes vikingos bordaban cuervos en sus banderas, y muchas culturas nos consideran símbolos espirituales, un puente entre ambos mundos, portadores de noticias del más allá. No estoy autorizado a confirmar o desmentir, así que dejaremos esta cuestión en el aire...
Pero sí, nos gusta observar a los humanos. De hecho, mi afición por la literatura vino de mi relación con un bibliotecario a quien caí en gracia, y que tenía la gentileza de dejarme restos de comida en el alféizar de una de las ventanas de la biblioteca en la que trabajaba. Como yo siempre fui muy educado - y silencioso - me permitía entrar cuando no había nadie y yo me colocaba sobre su hombro y aprovechaba para leer con él. La biblioteca era enorme, pues formaba parte del Palacio Real de cierto país que mi discreción me impide revelar. También fue allí donde conocí a una extraña princesa que, a diferencia de las de su rango, pasaba más tiempo leyendo que probándose vestidos. Le cogí tanto cariño que cuando fue desterrada (aunque emplearon un eufemismo bastante cursi para alejarla de palacio) decidí seguirla. Su destino se convirtió en el mío, y nos llevó hasta un castillo perdido en medio de la nada. Y a pesar de ser reservado por naturaleza, se me ocurrió la idea de ejercer de narrador de su historia, y me convertí en accidental cronista de una aventura que muy pronto conocerán quienes la encuentren de interés.

martes, 14 de abril de 2009

Un encuentro con la mente

Después de dieciocho estaciones de metro y una vuelta al ruedo - por la parte de fuera - llegué a San Sebastián de los Reyes, capital mundial de... bueno, de San Sebastián de los Reyes. Aparentemente, la razón de mi viaje era encontrarme con un amigo y tratar ciertos asuntos triviales (en realidad tenemos un plan para dominar el mundo, pero aún está en fase beta). Lo cierto es que el Hado me guiaba hasta la cristalera de un bar, y más concretamente hasta el cartel que ilustra esto que están ustedes leyendo. Sería fácil pensar que voy a hacer unas chanzas a costa del hombre de nombre impronunciable, pero no es así. ¿Quién se esconde detrás de Khofranhk? Alguien que lucha por hacer realidad un sueño. Alguien que decidió que sería mago, mentalista, o como quiera que se denomine su trabajo. Un hombre que aprendió y desarrolló unas habilidades - poderes, al fin y al cabo -, que se creó una imagen y se subió a un escenario para transformar la realidad ante nuestros ojos. Que cada día busca un lugar donde mostrar su trabajo, un público al que asombrar con su magia, al que aportar unos minutos de felicidad. Que se expone a la admiración o al desprecio de quienes pagan una entrada para asisitir a este moderno circo romano que llamamos mundo del espectáculo.
Un hombre que un buen día se dijo que no cogería el metro todas las mañanas para recorrer dieciocho estaciones, hacer dos transbordos, entrar en un edificio y pasar ocho horas delante de la pantalla de un ordenador. Alguien que confió en su talento y siguió adelante hasta ver su rostro maquillado y sus uñas pintadas de negro en un cartel. Alguien cuyo nombre no conocemos, pero que ante un espejo se transforma en Khofranhk para salir a las tablas sin miedo, al encuentro con la mente, a mostrarnos el poder de lo sobrenatural.

Próximamente, Gala Especial en la Cafetería Restaurante Tenerife, Avda. de Tenerife 16, (Políg. Industrial Norte) S. S. de los Reyes.

lunes, 13 de abril de 2009

Simplemente lirios

Quiero comenzar pidiendo disculpas por este periodo de sequía. A veces las circunstancias se encadenan y me encadenan, y no hay forma de ponerse. Y tampoco es que hoy tenga mucho que decir, la verdad. Pero el domingo, paseando por el Retiro (algo así como mi segundo hogar, o tal vez actualmente el primero), me encontré con estos lirios. Reconozco sentir una especial debilidad por esta planta. Quizá porque, cuando aún no ha florecido, no pasa de ser un discreto manojo de hojas planas ligeramente despeinadas. Y cuando florece, el paisaje se transforma y cobra vida, y surge la perfecta combinación en la simplicidad de forma y el verde pálido con el sinuoso violeta de las flores. Y hay algo espiritual y evanescente en su manera de cimbrearse levemente con la brisa, algo intangible, un perfume apenas sugerido que arrebata la mirada y confunde los sentidos. Una austeridad refinada, diría. Un recogimiento voluptuoso. Un enigma efímero, huidizo, una sensación de inminente volatilidad. Un qué sé yo...
Un no sé qué...

