lunes, 31 de marzo de 2008

La belleza siempre

¿Qué tienen en común los cisnes y los pavos reales? Por supuesto, que son aves. Y que, al menos que yo sepa y en general, no nos las comemos. Podríamos decir que el hombre no saca gran provecho de ellas, pero las alimenta y las cuida con el único fin de contribuir al embellecimiento de parques y jardines. Y a nadie le extraña. ¿Por qué?
Porque la Belleza es necesaria para la vida, y el ser humano la busca incesantemente. Observamos a estas aves y no vemos un animal con plumas que se alimenta de insectos o plantas acuáticas, sino a unos seres gráciles, majestuosos, a veces casi sobrenaturales, que hacen del simple hecho de desplazarse una danza llena de armonía. Nos inspiramos en ellos para nuestras propias danzas, imitamos su elegancia, los investimos de sagrados simbolismos, les atribuimos poderes mágicos y curativos... Y todo ello a causa de nuestra profunda necesidad de trascender, de ir más allá de los límites de la experiencia ordinaria. Ese impulso inmemorial que nos llama desde la lejanía, ese pulso vital que nos anima, que nos arrastra a los caminos de la creación, para hacer surgir la belleza donde no la había, o a revelarla donde se hallaba oculta. ¡Pobre de aquel espíritu que no siente la inquietud de la búsqueda!

domingo, 30 de marzo de 2008

Otro desvarío...

Por alguna extraña razón, todo parecía indicar que aquel día sería diferente. Tal vez la temperatura, o la luz que entraba por la ventana, o el hecho de que la noche anterior la hubiera pasado soñando estupideces, como que el pelo me llegaba hasta los pies en cascadas de rizos, lo que me impedía caminar con normalidad; en cualquier caso, tomé la determinación de no permitir que las condiciones exteriores me impidieran llevar a cabo la misión que me había propuesto: escribir un par de páginas de brillante discurso, encontrar la justa expresión, las palabras más adecuadas… Las palabras, signos absurdos que nos empeñamos en juntar para dotarlos de significado... ¿con qué fin? Explicarnos la existencia, inventar historias para recrear las vidas que no vivimos, proclamar nuestras creencias como si fueran de algún interés para los demás. Y la poesía, la más arriesgada pirueta del lenguaje, el intento casi siempre vano de compartir nuestro corazón, de abrir nuestras entrañas para que todo el mundo pueda verlas, como si alguien quisiera cosernos las heridas.
No es que me falte la voluntad, pero prefiero no insistir en la necesidad de ser honesto ante la hoja en blanco, incluso cuando tenemos la certeza de que nadie leerá nuestros versos, de que ningún intruso o invitado demostrará el más mínimo interés en posar su vista en el rastro de tinta que vamos dejando mientras nos alejamos.
En definitiva, todo pasa y se pierde, en su efímero vuelo por este fragmento de universo que nos empeñamos en considerar nuestro mundo y nuestro tiempo.
Y para no seguir por este camino tan incierto, desde ahora mismo me declaro parte integrante de la corriente, del flujo incesante de energía que alimenta el planeta, del devenir que determina el futuro de la especie, de la inabarcable secuencia de acontecimientos que compone la ilusión perfecta e inamovible de que la vida sigue, al margen y por encima de nuestras pequeñas miserias, como una enorme criatura que se despereza tras un largo sueño de milenios.

Y sigo respirando, porque no sé qué hacer si no con los pulmones.

El ser humano, un auténtico bicho raro, empeñado con una asombrosa perseverancia en su propia destrucción, volverá a dejar constancia de su inagotable capacidad para sorprenderse a sí mismo, y con su habitual falta de rigor intelectual y certeza moral, llevará a cabo el más difícil todavía:

¡No me digas!
Pues sí.

