jueves, 16 de diciembre de 2010

El perro de Nietzsche

Cabeza de perro, cabeza de piedra: tú eres un perro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, el templo de las almas deshabitadas, la religión de los corazones huecos. Elevad vuestra plegaria al viejo dios cansado que recorre los desiertos arrastrando sus pies de barro, pisándose las barbas, preguntándose qué fue lo que hizo mal - ¿acaso la libertad, una voluntad propia, la oportunidad de equivocarse?

En medio de la jauría se ocultan los lobos mientras esperan su momento, escondiendo sus intenciones tras la sonrisa llen
a de colmillos. La manada busca un jefe, convencida de que en la obediencia está su salvación. Aúllan y se retuercen pensando en la próxima comida, restregando sus pelajes en el polvo, lanzando dentelladas al aire en una danza extenuante. Hasta que la luna aparece desnuda en el cielo negro y todos se entregan al ritual atávico, a la ceremonia inmemorial del cortejo y el éxtasis; hasta que la sangre derramada convierte el suelo en un lodo espeso que lo cubre todo.

Desde la cima, un perro sarnoso, elegantemente vestido de terciopelo rojo, observa impasible la orgía salvaje, el absurdo derroche, el rictus que deforma los rostros heridos en la batalla. Y se ríe quedamente, satisfecho, henchido por la visión de su triunfo. Después, se vuelve hacia la pálida dueña de la noche y camina sin rumbo, perdiéndose entre las sombras.

Amanece al fin. El viento helado atraviesa los bosques vacíos, barriendo los páramos, arrastrando las nubes sobre la cima de los montes, dibujando volutas en la niebla. Sólo hay un silencio virgen, la quietud sagrada del primer instante. Un perro solitario olisquea en el aire, arruga el hocico y ladra. El eco le imita, y el perro huye asustado.

Petrificado por el miedo, el perro gruñe sin voz, eternamente arrepentido...

lunes, 15 de noviembre de 2010

Nonsense



¿Es posible vivir sin preguntarse por el sentido de la vida? O debería decir si es posible vivir sin saber si la vida tiene algún sentido. Supongo que no es necesario que lo tenga, que tal vez nadie se lo planteó hasta que un mal día a alguien le dio por ponerse a pensar en ello. Muy aburrido tenía que estar.

También supongo -malditas suposiciones - que todos atravesamos etapas en nuestra vida en que dudamos de todo o nos encastillamos en certezas más o menos probables. Yo las he pasado, y ahora me siento cada vez más como un barril en medio del océano. La fe, además de mover montañas, proporciona un marco en el que la vida se desarrolla en torno a unas creencias que dan forma a nuestro mundo, y nos ayudan a transitar por él. Y no hablo solo de la fe religiosa, pues ya sabemos que hay muchos dioses cuyo rostro se oculta tras una máscara. Que la vida tenga un sentido puede significar, simplemente, que seamos capaces de atravesarla con un objetivo: crear una familia, el éxito profesional, el conocimiento, el poder, la sabiduría, amar y ser amado, los placeres de la carne y del espíritu... Claro que estos serían objetivos personales, y no un destino universal del ser humano. Puede parecer una idea peregrina, y ya sé que se puede vivir muy tranquilo sin pensar siquiera por un momento en ese porqué de estar aquí y ahora. Pero a mí la idea se me aparece a cada paso como un espectro, como un rey danés muerto clamando venganza - en este caso, exigiendo una respuesta. No será tan fácil como atravesar con una espada a un pariente sin escrúpulos, pero quizá haya que perder la razón para hallar el camino. Cada vez estoy más convencido de eso, porque a mí tanta cordura me va a volver loco.

El XVIII sería el Siglo de las Luces, pero sin duda este es el de las Sombras. Y no veo que haya un Orden capaz de sujetar este Caos. Quizá no quede otro remedio que sumergirse en el remolino con la esperanza de rescatar una pequeña luz que nos guíe. Yo le rezo al otoño y al viento frío, a las hojas y a la lluvia, a una risa cazada al vuelo, a esa mirada que me abrasa el corazón herido. Y no paro de correr, con el absurdo propósito de alcanzarme a mí mismo...

jueves, 28 de octubre de 2010

Red velvet

Imposible recordar, ahogado por el resplandor rojo que le empapaba como una lluvia de sangre dulce, delicadamente perfumada. En la sima aterciopelada del sueño del que no se puede despertar, rodeado por la bruma incierta y temblorosa de las horas extinguidas, trataba de abrir los ojos con la esperanza de que el mundo siguiera estando ahí, tan sólido, tan cercano. Y sin embargo sentía el doloroso placer de la incertidumbre, cuando su propia existencia apenas se sostenía sobre la improbable veracidad de los sentidos: el vértigo de la ceguera, el silencio de los significados, la cruda aspereza de las caricias ausentes.