martes, 31 de marzo de 2009

El monstruo con dedos en la nariz

Lo habré leído más de cuatrocientas veces. Cuatrocientas veintiocho, exactamente. Y reconozco que lo pone bien claro, lo cuál es lógico tratándose de un Código de Leyes Supremas: "La razón última de la existencia de un monstruo es la de dar miedo, asustar, aterrorizar y causar irresistible pavor en cualquier criatura que tenga la desgracia de cruzarse en su camino (con la única excepción de los otros monstruos)". Es un destino, una razón de ser, un objetivo inexorable. Pero yo nací con la sonrisa puesta. La matrona me cogió por los pies, colgando cabeza abajo, y me dio azotes hasta que se le pusieron las manos azules, pero yo no paraba de reír. Más tarde descubrí que tenía las manos de ese color, pero desde entonces es ver unas manos azules y la carcajada viene sola. Siempre tuve el don de encontrar un motivo para estar contento, de hallar la risa entre las sombras. Y claro, no se puede decir que eso dé mucho susto. Tampoco ayuda lo de tener dedos en la nariz, aunque resulte verdaderamente útil.
Al principio lo intenté, y ensayaba caras espantosas, gestos feroces, horribles contorsiones y sonidos estremecedores. Pero indefectiblemente todos mis esfuerzos terminaban en una especie de danza grotesca acompañada de canciones improvisadas y un rodar escaleras abajo, por ejemplo. Para qué nos vamos a engañar, nunca fui capaz de asustar ni surgiendo repentinamente de la oscuridad.
Incluso probé a disfrazarme, a ponerme dientes postizos, pelucas de serpientes, collares de calaveras... Pero mi nariz con dedos me delataba enseguida. En un mundo de monstruos es difícil abrirse camino si el miedo no te acompaña en cada ademán.
Agoté las oportunidades que el Gran Consejo me concedió generosamente para tratar de enderezar mi rumbo, pero no hubo manera. Sólo quedaba el exilio. Cuando me entregaron el Decreto de Destierro, no pude evitar fijarme en la forma de la rúbrica del Anciano Prócer, tan parecida al perfil de un mandril tocando el violín que me dio la risa floja. Así abandoné mi planeta, riéndome por los pasillos de la Corte de Justicia.
Utilizando la técnica secreta de los monstruos para viajar por el espacio-tiempo, fui a parar a un lugar llamado Tierra. Me pareció muy bonito. Raro, pero gracioso. Quizá por casualidad, o quizá no, mis pasos me llevaron hasta un solitario castillo rodeado por un foso. ¿Hay alguien ahí? - grité por pura formalidad, pensando que allí no viviría nadie. Pero me equivocaba. Las enormes puertas se abrieron lentamente, y me encontré frente a un grupo de criaturas variopintas que, naturalmente, no se asustaron en absoluto al verme. ¿Habría encontrado por fin mi hogar?

martes, 24 de marzo de 2009

Selenitas con alas

Alguien me preguntaba hace poco si los ángeles vivían en la luna. Yo contesté que sí, que por qué no. Supongo que pueden vivir donde quieran. Son seres de luz, energía espiritual pura, intermediarios divinos, mensajeros, custodios, el ejército de Dios. Tal vez también un estado interior del alma cuando asciende hacia su Creador. Israfil, en el Islam, será el encargado de hacer sonar la gran Trompeta el Día del Juicio. Está tan cerca de Dios que tan sólo siete velos le separan de Él, y una de sus cuatro alas le protege de la Luz que irradia su Señor.
Rafael - Dios ha sanado - es un ángel curativo que protege y alivia a los hombres en la enfermedad y el dolor. Gabriel es portador de mensajes - a María, a Muhammad. Miguel es el Guerrero, quien expulsó a Satanás con su espada flamígera.
Y claro, el Ángel Caído, el rebelde, el eternamente condenado.
Somos corteza y cáscara, y un ánima revestida de ropajes angélicos. Después de tanto tiempo con las alas plegadas es difícil emprender el vuelo. Vamos perdiendo plumas mientras los días pasan, y con la soberbia de ícaros caeremos a plomo si esperamos al último momento para poner a prueba nuestra pericia en el aire.
Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan...

