viernes, 31 de octubre de 2008

Por si fuera poco

A veces parece que la vida se empeña en ser un laberinto. Un juego de espirales, de círculos concéntricos, de escaleras, de puentes levadizos. De atajos engañosos, de caminos inciertos, de promesas vagas, de versos que no riman. Un viento que aúlla, palabras que arden, lo que no puedo hacer aunque quiera, lo que no quiero hacer aunque pueda. El yunque a cuestas, el silencio mentiroso, la mirada perdida. Quiero la risa. Quiero un segundo de verdad. No medir. No contar. No pesar. Que la luz me abra. Quiero verdad y centro. Un misterio azul, una luz violeta, un ojo incandescente. Tengo que dejar de ser tan tonto. Definitivamente eso.

Y si os pido perdón, es el otoño.
Se pasará volando.
El pez fuera del agua me pregunta:
¿es que tú no te ahogas?
Voy a perder las hojas si no se para el viento.
Pero me da lo mismo, y mientras tanto
no echo tanto de menos,
no echo de menos tanto,
y para qué - me dicen -
si la flecha ha salido ya del arco.

lunes, 27 de octubre de 2008

La cuarta pregunta

Para los que piensen que vivo en una burbuja (¿hay alguien que lo piense?) voy a hablar de la crisis. Como todas, es pasajera. Y como buena pasajera, la llevamos en la mochila casi sin darnos cuenta. O sea, a cuestas. Las crisis se pueden ver como un desastre, o como una oportunidad de cambio. Aunque sea por el famoso artículo 33 (o como las lentejas...). Puestos a ser optimistas - ¿hay una opción mejor? - ahora tenemos la ocasión de replantearnos nuestros hábitos de consumo, por ejemplo. Qué bueno es pasear frente a los escaparates de las tiendas y contemplar la enorme cantidad de cosas que no necesitamos, aunque seamos capaces de desearlas casi desesperadamente. Y qué satisfacción cuando uno dice: ¡Venga, hoy me voy a comprar una palmera de chocolate, y al demonio con la miseria! Y la saboreas como si los propios ángeles hubieran descendido del cielo para colocarla en tus manos. Eso es lujo, y no Cartier. Pues sí, que nos estábamos acostumbrando peligrosamente a los cuernos de la abundancia - que no dejan de ser cuernos, al fin y al cabo. Con un poco de suerte, de ésta aprendemos a vivir con menos. Sólo por eso merecería la pena. Y si no hay para la palmera, pues se moja el mendrugo de pan en el café, sin salir de casa. O te sientas en un banco del parque y ves cómo buscan las migas los gorriones. Y luego está lo de la coherencia, ese concepto tan marciano, a lo que se ve. Porque habrá crisis, pero yo veo los mismos atascos de siempre. ¿Es que nadie sabe que es más barato el transporte público? Yo no sé si tiene que ver, pero cada vez me fijo más en las personas, y menos en la gente. A mí me da la sensación de que esto es el mundo, que se está sacudiendo las pulgas. ¿Volverá el ser humano a convertirse en la medida de las cosas? ¿Lo ha sido alguna vez?
Juguemos a poner los ceros a la izquierda, a ver qué pasa. A lo mejor algo cambia, y descubrimos que hay otro modo de hacer las cosas, más sencillo. Yo, de momento, vuelvo a mis robots de cartón. Bueno, bonito y barato.¿Quién da más?

jueves, 23 de octubre de 2008

El viento que no cesa


El ciclo de las estaciones es inexorable - al menos de momento -, y aunque se hagan de rogar, terminan por hacer acto de presencia. O lo que es lo mismo: ha llegado el otoño. Viento, lluvia, y ganas de quedarse en casa mirando por la ventana cómo vuelan los paraguas, se despeinan las señoras y los pájaros se esfuerzan por mantener el rumbo. Y me ha invadido, como un pequeño ejército de hormigas, el deseo de releer algún haiku. Una de las características del haiku es la presencia de un elemento llamado "kigo", o "palabra de estación". Cito del excelente libro de Fernando Rodríguez-Izquierdo "El haiku japonés" : "Hay objetos que evocan espontáneamente la estación, y se convierten así en símbolos propios suyos. Así, por ejemplo, flor de cerezo representa la primavera, las libélulas el verano, etc. (...) Esta palabra relativa a la estación, de importancia axial en el haiku, es como un símbolo estético del sentido de las estaciones, que surge de la unidad del hombre con la naturaleza, y su misión es simbolizar esa unión".
Y como el movimiento se demuestra andando, paso a reproducir algunos de mis haikus favoritos. Espero que los disfrutéis.