La llama permanecía encendida, brillando obstinada, ardiendo en volutas mientras se devoraba a sí misma. De su calor se alimentaba el corazón cansado, bajo su luz se consumían las dudas, ocultos ya los miedos en el humo gris que se retorcía antes de desaparecer definitivamente.

A través de la ventana hasta la vida parecía un cristal pintado tras el velo de la lluvia. Bajó al jardín con paso lento, sin hacer ruido. Junto a la higuera se detuvo, escuchando a las aves escondidas. Y se perdió en la rosa, que enrojecía el aire con la promesa vaga de un sueño inacabable.

Al regresar supo que habían terminado los días muertos, las horas huecas, los años perdidos. Todo es ahora siempre... o no es nada.

lunes, 18 de octubre de 2010

Tierra a la vista

Aquí estoy, dando la cara -una cara que se aparece, casi infantil, desde el pasado. Asomado a través de un marco demasiado solemne para tan pobre mensaje. Sólo para decir que vuelvo, que estoy volviendo a este espacio que tanto echo de menos. Pidiendo mis más sentidas disculpas por haber desaparecido todo este tiempo sin despedirme. La vida, siempre la vida empujando. A veces doblado como un junco, bailando al son de los vientos mientras trato de mantener las velas intactas. He pensado mucho en vosotros, mis amigos lectores, que visitáis este lugar vacío. Prometo regresar como un Ulíses a su añorada patria, la de las palabras, la de los versos huérfanos, la dorada tierra de los días pasados y los por venir. Los días que contemplan esa imagen en la que todavía reconozco ese gesto de asombro contenido, de perplejidad ingenua. El tiempo, siempre...

Gracias a los que habéis seguido ahí, esperando. Y a los que se han cansado de esperar, también.

Vuelvo, estoy volviendo. Como el otoño, y muy pronto el invierno.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Escribiendo en el agua

Nos escribimos en el pergamino agrietado de la vida con la caligrafía temblorosa del cálamo mal afilado, mientras la tinta se espesa hasta convertirse en polvo. Un soplo se lleva el rastro de todas las palabras que a duras penas vestían nuestra desnudez de criaturas desorientadas, o tal vez la lluvia borrará el confuso alfabeto con el que un día construimos nuestras naves, y del que apenas quedará una huella húmeda salpicada de olvido. Como esos peces que levitan sobre su sombra dibujando signos indescifrables, acaso perseguimos el destino que ya no nos espera tras la esquina, acechando una señal en el camino que nos muestre si todavía es tiempo de esperanza.

En las aguas rojas de ese mar se pierde la mirada, se duermen los sentidos mientras se mece el corazón en su propio latido. La voz que te acompaña seguirá susurrando su absurdo soliloquio, pero ya no sabrás si es sólo la costumbre. Por mucho que la giras, la brújula se obstina en señalar el norte - más o menos: caprichos de la declinación magnética -, pero mis pies me llevan casi siempre sin preguntar siquiera. De jardín en abismo, de laberinto en trampa, de pasillo en pradera.

El grande se comerá al chico - si se deja: David mató a Goliat con una piedra.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Mira por dónde

Contemplo atónito el paso de un segundo tras otro, el movimiento imperceptible y velocísimo de las alas de un insecto que acaba de despertar a la primavera tardía. En el verde asombroso de un brote tierno me pierdo hasta las lágrimas, incapaz de soportar casi la belleza de lo que un día será un fruto o una flor. Envuelto por los aromas que hasta la brisa más liviana transporta entre sus dedos invisibles, quiero entonar el himno sagrado de la vida, y tan sólo susurro una plegaria torpe, porque la palabra se funde bajo la luz que se filtra entre las ramas. Aunque lejos del mar, siento la espuma y la sal que se adhiere a la piel como un beso. No conozco los nombres de las aves ni los árboles que habitan; no sé cómo se llaman los ríos ni los valles. No sé qué dice el grillo cuando canta. Miro al cielo estrellado y no entiendo el poema que recitan sus luces. Todo es misterio y verso, todo es un bello enigma sin respuesta. Quisiera caminar hasta los bordes, hasta lo más profundo, donde la noche es tan oscura que hasta el silencio calla.
En el orbe minúsculo del ojo se precipita el tiempo, giran los mundos y los rostros, y los recuerdos dibujan su rastro inútilmente, pues morirán con el siguiente parpadeo.
Porque la lágrima es un pequeño mar donde naufraga la tristeza.

martes, 6 de abril de 2010

¡Hoja, la!