martes, 17 de marzo de 2009

Acero templado

Me llamo Torniquete. De torni, como tornillo, y quete, como... "¡Que te vas a caer!", o "¿Qué te había dicho?". No es que me importe, de verdad. Si ya sé que el nombre es lo de menos. Es que en la Factoría todos tenían nombres preciosos, y hasta los llevaban grabados, o incluso en relieve, con letras pulidas y brillantes: Tornado, Excelsior, Special, Vortex, Splendor... Y no sólo eso, es que además podían hacer cosas increíbles. Algunos eran capaces de aspirar todo tipo de partículas, otros trituraban cualquier sustancia, otros convertían sólidos en líquidos, y así mil y una funciones útiles y sorprendentes. Era un sitio estupendo, muy limpio - pulquérrimo, diría yo -y luego estaba la música... Clanc, clanc, clanc, prrrrrrrr, tititit, clanc, clanc, sshhhhhhhhh, poxxxxx, clanc, clanc... Podría haber pasado horas escuchando el sonido de todas aquellas maravillosas máquinas, su sincronía perfecta, su milimétrica precisión, su danza inexorable - e inoxidable.
Sólo sucedió una vez, una única vez. Supongo que sería una esquirla de acero, una viruta, una rebaba. El caso es que nada debería haber fallado, pero aquel día el orden soberano se trastocó,
se alteró la cadena, una casi inapreciable desviación inicial del proceso derivó en una serie de pequeños, insignificantes errores, y el resultado fue... bueno, fui yo. También recuerdo con mucha claridad el silencio - creo que era la primera vez que se escuchaba allí. Al principio fue todo muy confuso, pero enseguida quedó claro que nunca serviría para moler, ni triturar, ni licuar, ni aspirar, ni tostar, ni enfriar. Y tampoco me pareció oportuno interrumpir sus experimentos para hacerles saber que podía pensar y hablar con bastante soltura. Pasé unas semanas en un rincón, luego fui a parar al almacén de la limpieza, y finalmente me dejaron al fondo de un pasillo que, misteriosamente, no llevaba a ninguna parte. Desde allí apenas podía escuchar la música, y había bastante humedad (y por muy inoxidable que se sea, eso nunca es conveniente). Así que tomé la decisión, y aprovechando la visita de una inspección del Ministerio de Industria, abrí la puerta de atrás y me marché de la Factoría para siempre. No diré que no sintiera algo de pena - creo que se dice así -, y es cierto que al principio fue un poco complicado acostumbrarse a este mundo tan lleno de rugosidades y formas...cómo lo diría...ejem, poco regulares. Aunque debo reconocer que poco a poco voy encontrando cierta armonía en las estructuras naturales, a pesar de su tendencia al caos y la asimetría. A decir verdad, tampoco yo puedo presumir demasiado al respecto, a pesar de mi noble origen.
Y así fue, resumiendo, cómo me convertí en un artefacto vagabundo, y cómo quiso el azar o el destino, o ese orden oculto que sin duda ha de guiar con mano invisible el devenir de este planeta, que llegara hasta un castillo perdido en medio de un bosque. Y de este modo descubrí que no era, ni mucho menos, la única pieza del rompecabezas que aún no había encontrado su lugar, ese espacio en el que resuenan los ecos dorados del paraíso:
Clanc, clanc, clanc, prrrrrrrr, tititit, clanc, clanc, sshhhhhhhhh, poxxxxx, clanc, clanc...