Al oscurecerse el mar
las voces de los patos salvajes
son vagamente blancas.


¿Quién es el que se lamenta,
su barba soplando al viento,
por el ocaso del otoño?


Piedras volando;
tormenta de otoño
en el monte Asama.


Matsuo Bashoo (1644-1694)

Un día de estos intentaré convencer a algún turista japonés de los que visitan el Museo del Prado para que me recite algún haiku. Si lo consigo, lo grabaré y lo pondré en el blog.

martes, 21 de octubre de 2008

Caronte aguarda (pues que espere...)


Soy el hombre que muere un poco cada día,
con ese morir lento del que se sabe vivo de milagro.
Por no tener, no tengo dónde caerme muerto.
Que vivo de prestado
ya lo sé, y no me quejo.
No es que morir me importe,
pero duele acabarse
sin haber recorrido los caminos que tal vez me aguardaban.
Y será la costumbre de vivir,
de estar vivo,
de querer que el amor me acompañara,
de abrir el corazón
- aunque me cueste -,
de entregar la mirada a los que amo,
pero sé que lo voy a echar en falta.
Tampoco tengo prisa por saber las horas que me quedan,
lo que hay al otro lado,
- será lo que Dios quiera -
y ni el Hado me espanta.
No sé,
tal vez no creo en el Destino.
El Infierno es un fuego
que te consume el alma aunque no te hayas muerto.
Pero es que el Cielo no me dice nada.
Amigos míos, hago lo que puedo,
no quiero que me embargue la nostalgia,
con la sonrisa puesta me despido,
sabed que tengo cuerda para rato,
y de la vida aprendo:
yo también sólo sé que no sé nada.

domingo, 19 de octubre de 2008

Así en la tierra

Aunque hace ya mucho tiempo que no creo en las coincidencias - es decir, en su aleatoriedad - resulta que he recuperado esta fotografía justo cuando acabo de releer "Por qué soy cristiano", de José Antonio Marina. La imagen procede de una iglesia de un pueblo de Euskadi, en la zona de Tolosa. Casi todos los pueblos de los alrededores tienen iglesias similares, desproporcionadamente grandes para el tamaño del municipio. En materia de arquitectura religiosa yo soy más del Románico. Me resulta más coherente con la fe que la inspira: sencillez, humildad, armonía, paz, amor y respeto. La austeridad románica invita al recogimiento, y te deja a solas contigo mismo - y en presencia de Dios, si esa es tu fe. Desgraciadamente, muchas veces el interior desdice el exterior, y frente a la pureza de líneas y los rotundos y compactos volúmenes de portadas y ábsides, una vez dentro te recibe un despliegue de dorados, volutas y figuras teatralmente mayestáticas, que más que elevar el espíritu consiguen encoger el corazón, como un Deus ex-machina dramático y amenazador. No quisiera ofender sensibilidades, pero a mí tanta imaginería de cartón piedra (aunque esté hecha de madera) me parece más ostentación que devoción. Entre San Pedro del Vaticano y la Capilla de Rothko en Houston, me quedo con Rothko. Por no hablar de San Baudelio de Berlanga o la Vera Cruz de Segovia. Por si hubiera dudas, hablo sólo de la coherencia entre estética y espíritu, y desde mi subjetividad. Respecto al cristianismo, sólo voy a decir que, en mi opinión, la verdadera crucifixión de Jesús fue lo que se hizo después con su mensaje. Eso sí que son lanzadas, clavos y vinagre en las heridas.
De todas formas, todas las épocas y todas las culturas han dado templos prodigiosos, en los cuales uno puede encontrar la huella de un camino abierto para que el ser humano encuentre aquello que anda buscando, o lo que le busca a él, o lo que necesita encontrar aunque huya de ello. La respuesta, el misterio, la llave, el secreto, el tesoro oculto, la luz, el sendero, la puerta, o un fuego que le abrase el corazón. Tal vez un libro sin palabras. O una palabra que suena como un mar embravecido. O Nada en Absoluto. O un eco que nunca, nunca se apaga, como la sed que el agua no calma.