En el mejor de los casos, toda reflexión termina por convertirse en un bucle, porque la pregunta siempre alberga en su seno la respuesta. Esos fugaces instantes de iluminación, ese satori repentino que nos asalta casi siempre por sorpresa, y que con frecuencia no identificamos sino como un vago recuerdo, un aroma familiar, un resplandor a veces amargo pero cálido; esos rostros que se cruzan en nuestro camino dejando una impronta perecedera pero inquietante; los misteriosos sonidos que creemos escuchar a nuestra espalda para descubrir, al girarnos, que estamos solos. Acaso tan sólo sea el azar, como esa nube que podría deshacerse en lluvia y que sin embargo permanece flotando aparentemente estática en un cielo congelado y perpetuamente gris.
Mas en la fría calma del despertar, la promesa de un día más que hay que vivir, que no hay más remedio que vivir, porque está ahí, de eso estamos seguros; y si lo pensamos bien, pues quién nos garantiza que eso es cierto, cómo podemos estar seguros de que mañana será otro día, a no ser por la costumbre, por el hábito. Y de no ser así, ¿qué más nos da? Bastante tenemos con levantarnos de la cama, como un heroico ejercicio de fe en la existencia de una realidad objetiva que constantemente se revela insuficiente; el permanente desafío a la razón que representa nuestra dependencia casi absoluta de la percepción sensorial. ¡Valiente osadía!
Y sin embargo aquí estamos, con lo puesto, por más que nos creamos poseedores de quién sabe qué conocimiento verdadero, rodeados de objetos imprescindibles y necesarios, no obstante haber demostrado ser inútiles e incapaces de hacer frente a las pequeñas oscilaciones del ánimo y el temperamento, a los sutiles contratiempos cotidianos que en ocasiones nos hacen insufrible la existencia. ¡Maldito sea quien nos enseñó el apego!
Pero ni mucho menos pierdo la esperanza, porque sé que hay un Dios Misericordioso que nos sostiene a pesar de nuestra inconcebible estupidez, y nos ofrece una y otra y otra vez la oportunidad, nos abre Sus puertas, nos muestra el Camino, y nos bendice con el aliento divino que alimenta las almas cansadas y sedientas.
Amen.

viernes, 28 de marzo de 2008

La libertad del membrillo


Es difícil de explicar, pero a veces la búsqueda de la sencillez requiere poner en marcha complejos mecanismos, como si recorrer un laberinto fuera el camino más corto entre dos puntos. En realidad preferiría que las imágenes hablaran por sí solas, pero reconozco que sería un milagro, porque en cada persona despiertan ecos diversos, asociaciones propias e intransferibles, lo cual es en sí un logro maravilloso. La poesía más pura es el silencio, pero nos gusta poner en palabras aquello que no puede ser expresado. De todas esas contradicciones están hechos el arte y la vida. Y por eso utilizo la fotografía de un membrillo para hablar de la libertad. O acaso del Destino.
Un membrillo es el producto final de una serie de procesos naturales, del desarrollo de una cadena de acontecimientos prodigiosos: el árbol nacido de la semilla, la lluvia sobre la tierra, la luz del sol, las aves y los insectos, el viento, la fotosíntesis, la formación del fruto y su maduración. Un membrillo no puede ser otra cosa que un membrillo. Su libertad consiste en no tener que escoger, porque sólo hay un camino posible: la membrillez. Y en ella radica su perfección. Hoy envidio su sencillez, su gozosa plenitud, su dulce destino. La libertad de estar sin tener que parecer, de ser lo que se es. De completar el círculo, aquello para lo que has sido creado. Para un membrillo es fácil. El ser humano lo tiene un poco más complicado.
En fin, que hoy estoy cansado y se tenía que notar. Pero me gusta la presencia rotunda y táctil de ese fruto esperando su destino. Y me gustan los membrillos, sobre todo con queso.
Que aproveche.

martes, 25 de marzo de 2008

El hombre elefante

Cuando el cine se convierte en arte y algo más aparecen películas como "El hombre elefante", dirigida por David Lynch en 1980, y protagonizada por Anthony Hopkins, John Hurt, John Gielgud y Anne Bancroft. Pero hoy no quiero hablar de cine, por más que esta obra maestra merezca todos los elogios y, desde luego, una lectura atenta y devota. Lo maravilloso de esta historia - y quizá el mayor logro de la versión cinematográfica - es el retrato profundo y conmovedor de un ser humano excepcional: Joseph Merrick. Un espíritu exquisito, un ejemplo de dignidad y nobleza, de inocencia y pureza encerradas en una envoltura monstruosa. Lo fascinante es comprobar que a medida que avanza la película, la luminosidad interior de Merrick inunda de tal forma la escena que uno llega a olvidar su aspecto deforme, deslumbrado por el resplandor de un corazón en el que no hay lugar para el rencor. Soporta humillaciones despreciables, es repudiado y perseguido, pero el Amor es una energía demasiado poderosa para dejarse vencer por la ignorancia. Su dulzura queda en nuestro recuerdo, la huella de su grandeza perdura en la memoria, y confirma la esperanza de que es posible estar en el mundo sin ser devorado por sus pequeñas mezquindades y sus paraísos artificiales.
Hay un camino hacia la felicidad en el alma humana, y sólo hay que estar dispuesto a encontrarlo y seguirlo hasta el final.