miércoles, 11 de marzo de 2009

Estratagema

Como en un juego perverso de matrioshkas, me miro en el espejo y veo una máscara que no soy capaz de descifrar. Abro la boca y el rayo de la visión se precipita vertiginoso garganta abajo, esperando encontrar signos de vida inteligente, como una sonda cósmica que, arrastrada por las fuerzas desconocidas de la energía oscura del universo, intentara demostrar que no es posible que seamos el culmen de la Creación. Pero pronto ve obstaculizada su marcha. Primero por sustancias viscosas que aparentemente constituyen la materia orgánica de que estamos hechos, los humores arcaicos, pero que resulta ser el caldo espeso en que se resumen nuestras arrogantes pretensiones. Esto son las vísceras, el rastro animal de nuestro más humilde origen como especie, eso que nos recuerda que apenas nos sostenemos vacilantes sobre las piernas para gritar a los cuatro puntos cardinales que somos los reyes del mundo. Que se sometan las bestias a nuestro poder omnímodo, pues nuestras manos están por fin libres para empezar a crear una civilización que nosotros mismos destruiremos. Homo sapiens, el hombre que sabe...
Después hay algo duro, inconcebible por su tamaño y naturaleza: un caballo de troya. ¿Cómo? ¿Aquí dentro? Pero silencio... Sí, ahora lo escucho, sin duda, son voces que vienen del interior. Enciendo una cerilla para ver con más claridad, y de repente el caballo empieza a arder, y surgen de entre las llamas todos los miedos, los complejos, las dudas, un ejército de personajes con disfraces ridículos pero convencidos de tener existencia real, conjurados como demonios con la misión irrenunciable de mantener a su portador en la ignorancia. Por un momento todo parece destruido, el humo no te deja respirar, hay ruido y furia y apenas se deja oir la voz del idiota que cuenta la historia a los demás idiotas. Queda el temblor, las lágrimas que se han secado en las mejillas, y luego un silencio hueco, un espacio sin límites, un mar esférico, un cielo blanco, una luz que arde lentamente sin extinguirse.
Muerte antes de la muerte, la revelación del misterio, el susurro del viento al oído: la gacela velada, el sésamo que abre la puerta de la cueva, la llave dorada, la palabra que nadie jamás ha pronunciado.
Seguiré mi camino más ligero sabiendo que no sé, queriendo conocer lo que es real y está vivo, anhelando el amor y la alegría y el beso dulce al despertar el día.
Amén y buenas noches.

lunes, 9 de marzo de 2009

Volando voy...

A causa de mi sentido de la responsabilidad paterna, me he pasado el fin de semana dibujando superhéroes de toda índole. Supongo que de la propia saturación, hoy he continuado con la tarea mientras tomaba apuntes - como en los tiempos del instituto. No quisiera caer en la nostalgia, pero es objetivamente cierto que cuando era un niño la cosa era más fácil. Y eso que ya eran legión: Superman, Spiderman, Batman, La Patrulla X, Los Cuatro Fantásticos, Thor, El Capitán América, El Hombre de Hierro, Estela Plateada, Namor, Linterna Verde, La Masa, Dan Defensor, Flecha Verde (tal vez primo de Linterna), El Hombre de Bronce ( el de hojalata es de otra historia) y unos cuantos más. Pues el caso es que me parecía que ahora había demasiados, pero no sé... Está muy bien, porque así hay donde elegir. Lo curioso es observar cómo han ido evolucionando. Porque, en general, los conflictos internos de los de antaño eran bastante del montón, comparados con los actuales. Lo de tener una doble identidad siempre ha supuesto un problema, como es natural. Para Clark Kent era bastante fácil, sobre todo por la evidente miopía de los que trataban con él a diario. Peter Parker (que, por cierto, también trabajaba para un periódico, como Clark) era un poco más conflictivo, pero los dos tenían en común sus difíciles relaciones sentimentales. Supongo que es complicado vivir entre dos mundos. Que no se me olvide comprar bolsas de basura, pan de molde, llevar al gato al veterinario y... ¿qué era lo otro?... ¡Ah, sí, destruir al Duendecillo Verde! (¿será también pariente de Linterna y Flecha?).
Pero hoy en día son todos seres atormentados, siempre al borde del abismo existencial, retorcidos, oscuros y con un aura algo morbosa (caramba, como yo en mis días malos). Que te acabas preguntando cómo serán los villanos, si estos son los buenos. Se diría que originalmente no tenía cabida la ambivalencia moral: los héroes son el símbolo de la lucha del Bien contra el Mal. Y al final le dan el Oscar al Joker.
Y por si fuera poco llega Watchmen, la película. Reconozco que estos me pillaron fuera de juego. Tras mi etapa de tebeos Marvel, llegaron Totem, Boomerang, 1984, Blue Jeans, Metal Hurlant, Comix Internacional, etc, y se acabaron los súper para mí. Salieron por la puerta de atrás para dejar paso a Corto Maltés, Torpedo, La Taberna Galáctica, El Garaje Hermético, Mundo Mutante, Mort Cinder... y una lista interminable.
Así que me encuentro con esa galería de personajes desconocidos y a cual más raro. En palabras de Nicolás (tres años y medio), uno es una vaca con sombrero y pistola, y otro es azul clarito y no tiene ropa. A ver cómo se lo explico.
Los tiempos cambian y los héroes también. Normal.
En fin, siempre nos quedará SuperLópez.

