sábado, 28 de junio de 2008

Licuefacción (o "con la música a otra parte")

Una entradilla para que no penséis que he desaparecido en algún vórtice maligno. Diez días sin aparecer son muchos, pero estoy un poco como el del dibujillo, derretido por el calor que por fin ha llegado, y más liado que un peta de Bob Marley. Son tiempos de cambio, y eso siempre produce ciertas dosis de confusión, ofuscación y despiste. Cuando vaya aterrizando volveré a ser diligente y a traeros nuevas imágenes y disertaciones (también llamadas empanadas, soliloquios, batiburrillos o dislates) acerca de todo aquello que nos interesa: el universo, la materia, ese bicho llamado ser humano, los caracoles y los membrillos, el infinito y el más allá; el tiempo, el arte, el hacia dónde vamos y para qué.
Y como estoy cansado y torrefacto, y tengo un pie aquí y otro Dios sabe dónde, termino reproduciendo la letra de una canción de The Smiths (al final acabaremos aprendiendo inglés). Es un poco viejuna, pero me encanta y, hasta cierto punto, retrata el momento que estoy viviendo. Pero siempre palante.
Buenas noches y que se levante la brisa.

Good times for a change

See, the luck I've had
Can make a good man
Turn bad

So please please please
Let me, let me, let me
Let me get what I want
This time

Haven't had a dream in a long time
See, the life I've had
Can make a good man bad

So for once in my life
Let me get what I want
Lord knows, it would be the first time
Lord knows, it would be the first time

jueves, 19 de junio de 2008

Mickey y los megaforcios


Hay una sección en el diario "El País" que me parece muy interesante, a pesar de que a algunos pueda producirles una cierta inquietud. Se trata de las necrológicas dedicadas a personajes de cierta relevancia. Cuando el fallecido en cuestión es persona pública o muy popular no me detengo a leer, pero de vez en cuando el encabezado dice cosas como: "Perenganito, descubridor de los megaforcios". Intrigado por el personaje y su misterioso hallazgo comienzo la lectura, y descubro que los megaforcios son unas moléculas cuyo descubrimiento permitió la curación de terribles enfermedades; o unos entes cósmicos que explican la hasta ese momento desconcertante deriva de los quásares violáceos; o unos conjuntos rocosos que desvelaron los secretos de una antigua civilización prehelénica. O lo que es lo mismo: una escueta reseña en un rincón oculto de un periódico nos revela la existencia ( y en este caso, al mismo tiempo, la desaparición ) de una persona que ha contribuido con su trabajo a un avance significativo de la ciencia, la técnica o las artes. Y la primera noticia que tenemos de su hazaña nos llega a través de la noticia de su muerte. Quizá dedicó 30, 40 , 50 años de su vida a desarrollar una tarea que sirvió para que la Humanidad diera un pequeño paso hacia adelante en su evolución, y su nombre es absolutamente desconocido para la mayor parte de sus congéneres, muchos de los cuales probablemente se han visto beneficiados directamente por sus descubrimientos. Se abren muchas posibles reflexiones en torno a este fenómeno. Podríamos concluir que tendemos a darnos demasiada importancia, a creer que cualquier nimio suceso de nuestra vida posee una relevancia trascendental, cuando en realidad hasta los más preclaros de nuestros prójimos pasan por el mundo sin ser apenas reconocidos. O que andamos tan preocupados en superficialidades que somos incapaces de poner nuestra atención en las cosas que verdaderamente importan. Estos hombres y mujeres que han dejado una huella admirable - aunque invisible para la mayoría - se van casi sin despedirse, con un humilde resumen de su paso por el mundo en una esquina de una página de un periódico. Pero todos sabemos quién obtuvo el puesto decimosexto en la última edición del festival de Eurovisión.
¿Qué tiene esto que ver con Mickey Mouse? Pues que el dibujante de las primeras aventuras del celebérrimo ratón no era Walt Disney, sino Floyd Gotfredson. Sirva esta entrada como pequeño homenaje a tantos desconocidos que nos dejaron el fruto de su talento sin saborear el discutible honor del reconocimiento público y la fama. Quizá fue una bendición para ellos ese pasar discretamente por el mundo. Casi seguro.
El dibujillo es una interpretación libre de un servidor, no vaya a ser que venga la Disney y me reclame derechos de autor...