sábado, 18 de octubre de 2008

Kafka en Disneylandia

¡Toc, toc, toc! (¡toc, toc, toc) (toc, toc, toc...toc........toc..........) Nada, pues le pego una patada a la puerta y se acabó. ¡Pumba! ¡Hala, padentro! La poca luz que entra por la ventana apenas da para entrever un paisaje entrecortado, un rompecabezas gris, un bailecito de sombras. Un minuto, dos, tres, se me acostumbra la vista a la penumbra. Caramba, yo ya he estado aquí antes... ¡Idiota (dijo Dostoievski) si es tu casa! ¿Mi casa? Pero...¿qué hacen aquí esos muebles? ¿Son míos? Pues claro, de quién si no. Espera, espera, ¿y esa música? ¿El Mesías de Haendel? Ese sí que no es mío. Bueno, déjalo, no suena mal. Y todos esos cuadros... No me lo creo, esta no es mi casa. ¿Cómo iba yo a vivir en un lugar así? Y esos animales... qué raros, y cómo se me parecen. Ahora mismo llamo a los bomberos, a la policía (del pensamiento, dijo Orwell), a los Traperos de Emaús (dijo Jesús), a Diógenes sin Fronteras... ¡Que se lo lleven todo! Vaya, no tengo cobertura. Eh, ahí hay alguien. ¿No seré yo? Elemental (dijo Holmes). ¿Se puede saber a qué juegas? Esto no es una casa, y mucho menos un hogar. Es un desván, un vertedero, un desagüe, una cloaca...Vamos, el trabajo de toda una vida. O sacas todo esto de aquí o yo me mudo. -Eso, mejor te callas. Que no, que me voy, que no te aguanto más. Y no quiero tarta ni regalos, yo eso no lo celebro. Tengo hasta el martes para pensar algo. Las fotos, los instrumentos, los libros sin leer, los poemas sin escribir, los lápices sin afilar, las partituras que no entiendo. ¿Tienes una maleta grande? Mejor la carpa de un circo, si no, te va a faltar sitio. ¿A que no me llevo nada? Ja, ja, ja... Me dejas de piedra. (Eso, tú conviértete en piedra y verás cómo te trituro con la maza de picapedrero). No, esta vez no te voy a escuchar, no te voy a hacer caso. Lloraré como en un parto, pero te juro que por ahí no vuelvo a pasar. ¿Quieres quitar el dichoso Mesías? ¡Parece que vamos a coronar a Napoleón! Y no me vengas con el "ya te lo dije". Aprenderé a bailar con los ojos cerrados, a cantar riendo, a escuchar cómo crece la hierba. Si hace falta, aprenderé a guardar silencio. Incluso a callarme. ¿Sigues ahí?
Claro que sí, puedo oir tu risita... Pero me da igual. Ja, ja, yo también me río, ¿ves? Y voy a comprar flores. Y un mantel bonito. Y un barco pequeño, con su mar y todo, navegando entre las olas mientras suena una campana y el viento despeina las velas. Adios, me marcho, y no pienso arreglar la puerta. La dejo abierta. Ahí te quedas.¡Patapúm parriba!

miércoles, 15 de octubre de 2008

El hombre que hablaba con las espadañas

Buscar la belleza oculta, la que se esconde a las miradas cotidianas, la que se disfraza de rutina o se acurruca entre los pliegues de la normalidad. Acechar el asombro, la sorpresa, el paisaje inesperado, el repentino brote de luces y sombras, un estallar de formas arbitrarias que cobran sentido ante los ojos atónitos del febril buscador. Revelación, éxtasis, perplejidad ingenua del que nunca se cansa de contemplar el centelleo de la divina luz en el espejo de las cosas, de las criaturas, de los lugares, de los seres que gritan o susurran el milagro de la existencia. La pura vida, el color y su opuesto, el sonido invisible, el despliegue inacabable de los signos, el misterioso alfabeto con que el mundo se describe a sí mismo. Descifrar el código que transforma lo real en su apariencia, frenando en su vuelo las figuras que descienden sobre la tierra como máscaras o templos, como quimeras, como niebla fantasma, como un velo que el viento agita caprichosamente. El corazón que anhela espera en sus latidos el retorno de un eco, un sonar de campanas en el hueco mudo de las ausencias, un cálido fluido que derrame el dulzor de la presencia amada. Recorrer los caminos como si nunca fueran a acabarse, como si el viaje fuera ya la meta, como si cada final fuera un principio. Y compartir el beso que la belleza otorga al peregrino, al mendicante humilde, al amante que sueña, a quien se rinde al todopoderoso influjo del instante presente. Aquí y Ahora. Siempre.