domingo, 1 de marzo de 2009

Pues sí, es un dragón con gafas.

La vida de los dragones no es fácil, pese a lo que algunos piensan. Es cierto que son criaturas poderosas en muchos sentidos, pero precisamente por eso su responsabilidad es grande. Es mucho lo que se espera de ellos, y cada cual tiene sus propias expectativas. En el caso que hoy nos ocupa, dadas las circunstancias geográficas e históricas, todo el mundo esperaba una bestia feroz que arrasara las campiñas e incinerase a sus habitantes. Pero este dragón mostró muy diferentes inclinaciones. Amaba la poesía y la música, era de carácter afable y cortés - aunque un poco tímido - y su corazón no albergaba sentimiento alguno de hostilidad hacia el género humano. Desgraciadamente eso no parecía interesarle a nadie, pues el pueblo ya había decidido de antemano que la bestia debía ser temida y, a ser posible, debidamente destruida. Por si eso fuera poco, las largas horas de lectura a la trémula luz de las velas - por la noche disfrutaba de más tranquilidad para leer - derivaron en una vista débil que las gafas apenas servían para mitigar. Verdaderamente, no parecían quedar muchas opciones para un dragón amable, educado y corto de vista. La pobre criatura se vio obligada a llevar una vida clandestina, escondiéndose durante el día y saliendo sólo de noche en busca de alimento, lectura y sosiego a la luz de la luna.
Cuando parecía condenado a una eterna soledad - los dragones son excepcionalmente longevos - quiso el azar que encontrara, casualmente, un castillo casi abandonado en una ruta que ningún humano en su sano juicio recorrería jamás por voluntad propia. Era, sin duda, el refugio perfecto. Pero aún lo fue más cuando descubrió que la fortaleza no estaba deshabitada: una pequeña princesa, cuya singularidad la había desterrado de su reino, pasaba sus días en aquel lugar inhóspito. Dado que compartían aficiones y destino, creció entre ellos al instante una profunda amistad. Aunque era poco probable que apareciera algún guerrero de brillante armadura y brioso corcél con la intención de acabar con la vida de la feroz bestia y desposarse con la princesa, para prevenir tan desagradable circunstancia el dragón practicaba ocasionalmente el arte de arrojar fuego por la boca, aprovechando para encender la enorme chimenea del castillo y caldear así los aposentos de Chuchurría.
Las noches transcurrían entre amenos debates sobre la rima asonante y los motetes, e incluso improvisadas puestas en escena de pequeños sainetes escritos para la ocasión, con gran éxito de crítica, aunque no de público, claro está.
Curiosamente, lo que comenzó siendo un lugar de soledad forzosa, acabaría convirtiéndose en un albergue para seres desubicados. El pez con piernas fue el primero en llegar, pero no el último...
(Continuará).

lunes, 23 de febrero de 2009

Tengo un pasajero...