El mapa oculto de la vida, en el fulgor verde del sol rasante que revela como siempre lo invisible. Esos caminos, valles, cumbres y fronteras, y el océano en que mis barcos se pierden entre la bruma. Al amanecer renacen los límites, la solidez envuelve la materia que durante la noche se disipa en las sombras. La belleza es un segundo de conciencia, y saber que el aire que respiro no me pertenece. Si el mundo es ilusión y yo tan sólo el hálito imperceptible que al mismo tiempo nace y muere, si en el temblor de un párpado se esconden todos los misterios, si ya no queda espacio en el infierno para todos mis pecados: me acabaré aquí mismo, por ejemplo.

No hay un perro recorriendo las calles mientras llueve. No hay una mosca azul en el techo del cuarto. No se escuchan las voces de los falsos profetas. Entonces el jazmín y su perfume, entonces baja el río y su canto en las piedras, entonces la distancia es mentira y la tristeza un fuego que se apaga, y la risa es un beso, y morirse una farsa.

El ángel púrpura saluda con un gesto a los cuervos mientras se va, dejando a su paso un rastro de silencio...

martes, 23 de febrero de 2010

Cuando febrero es casi marzo

Tacto. Con las pestañas acaricio el polvo amarillento suspendido en el rastro imperceptible de tu paso fugaz. En mis manos vacías se deposita el aire fragante que recojo en un sueño, la esencia volátil de tu aliento dormido, ese fluido rugoso que es el tiempo, esa cadena rota que me engaña con sus ecos: replegaré mis alas antes de ser herido. De todas formas el corazón es ansia y no descansa hasta estar poseído.

La oscuridad dibuja una presencia donde sólo hay silencio. En este mar de átomos he naufragado ya mil veces, y arrojado a la costa siempre vuelvo a embarcar con la certeza obstinada de que la muerte espera mientras tanto. Puedo escuchar cómo se oxida el hierro lentamente bajo la lluvia fría. Herrumbre, mutación, metamorfosis: nada es nunca lo mismo que haya sido. El presente devora cada instante para que el mundo sea nuevo y hermoso para siempre. Si no lo ves no importa. Será lo que ha de ser.


De tanto recorrer el camino de espinas hasta los pétalos lastiman. Así que beso el suelo donde crece la rosa, bebo el rocío que la noche dejó sobre sus hojas y canto su color como un himno a la vida. La mañana se eleva y flota, inmaculada, bajo el sol de febrero. Hay un mirlo escondido tras las ramas, silbando sus secretos: de su pico naranja nace también el día. La frágil transparencia se va volviendo opaca cuando olvidas que nada es inmutable, y tratas de aferrarte sin saber que es en vano. Hasta que llega la verdad y dice: basta.

martes, 2 de febrero de 2010

Carnaval

Era el mundo una máscara, y en ese gesto entre sonrisa y misterio se escondía. Yo daba vueltas alrededor como un satélite sin órbita, como una luna ebria derramando su pálido brillo en el espacio negro y pavoroso, en el hueco que la materia deja cuando cambia de estado.

Era la vida una cadena dulce, una palabra amable, un devenir silente que se fundía en sueños o quimeras, en la invención del día que no llega, en el nunca acabar, en el plácido adormecerse cuando la noche besa los párpados al alba.

Era el tiempo de amar, de forjar un destino, de navegar por los mares del deseo, de explorar los paisajes fronterizos sin saber si los miedos o las dudas desplegarían sus alas carroñeras.

Luego llegó la aurora, y el ocaso, la causa y el efecto, la nostalgia y el vértigo, los duelos, el delirio y el éxtasis, la rueda y la pendiente. La flor se deshojaba y el viento hacía el resto.

Pero queda la huella, aunque el mar la ha borrado. Queda el eco en la sombra, queda la luz callada y el susurro, queda tal vez algún recuerdo herido. Una hoguera apagada, un tímido fulgor, una pequeña llama.

Y es el mundo una máscara, tan pálida...

miércoles, 13 de enero de 2010

El perro ladra, la caravana pasa

Ahí está la frontera, el límite, el borde, el filo. Al otro lado, nada, o casi. Más allá de la sombra el sol abrasa. No me digas que el mundo gira, que las cosas cambian, que el aire se agita invisible, que la vida estalla. Conozco los secretos, la transparente luz de la verdad. Desde el principio.

Ahora es para siempre en esta quietud sagrada del instante. Silencio. Con la misma dulzura dormiría a tu lado, si pudiera apagarse ese murmullo estéril, si la palabra hueca se deshiciera en polvo o en ceniza. Llena tus manos de tierra, como un niño, y aprende de una vez lo que es el mundo. Coge una piedra, un palo y una hoja. Si Dios existe, es eso.

He visto -quizá en sueños- una luz, un abismo, un rostro amado, una bestia atroz: todo es lo mismo. Pero luego despierto y es la noche vacía. El corazón palpita sin saberlo -cada segundo cuenta- la medida del tiempo que nos queda.

Como el perro busca la sombra en el calor de agosto, así yo ladro al reflejo de la luna en el agua.