Y luego dirán que Pollock es un pintor abstracto...

lunes, 13 de octubre de 2008

Encuentro en un cementerio

Una de cal y otra de arena, o lo que es lo mismo, una de erudición musicopérsica y otra de patinaje artístico por los hielos perpetuos de mi casquete polar (lo que viene a ser el cerebro propiamente dicho). Y para ello me sirvo de esta fotografía añeja (del añejo 1998, concretamente). No sé ni por dónde empezar. La hice en Estambul, en un cementerio. El hombre de la barba desempeñaba alguna función que no recuerdo, pero que era sin duda una forma de ganarse unas liras para vivir dignamente. Hay muchos personajes así, que piden sin pedir, ofreciendo algún servicio bastante confuso y que casi siempre acabas rehusando con la mayor amabilidad posible. Hubo un simulacro de conversación, con mejor voluntad que resultado, ya que él sólo hablaba turco y no es un idioma ni remotamente parecido al español. Al menos tuvo lugar un cierto intercambio, que es lo que cuenta. Era agosto, por lo que el gorrito de lana resulta un poco fuera de lugar, pero quién soy yo para conocer su necesidad de mantener la cabeza caliente. Cierto que no combina con la camisa. La barba, en cambio, es hermosa. Si de mayor me dejo barba, quiero que sea así. Ondulada y brillante, densa y esponjosa. Pero lo que siempre he pensado ante esta imagen es que, si en lugar de la camisa de rayas y el gorro de lana, hubiera llevado una túnica y un turbante, ¿estaríamos viendo a la misma persona? Mejor dicho: ¿tendríamos la misma percepción de este hombre? ¿Es un viejo pobre que malvive de las limosnas de los turistas, o un venerable derviche que observa con amor y perspectiva -y paciencia- a los modernos peregrinos que buscan, con mayor o menor sinceridad, excitación espiritual o experiencia genuina? Tal vez las dos cosas, tal vez ninguna. Lo que me lleva a reflexionar sobre el valor de la experiencia. Hubo un encuentro entre desconocidos, y cada cual lo vivió desde su propio ser. La experiencia es aquello que has experimentado, pero también lo que has aprendido de ella. Es posible acumular experiencias sin sacar provecho alguno, así como lo es destilar valiosas enseñanzas de una sola vivencia. Dependerá de nuestra actitud, de nuestra predisposición, de nuestra capacidad, de nuestro estado de ser y de estar. Apenas recuerdo una vaga calidez, pero dudo que en aquel momento fuera yo capaz de ir más allá de la tosca superficie de las cosas. Ni siquiera me atrevo a aventurar que hoy sería diferente. Cada instante es nuevo y distinto, y hay que vivirlo como si fuera único - que lo es. Al menos tengo el testimonio mudo de la imagen de un hombre real, cuya magnífica barba me parece motivo suficiente para contemplar su foto y recordarle con afecto.
Tesekkür ederim.

jueves, 9 de octubre de 2008

Instrumentos persas: el setar

Hoy toca una de esas entradas didácticas sobre música persa. Las anuncié cuando empezaba este viaje, y luego traicioné mis palabras, y eso está muy feo. Así que aquí estamos. En la foto (que he tomado prestada de su web), podemos ver al gran maestro Dariush Tala´i tocando el setar. Se trata de uno de los instrumentos más representativos de la música persa. Su nombre significa "tres cuerdas", aunque actualmente tiene cuatro, debido a que un derviche y gran músico llamado Moshtaq Ali Shah (fallecido en 1792) decidió añadir una última cuerda. Su origen puede ser rastreado en los textos hasta el siglo XII bajo diferentes nombres, y pertenece a la familia de los laúdes de mástil largo, de los cuales hay numerosas variantes en todo el mundo oriental, desde Turquía hasta China, pasando por toda Asia Central.
La caja de resonancia está hecha de tiras de madera muy finas, y el instrumento es sorprendentemente ligero. En la técnica clásica se toca únicamente con la uña del dedo índice. Los trastes son móviles, y están hechos con un tipo de cordel que se anuda alrededor del mástil. Las cuerdas son metálicas, y existen diferentes afinaciones que dependen del modo al que pertenezca la pieza que se va a interpretar (véase entrada sobre el radif, en septiembre de 2007).
Sobre el sonido no voy a decir nada, porque para eso os añado un enlace abajo y así lo podéis disfrutar de verdad. Es el único instrumento de la música clásica persa que no se utiliza para la música "ligera", y es también el predilecto de los derviches. Pues hala, ya lo conocéis un poco más. Ahora, a escuchar. Si os gusta (que os gustará), os puedo recomendar algún disco maravilloso. En el vídeo podéis ver y escuchar a Dariush Safvat al setar, y cantando al gran Razavi Sarvestani. Un lujo, vamos. Que lo disfrutéis.