Lo siento, no me puedo resistir. En un artículo publicado en la edición digital de El País, encuentro la siguiente frase: "Hay quien tiene un concepto tan amplio de Dios que no hay forma de evitar que lo acabe encontrando en cualquier parte", afirma Steven Weinberg, físico teórico y Premio Nobel. "Si quieres decir que Dios es energía, lo puedes hallar en un montón de carbón".
No termino de entender la necesidad de "evitar" que alguien encuentre a Dios donde quiera que lo pretenda buscar. Del mismo modo que no entiendo en qué manera menoscaba la labor científica el que alguien crea o deje de creer en Dios. Si el creyente se empeña en poner en entredicho las evidencias científicas, e intenta sustituirlas por intuiciones místicas, entonces es diferente. En el artículo en cuestión se habla de la teoría de que Dios es un concepto mental generado por el cerebro para conceptualizar preceptos morales, y que la visión que en general se tiene de Dios es excesivamente antropomórfica. Muy bien. ¿Y? Si enumeramos todos aquellos conceptos abstractos que manejamos a diario para llevar adelante nuestra existencia cotidiana, seguro que la idea de lo divino no nos parece tan fuera de lugar. (De lo del infinito, el universo y la materia oscura ya he hablado muchas veces). Si la idea de Dios me facilita tener presentes principios éticos universales y me ayuda a ser mejor persona y vivir en armonía con esos principios, por mí puedes llamarlo como quieras - incluso verdad científica. Tampoco sabemos qué es el amor, y sin embargo amamos. Ni siquiera nos acercamos a entender cómo se genera una simple idea, porque el cerebro sigue siendo, pese a todo, un gran misterio. ¿Que Dios habita en el cerebro humano? Pues qué bien, así lo tenemos más cerca - a mí la idea del Cielo me parece un poco cursi, la verdad. Y lo de hallar a Dios en un montón de carbón, es pura poesía. Por supuesto. Y en la cabeza de un pavo real.
Si será generoso Dios, que incluso creó a Darwin... después de hacer que las especies evolucionaran. Y luego - qué paradoja - representamos a Dios como un hombre con una gran barba blanca...¡Como Darwin!
Me alegro de que habite en mi cerebro, aunque no puede ser muy grande si me cabe en la cabeza... ¡Qué raro es todo esto, gracias a Dios!

jueves, 19 de febrero de 2009

Chuchurría

Cuando nació, la princesa Chuchurría era un bebé redondito, de piel blanquísima y suave y hermosos rizos dorados. Sus padres hubieran renunciado a su reino por la sola felicidad de mecerla entre sus brazos, por cada uno de sus balbuceos, por su risa dulce y contagiosa. La corte entera se agitaba de emoción cuando la pequeña princesa daba sus primeros pasos por los grandiosos salones de palacio.
Pero a medida que pasaban los años, se hizo evidente que algo no marchaba bien. Todo el mundo esperaba una esbelta muchacha, la rubia melena brillando bajo el sol, los vestidos de gasa y brocados, los bailes de gala con los príncipes de los reinos vecinos, la vida cortesana y, finalmente, la gran boda real. La realidad es que Chuchurría era bajita y desaliñada, su pelo era una enmarañada madeja castaña, y su interés y habilidades en los bailes y las galas de la corte, más bien escasas. Cierto es que demostraba una viva inteligencia, agudo ingenio y profunda sensibilidad, un carácter bondadoso y una curiosidad sin límite. Pero ningún príncipe le dedicaba nunca más de una mirada, y pronto dejaron de celebrarse bailes y fiestas.
Chuchurría se encerraba en la vieja biblioteca a leer, y aprendió muchas cosas interesantes que a nadie interesaban. Casi siempre andaba absorta en sus pensamientos, o eso parecía. Daba largos paseos por el bosque, soñando con un mundo en el que las personas fueran capaces de ir más allá de las apariencias. Sin embargo, su tesoro permanecía oculto, a la espera de ser descubierto.
Abrumados por la situación, sus padres la enviaron a un castillo lejano para que reflexionara (?), mientras trataban de encontrar una salida apropiada a las obligaciones de su linaje. Eso entristeció mucho a la princesa, pero sólo al principio. En el fondo, ella sabía que era la oportunidad para descubrir las respuestas que tanto tiempo llevaba buscando. Durante su estancia en el castillo conoció al que sería su gran amigo y protector, su compañero en la búsqueda definitiva del último porqué. Pero tendremos que esperar un poco para conocerle. Paciencia.
No lo he dicho, pero aunque es cierto que Chuchurría no sonreía demasiado a menudo, cuando lo hacía la Tierra se detenía, subían las mareas y la luna aparecía en el firmamento aunque no fuera de noche.
Ella misma se bordó el corazón en el vestido, y llevaba un pequeño colgante con una inscripción: "Esto también pasará".