martes, 17 de junio de 2008

La flor invisible

Al calor de los amables y espontáneos comentarios de mis amados lectores, vuelvo al ataque. Como siempre, con más intención que dirección. A ver qué sale.
Aunque procuro utilizar la expresión con humildad y prudencia, reconozco que me considero, al menos en potencia y espíritu, un artista. Entendiendo por artista a quien trata de expresar por diversos medios una idea, una emoción, un algo interior y profundamente humano, con la intención de compartirlo con los demás. A quien intenta aportar una visión particular del mundo, a quien se esfuerza por revelar la belleza en cualquiera de sus infinitas y misteriosas formas, a quien pretende llegar a los corazones ajenos para ofrecer el fruto más o menos afortunado de su trabajo.
El artista se alimenta de la vida, de la naturaleza, de los mundos extraños y desconocidos que habitan en sus entrañas, de los sueños, de todo aquello que vibra o palpita o se retuerce en las dimensiones visibles o invisibles... Y también del trabajo de otros artistas. A mí me ocurre que, al contemplar las obras de los grandes genios de las artes, me planteo muy seriamente qué pretendo realmente. Si otros antes que yo ya lo han hecho todo y mejor. Hablo de Klee, Rothko, Jiri Barta, Cortázar, Dowland, Sergio Toppi, Coppola, Welles, Jiri Trnka, Aleixandre, Cartier Bresson, Tim Burton, Rumi, El Bosco... Pero entonces me digo que merece la pena seguir intentándolo. No hay que ser como ellos, ni alcanzar sus logros, ni acercarse siquiera a su nivel. Los únicos verdaderos requisitos son la honestidad y la humildad. Es más, me doy cuenta de que podría seguir ampliando la lista de los genios casi hasta el infinito, lo cual quiere decir que quizá todavía queda algo nuevo por hacer. Y en cualquier caso, cada vez que te enfrentas a la hoja en blanco, al lienzo, al bloque de piedra, a la pantalla del ordenador, estás enfrentándote al nacimiento de algo que aún no existe, porque incluso la copia más fiel de un modelo llevará inevitablemente la impronta de quien la realiza. Por eso los pintores siguen pintando flores y retratos, y los poetas hablan de amor, y los novelistas de la miseria y la grandeza humanas, y así una y otra vez...
Y como hoy alguien me ha hablado de un libro especialmente interesante, quiero terminar citando un pequeño fragmento. Como está en inglés decido transcribirlo tal cual, para no desvirtuar nada con mi traducción. De todas formas creo que es fácil de entender.

"Look at this surprising flower
wich cannot be seen, and yet
its fragrance cannot be hidden.

God is the invisible flower. Love is the flower´s fragrance, everywhere apparent".

Bahauddin Walad

lunes, 16 de junio de 2008

Se parece, pero no

La mayor parte de las entradas de este blog tienen como punto de partida una imagen, ya sea una fotografía o un dibujo - digital o tradicional. Y casi siempre empiezo a escribir sin saber ni de qué voy a hablar. Ayer estuve trasteando con el photoshop y me salió esto, que tiene un aire a autorretrato, pero no lo es. Y tiene que ver con lo de la imagen que cada uno tiene de sí mismo. Hay que tener cuidado con la introspección, porque es muy fácil que se convierta en ensimismamiento. Lo más sano es el ejercicio permanente de mirar dentro y fuera, o desde dentro y desde fuera, o las dos cosas (cuatro cosas, según se mire). Parece evidente que se está construyendo una nueva forma de sociedad, cuya característica principal sería la paulatina desaparición de las redes tradicionales de relaciones humanas - los amigos, la familia ( los parientes y la que uno mismo ha formado) -, siendo sustituidas por redes virtuales, a través de páginas como Facebook, Myspace y similares, o de los propios blogs (por no hablar de experimentos como Second Life). Pero el asunto es más serio, porque la Red no sólo permite, sino que parece favorecer la creación de falsos yoes que acaban usurpando nuestra verdadera identidad. Es natural que tratemos de ofrecer nuestra mejor imagen, pero si no somos conscientes de estar mostrando un aspecto distorsionado de nosotros mismos - aunque sea una distorsión positiva - corremos el grave riesgo de creer que realmente somos así. Y lo que es peor, creer que lo que opinan los demás nos devuelve una imagen real, cuando lo cierto es que, en la Red, nadie conoce a nadie. Yo tengo la fortuna de que los cuatro o cinco que leéis mi blog me conocéis sobradamente en persona, y me sería muy difícil engañaros. Es más, casi nunca dejáis comentarios -por más que os lo pido - y cuando lo hacéis me soléis dar un palo, aunque sea cariñoso. Y también sabéis que tiendo a darme mucha caña yo solito. A veces me preocupa esto del blog, pero de momento me sirve para compartir simultáneamente mis paranoias, que de otra forma estarían dando vueltas en mi cabeza como la ropa en el centrifugado, con las nefastas consecuencias que eso tendría. Pues eso, que lo de quedar para tomar un café sigue siendo lo más recomendable, pero cuando la distancia no lo permite, esto se le parece un poco.
Por eso reclamo insistentemente lo de los comentarios, para que no sea un monólogo cansino y autocomplaciente. Y trato de mojarme, aunque se me vea el plumero, porque para quedar siempre bien lo mejor es mantener la boca cerrada. Lo que digan los amigos ya sé que es bienintencionado, y lo que digan los enemigos... bueno, los enemigos no se molestarían en entrar al blog. Ya sé que no tengo enemigos. Soy demasiado pobre para provocar envidias...
Hala, que se hace tarde. Ya seguiremos hablando - el plural es literatura - de lo de la propia imagen, que últimamente me ronda mucho por la cabeza, ahora que la vida - ejem - me obliga a reinventarme.
Quosque tandem, Catilina, abutere patientia nostra?