Dariush Safvat y Razavi Sarvestani (setar y voz)

miércoles, 8 de octubre de 2008

Enredando

Buscando alguna imagen que pudiera justificar la entrada de hoy, he topado con esta foto de uno de los majestuosos árboles que crecen frente al palacio de La Granja, en Segovia. Como la hice con el móvil, pensé en arreglarla un poco (brillo, contraste, etc), pero una cosa me ha llevado a otra, y al final se me ha ocurrido la idea de hacer una nueva versión. Y es que no he podido evitar que la intrincada red de ramas - de un verde sorprendente - me recordara las imágenes de redes neuronales, y me he dicho: ¿y si viro la foto a rojos, como si fuera un bosque de sinapsis en ebullición, saturadas de impulsos electromagnéticos y disparando dopamina como metralleta en película de Tarantino? Y así lo he hecho. Según parece, el cerebro es la organización más compleja del universo (lo que implica que alguien se ha dedicado a recorrerlo entero para poder afirmar tal cosa, pero... ¿no era el universo infinito? - y encima se expande...¿hacia dónde?), algo así como billones de neuronas conectadas formando caminos de ida y vuelta; la electricidad circulando a hipervelocidad, abriendo y cerrando puertas, liberando sustancias con nombre de droga ilegal que nos hacen sentir bien o mal, o pensar en el mar, o resolver una raíz cuadrada (bueno, yo eso no), o parir un verso; o recordar un nombre o una caricia; o decidir que mañana será un gran día, y que seremos felices aunque nos parta un rayo. Y que nos dé miedo la oscuridad o el dolor, y que nos haga llorar una voz que canta o nos haga cantar un niño que llora. Por eso tenemos la cabeza tan dura - unos más que otros -, para proteger ese mini universo que llevamos a cuestas. Menuda responsabilidad.
Y para terminar, como hace mucho que no pongo ningún enlace exótico, ahí os dejo uno. Merece la pena, aunque sólo sea por su sonrisa.

Daf solo by Shekofeh

martes, 7 de octubre de 2008

Un paseo por la bidimensionalidad

Rescato esta noche otra fotografía casi olvidada, y que sin embargo siempre estuvo entre mis predilectas. Posee ese rasgo que tanto me gusta, ese caminar en el límite de lo figurativo y lo abstracto, entre lo reconocible y lo enigmático. Y aún más, porque es capaz de aparentar movimiento siendo, como es, una planta en su maceta. Ni siquiera pudo el viento agitar sus hojas, pero lo consiguió el encuadre y el juego de la profundidad de campo. Me gusta el vórtice que parece tragarse las hojas como un sumidero... ¿O se trata tal vez de un surtidor que arroja su líquido negruzco como láminas de catarátas concéntricas? Hay algo vertiginoso y abismal, acuoso, fluido, sólido y escurridizo. La imagen se engulle a sí misma, y es posible que pronto desaparezca ante nuestro ojos y sólo quede de ella un rastro húmedo sobre el papel. Un recuerdo que flota en el vacío, un sonido sibilante que corta el silencio como el filo de una hoja, un espejismo que vino y se fue sin que hubiera tiempo para hacer preguntas. Pero la realidad se recrea a cada instante, y la imagen vuelve a emerger girando sobre su eje, como una hélice subiendo y bajando en espirales. Camino de ida y vuelta, tobogán, un niño - casi - jugando con la cámara, explorando el mundo más pequeño para encontrar sus límites y, de paso, la salida de emergencia, o la puerta de atrás...

domingo, 5 de octubre de 2008

Ámbar: ¿Por qué me posé en aquella conífera?