El cuento de nunca acabar

Ya sé que tengo el blog muy abandonado, pero es que a veces las circunstancias te atropellan sin remedio y el tiempo se escapa. Pero aunque sea de modo testimonial, aquí estoy para traeros un dibujito para el cartel de una campaña de animación a la lectura (como siempre, hay que pinchar encima para verlo más grande). Estoy demasiado cansado para hablar de los libros y la vida, pero queda pendiente para futuras entradas. Desde hace mucho tiempo tengo la mala costumbre de tratar de leer varios libros a la vez, lo que suele tener como consecuencia que no me termine ninguno. Ahora mismo tengo empezados Moby Dick, Hamlet, Viajes al otro mundo ( de H.P. Lovecraft, una relectura de adolescencia), cuentos de Poe, y alguno que ni me acuerdo. Así tengo la cabeza, claro.
Pues hala, a leer un ratito y a la cama.
Buenas noches y buenos sueños

miércoles, 11 de febrero de 2009

Ola y adiós

Os contaré mi historia, si es que tenéis paciencia para escucharla. Yo era un pez normal, como cualquier otro. Vivía en el mar, entre algas y corales, dejándome llevar por las corrientes cálidas, jugando con los cangrejos y las sepias. Soñaba que la eternidad azul que me rodeaba era infinita, y ni siquiera podía concebir que existieran orillas ni un confín razonable a la absoluta grandeza de mi hogar Océano. El cielo era tan sólo un reflejo liviano y evanescente, una pálida réplica del mundo real.
Un día como los demás, las aguas comenzaron a agitarse de una forma extraña. Nadé hacia la superficie para ver lo que ocurría. El viento soplaba con una fuerza inusitada y violenta, arrastrando inabarcables nubes violetas que se desgarraban entre destellos inquietantes. Decidí regresar a la seguridad de las profundidades, pero entonces sentí como si unas manos invisibles me atraparan, tirando de mí con fuerza desmedida, y comencé a ascender, girando en vertiginosas espirales. El viento formó un remolino de agua, algas y peces, y me vi elevado por los aires, dando vueltas en medio del torbellino, aturdido e inerme. Al cabo de un tiempo que me pareció un millón de años, el tifón empezó a perder fuerza, dejando a su paso un lamentable rastro de criaturas desorientadas. Yo me encontré en medio de un bosque, apenas sumergido en una charca diminuta. Las olas se habían transformado en árboles, la espuma en hierba, las gambas en saltamontes. Pronto me di cuenta de que tendría que aprender a sobrevivir fuera del mar, pero no sabía cómo. Me acostumbré a ir de charca en charco, arrastrándome, dando coletazos, deslizándome sobre las escamas. Hasta que, a fuerza de probar, mis aletas se fueron transformando en unas pequeñas piernas. Cada vez aguantaba más tiempo respirando fuera del agua, y mis pasos se iban haciendo más seguros, y finalmente aprendí a vivir en tierra firme.
Ahora soy el pez con piernas, pero a menudo echo de menos el mar, el sabor a sal, las aguas turquesas, las corrientes invisibles, el universo líquido en que nací. Si pudiera volver, tal vez tendría que aprender a nadar. La nostalgia es un sueño dulce del que no quieres despertar, pero el anhelo del retorno late como una medusa incandescente en mi corazón. El mar es un rumor en la distancia de la memoria, y su llamada no cesa jamás, como las olas. Jamás, jamás, jamás...

viernes, 6 de febrero de 2009

La quimérica inquilina

Un ojo de expresión indescifrable al extremo de un trazo felino. Femme fatale , el eterno femenino, je suis perdue... Ente la garra y el tentáculo, entre la sombra y el látigo, entre el beso y la dentellada. Eso invisible que te acaricia por dentro, la palabra mágica que todo lo transforma, el deseo transparente. Camina sin hacer ruido, entra sin ser visto, se va sin despedirse pero su huella perdura en el aire ardiente cuando oscurece. Es el misterio, lo oculto cuando brilla, lo que huele a nostalgia en los pliegues de la memoria. Lo reconoces si lo encuentras, pero cuando lo buscas no aparece. A veces es eco, a veces reflejo, a veces nada. Un golpe blando que te arranca de cuajo. Una lluvia, un viento, una piedrecita blanca entre la arena.
Cuando el ojo se cierra, el mundo se apaga... ¡Hágase la luz! - gritaban en medio del vacío. Y la luz no se hizo. A esperar, otra vez, como siempre. Divina Providencia...
Cuando caiga el telón tal vez esté muy lejos. Pero sigo sintiendo la presencia, la penúltima gota, la lentitud del día que se acaba, los sueños borrosos.
Y le digo adios con la mirada perdida.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Petit homme rouge