viernes, 13 de junio de 2008

Hasta el infinito... y más allá

Queridos amigos: el universo se está acelerando. Lo dicen los científicos, incluso los que lo negaban cuando aparecieron los primeros indicios. Pero diez años de mediciones y experimentos parecen haber convencido a todos. Pues sí, se supone que el universo tuvo su origen en el famoso Big Bang, hace 13.700 millones de años (y a mí ya me parece mucho suponer). Desde entonces está en permanente expansión, pero también era de suponer que poco a poco dicha expansión se iría haciendo más lenta. Pero hete aquí que no, que se está acelerando. Y por si fuera poco, resulta que la explicación debe de estar en la energía oscura, que constituye el 75 % del universo, y que los propios científicos no saben qué es. Desde luego hay que felicitarles por el nombre, que es de lo más sugerente. Pero como justificación de un fenómeno inexplicable resulta un poco pobre. Lo más gracioso es el entusiasmo que luego despliega la comunidad científica para combatir lo que ellos llaman "supersticiones", y que para otros son, sencillamente, sus creencias íntimas o su fe. ¿Existe una gran diferencia entre la energía oscura y Dios? Eso por no hablar de temas espinosos del tipo: "Ya, ¿y antes del Big Bang? Si el universo es infinito, ¿cómo puede expandirse? Y si no es infinito, ¿qué hay fuera de él? En fin, que cualquier día de estos llega un agujero negro, se nos traga, y sorprenderá a muchos pensando en lo que les falta por pagar de hipoteca. Me encanta vivir en este universo en el que lo inmensamente grande es pequeño, y lo infinitesimal es insondable. Las energías que gobiernan la vida son invisibles e indetectables; casi todo es un misterio que, probablemente, no merezca la pena desvelar, aunque sea divertido intentarlo. Cuanto más sabemos, mayor es la conciencia de nuestra ignorancia. Y eso es una bendición.
Y el dibujillo de hoy no tiene nada que ver, pero no estaba dispuesto a poner una foto de la Vía Láctea.
Sic transit...