Esta mañana he estado trasteando un ratillo con el Photoshop (por aquello de desatascar el queso de bola que tengo por cerebro) y me ha salido esto. ¿Será casualidad? Un insecto atrapado en ámbar desde el Cretácico - porque lo digo yo, que para eso lo he parido. Quizá lleva 90 millones de años ahí dentro, suspendido e inmóvil. Aquél que contempló a los tiranosaurios y los pterodáctilos, que escapó de las lenguas viscosas de los reptiles, que evitó las mandíbulas peludas de arañas del tamaño de gatos, puede terminar siendo un pisapapeles en el despacho de un bufete de abogados de - pongamos por caso - Albacete. Prefiero imaginarlo en la mesa de un laboratorio del Museo Smithsonian, que es mucho más chic. No parece un mal destino para un insecto. Tirando del hilo, descubro que el 27 de julio de este año se dio a conocer la noticia del hallazgo de una gran cantidad de ámbar del Cretácico en Cantabria, en la cueva de El Soplao (qué estilo tenemos para nombrar a las cosas por estos lares). Se le atribuyen gran cantidad de poderes curativos y espirituales - al ámbar, no a la cueva -, de los cuales debo confesar que no tengo constancia. Pero es un material muy interesante, y de indudable belleza (bueno, en mi dibujo no tanto).
Supongo que se nota que hoy no ando muy fino, así que lo voy a ir dejando. Pensaba hacer una profunda reflexión acerca de seres atrapados en sustancias semitransparentes y antaño viscosas, pero luego lo he meditado y he decidido posponerlo sine die...
Tras el 6-1 del Barça al Atleti, no queda mucho por decir. ¡Ánimo, colchoneros!
Buenas noches y totus tuus.

jueves, 2 de octubre de 2008

Homo creator (el que se aburre es porque quiere)

Hay dos cosas que hago desde que tengo recuerdo: tocar instrumentos y dibujar. Creo que aún conservo algunos folios de apuntes del colegio, en los que los dibujos de los márgenes cada vez iban ganando más terreno al texto. Y conservo esa costumbre de garabatear en cualquier papel, mientras hablo por teléfono, pienso o espero en cualquier circunstancia. No sabría describir de dónde proviene el placer que indudablemente experimento al hacerlo. Es un proceso casi automático, y normalmente comienzo el trazo como estas entradas, sin saber lo que va a salir. Y sin que me importe el resultado. Curiosamente, he pasado algunas épocas relativamente largas de mi vida sin dibujar ni hacer música. Pero siempre vuelvo. Es como lo de escribir. Gracias al blog he recuperado la costumbre, y ahora se ha convertido en un excelente medio de sacar a la luz (más o menos pública) los mejunjes que se me van cociendo entre sinapsis. Y en esta reflexión descubro que, básicamente, el impulso en los tres casos es el mismo, o muy similar. Dibujar, tocar y escribir son tres formas de expresión diferentes pero que responden a una necesidad bastante indescifrable. Quiero decir que lo hago aunque sepa que nadie lo va a ver, escuchar o leer. Pero también siento el deseo de compartirlo, porque eso sí es algo que experimento como una necesidad. Supongo que es el impulso creativo, pero reconozco no comprender a qué obedece. El gran José Antonio Marina habla con frecuencia de dicho impulso creador: "La creatividad nos permite descubrir posibilidades nuevas en la realidad, aumentar, pues, nuestros poderes. Consiste en hacer que algo valioso que antes no existía, exista". Es una definición magnífica. Discernir si lo creado es o no valioso es un asunto más delicado. Pero no me cabe duda de que esa pulsión, ese arrebato dulce que empuja a blandir el lápiz o el instrumento musical nos conecta con áreas del ser que se escapan al análisis racional, y que nos liberan de ciertas ataduras terrenales para conducirnos a paisajes del espíritu. Es una mecánica que se rige por sus propias leyes, ajenas al mundo material, pero absolutamente necesarias para la supervivencia. En ningún momento de la Historia, por terrible que haya sido, ha dejado el ser humano de crear. Por algo será.
A veces, cuando garabateo, me siento como un habitante del Paleolítico en su caverna. Quizá no hemos evolucionado tanto como creen algunos...
El libro "The Art of Persian Music" comienza con una cita de Nietzsche (en inglés): "Without music life would be a mistake".

No me resisto a terminar esta entrada sin recomendaros que leáis el comentario anónimo a la entrada anterior. Amén.