¡Qué desesperación, qué desperdicio de vatios, qué pérdida de tiempo! Y mira que lo hago por su bien, pero esta tribu de imbéciles se ha empeñado en desaparecer por la vía rápida. Vamos a ver: estoy encendido, soy rojo y mi gesto no puede ser más claro. ¡Pero si es que ni me miráis! Es lo que yo digo, el mal de este tiempo que nos ha tocado vivir. El caso es moverse, que parezca que sabemos adónde vamos. El caso es no parar nunca, no vaya a ser que en el silencio se pueda escuchar el murmullo de fondo que os entontece, eso a lo que llamáis pensar. ¡Dejadme reír! A lo mejor creéis que estoy aquí por gusto, que no tengo nada mejor que hacer que tratar de advertiros del peligro, de recordaros que no soy un adorno. Al menos el otro, el verde, puede caminar - o hacer el gesto, que ya es algo. Si tuvierais un poco de sentido común yo no tendría que estar aquí. Pero claro, la libertad, se os llena la boca de libertad y de derechos, ya sois mayorcitos para jugar con vuestras vidas. Mi cuerpo es mio y hago con él lo que quiero. ¡Estúpidos egoístas! Lo único que pido es un poco de respeto. Parad un instante. Respirad. Mirad alrededor. Cerrad los ojos y escuchad vuestra respiración.
Es inútil, pero yo sigo aquí. Seguiré aquí, rojo, desafiante, eternamente estático. Esperando que algún día seáis capaces de ver. Tengo una misión. No importa cuánto me despreciéis. Seguid ignorándome. Yo no abandonaré. Aunque sólo sea por esos niños que aún me miran y exclaman: "¡Papá, un robot!"
Soy el hombrecillo rojo y cuido de vosotros. Supongo que os quiero...

miércoles, 28 de enero de 2009

Little green man

El hombrecillo verde tratando de avanzar, de dar un paso que nunca se consuma, eternamente atrapado en el gesto de "me voy" - pero aquí sigo. Iluminado incluso cuando nadie lo mira, en medio de la noche, en las calles desiertas, con el parpadeo inútil que todo el mundo ignora. Siempre debajo del otro, del rojo, del que tiene el poder de hacer que los hombres - los de verdad - se detengan.
El homúnculo verde sueña mientras brilla tristemente. O sueña tristemente mientras brilla. "Me marcho" - se dice - "y no regresaré jamás. Nadie podrá volver a cruzar una calle con seguridad. Mirarán incrédulos el espacio vacío y apagado, el hueco oscuro, esperando una luz que no se enciende. No sabrán qué hacer. Girarán la cabeza a un lado y al otro, aturdidos, dudando si emprender la marcha, con el temor de que en cualquier momento aparezca un coche o un autobús y los arrolle. La ciudad entera sumida en un caos, la gente amontonada en los semáforos esperando inútilmente mi presencia, las aceras atestadas, los gritos de los que se preguntan sin encontrar respuesta: ¿Dónde está? ¿Por qué no se enciende? ¿Cómo vamos ahora a llegar al otro lado? Y caminarán en busca de otros semáforos, pero no les servirá de nada, porque a esas horas un ejército de hombrecillos verdes abandona la ciudad sin mirar atrás, sin rumbo ni destino, pero libres al fin de la farsa del paso nunca dado, de la zancada inconclusa y frustrante del que finge avanzar sin moverse del sitio. Ahora sí, viajamos finalmente con la esperanza de encontrar un lugar donde la luz nos acoja, donde perdernos en el brillo fosforescente de un espacio sin hombres que cruzan o se detienen, el limbo del resplandor de jade."
El hombrecillo verde se apaga. Su sueño se desvanece, y no le queda más remedio que esperar su turno mientras el otro, el rojo, se ilumina amenazante y ejerce su poder. Pero casi amanece y nadie cruza, nadie espera, nadie mira. A lo lejos se escucha el rumor incierto de un autobús que se aproxima. Y nada más.
Están aquí, entre nosotros, observando.
Los hombrecillos verdes.