miércoles, 11 de junio de 2008

Yo soy aquél


Otra vez comienzo citando una letra de Franco Battiato, de la canción titulada "Personalidad empírica" (toma ya) perteneciente al álbum "Ferro Batutto". Y dice: "Cuando no coincide ya la imagen que tienes de ti con la que realmente es..." Pues sí. Si la entrada anterior se titulaba "Conócete a ti mismo" (pero en latín , que mola más), era precisamente por esto. Probablemente no haya otra tarea más importante para el ser humano que la de conocerse. Es un trabajo que dura toda una vida -por lo menos. Y no acaba nunca porque debe estar en constante revisión. Naturalmente, necesitamos fijar algunos elementos para tener una autoimagen más o menos estable. De lo contrario nos veríamos obligados a vivir en un permanente fluido, en una inconsistencia insoportable. Nuevamente cito a José Antonio Marina: "Una serie de teorías filosóficas y psicológicas están negando la existencia de un sujeto permanente, con lo que yo no soy responsable de lo que "yo" hice ayer, porque no soy el mismo. Por último, la cultura occidental ha erigido en modelo un individualismo del sálvese quien pueda, que desvincula sin vincular después." Y antes de esto: "La educación de la responsabilidad resulta difícil en la actualidad, porque es víctima de una compleja conjura de la irresponsabilidad que presiona sobre la juventud, que, al final, acaba pagando las consecuencias. Me pasma el aplomo con que se repite una frase muy estúpida: "Tengo derecho a equivocarme". (...) "Se tendrá derecho a elegir la propia vida, a dejarse guiar por las propias creencias, pero el error siempre será una mala consecuencia de un derecho, pero no un derecho en sí".
Averiguar cuál es la imagen que ofrecemos al mundo es relativamente sencillo, sobre todo si tenemos buenos amigos - y esto no es tan fácil. Cotejarla con la imagen que tenemos de nosotros mismos es verdaderamente útil y revelador. Lo realmente difícil es ser capaz de discernir hasta qué punto la imagen y la realidad coinciden. Desgraciadamente poseemos una capacidad prodigiosa para el autoengaño, que en pequeñas dosis es hasta necesario para la supervivencia, pero que más allá de ese punto nos lleva a vivir en un mundo de mentiras. Quizá no sean grandes falsedades, pero al igual que en una torre, una desviación de pocos milímetros en la base supone una inclinación considerable en la cúspide. Así que lo de mirarse
con frecuencia al espejo del conocimiento es fundamental. Con distancia, con objetividad, y con cariño - nada de flagelos, que sólo hacen pupa. Casi siempre, el espejo son los otros. Somos tan diferentes y tan iguales...
Y así vamos, tanteando, dando palos de ciego, tropezando y rectificando - que es de sabios. Si no dejamos de buscar, es posible que lleguemos a encontrar algo, alguna vez, en alguna parte. Algo de valor que nos dé fuerza para seguir adelante y mantener el rumbo correcto.
El amor, tal vez.
Pero la vida seguirá siendo un misterio.

jueves, 5 de junio de 2008

Nosce te ipsum

Nunca he podido presumir de leer mucho, pero sí de leer "bien", es decir, de elegir bien las lecturas y de esforzarme por entender y, sobre todo, aplicar lo entendido. Como dicen los sabios, aquél que posee conocimiento y no lo pone en práctica es como un burro cargado de libros. Eso no quiere decir que yo no sea un burro, que quede claro. Pero al menos soy un burro que de vez en cuando se mira al espejo para ver cómo le asoman las orejas por debajo del sombrero.
En fin, que como ando un poco empanado, hoy me permito ofreceros un fragmento de uno de esos libros-tesoro que me permito recomendar sin reservas a todo el que tenga un mínimo interés en saber cómo funciona ese extraño bicho llamado ser humano. El título es "Aprender a vivir" y su autor, cómo no, el sabio José Antonio Marina (a quien pido disculpas por citarle sin su permiso).
"La gran innovación de la inteligencia humana, lo que la sitúa en un nivel distinto del comportamiento animal es su capacidad para dirigir la acción no sólo mediante los valores sentidos en la emoción o el deseo, sino mediante valores pensados, es decir, valores que reconoce sin sentirlos. Pondré un ejemplo muy elemental. No hay que explicarle el valor del agua a un sediento, porque lo está experimentando acuciantemente en su sed. Pero suponga el lector que un nefrólogo le recomienda beber al día cinco litros de agua para proteger su riñón. En ese caso no va a experimentar el valor del agua, porque tendrá que beber sin sed, lo que es una tarea ardua. Beberá porque conoce el valor de ese acto, aunque no lo sienta. Este doble modo de guiar la acción - mediante valores sentidos y mediante valores pensados - es la gran palanca de nuestra liberación. (...) La calidad de los valores elegidos acabará determinando la calidad del proyecto, de la personalidad y de la vida entera. Los hábitos operativos integrados en el carácter sólo nos ponen en buenas o malas condiciones para seguir nuestros proyectos, pero la dignidad del proyecto depende de la dignidad de sus valores. (...) La calidad de la vida depende de la calidad del criterio que utilicemos."
Y para terminar: "La sabiduría es el talento para hacer las preguntas adecuadas y buscar las buenas respuestas, es la poética del vivir".
Amén.