lunes, 24 de marzo de 2008

El bosque mágico

Supongo que hubo un tiempo en que la relación del hombre con la Tierra era algo natural, simple y directo. Somos parte de la naturaleza, un elemento más en la compleja red de sistemas biológicos que dan forma a esto que llamamos nuestro mundo. Que ahora parezcamos empeñados en la nada desdeñable tarea de destruir todo ecosistema para sustituirlo por centros comerciales o urbanizaciones con campo de golf, no hace sino confirmar la idea de que nuestro ADN tiene más en común con un virus que con la cúspide de la pirámide de la creación. La soberbia es una niebla que cubre y oculta la inteligencia, y que probablemente nos llevará justo al lugar contrario al que creemos dirigirnos. Queremos someter al planeta, y terminaremos por ser expulsados del paraíso terrenal, convertidos en una más de las especies que se han extinguido sin dejar mayor rastro. Pero mientras eso ocurre (y quiera Dios que falte mucho), aún tenemos la posibilidad de escaparnos de la felicidad prefabricada de las urbes para experimentar el gozo de un paseo por el bosque, ese lugar mágico y sagrado que conserva, para los espíritus fatigados, las energías que un día hicieron surgir la vida y sus misterios. Con demasiada frecuencia olvidamos que somos una especie más del reino animal, y el bosque, el mar o la montaña nos recuerdan cuál es nuestro lugar, y qué fácil es romper el equilibrio de fuerzas que sostiene al planeta en su viaje por el universo. Los cuerpos celestes giran en sus órbitas inmutables durante milenios, y el hombre, ajeno a su propia irrelevancia, contempla con desmedido orgullo sus pequeñas obras, coronándose emperador de una mota de polvo que flota sin rumbo al capricho del viento. Y de repente un día te sientas en el tronco de un árbol quizá vencido por un rayo, y por un instante tu espíritu se funde y se disuelve en el aliento silencioso del bosque, el hogar ancestral, el edén perdido y reencontrado. Y bañado por el hálito divino regresas, con la conciencia de haber tocado, tal vez por un segundo, el corazón mismo de la vida.

sábado, 22 de marzo de 2008

Las cosas pequeñas

Uno de los grandes retos para un fotógrafo es encontrar motivos interesantes, o dotar de interés a aquellos que parecen no tenerlo. A mí me resulta especialmente apasionante buscar alimento artístico entre las cosas pequeñas, en todo aquello que habitualmente nos pasa desapercibido, ya sea por falta de atención o por pertenecer al mundo de lo minúsculo. Es sólo una cuestión de escala.
¿Qué diferencia a esta frágil figura vegetal de un árbol de treinta metros? La escala. En esencia son lo mismo: su estructura, su proporción, la forma en que se expanden sus ramas, las semillas de las que nacieron, su manera de germinar, de esparcir su herencia al viento...
Pero esto es el microcosmos. Los mosquitos son gorriones, las abejas, cigüeñas, las arañas, osos pardos. Y nosotros, gigantes descomunales, tenemos que bajar la vista, descender al nivel de nuestros pies, y detener nuestro casi siempre demasiado rápido viaje para poder contemplar, en su verdadera dimensión, las diminutas maravillas que tienen lugar en este submundo. Al cabo de unos minutos de observación atenta, la insignificante planta comienza a revelar sus secretos, su belleza quebradiza y fugaz, el juego microscópico de líneas en fuga, el despliegue prodigioso de su dibujo geométrico y aéreo, su cimbreo imperceptible... Y finalmente sobreviene la inevitable conciencia de nuestra propia pequeñez, la certeza de que no somos mucho más que esa plantita que ahora nuestros ojos perciben como el eje de un universo en miniatura.

viernes, 21 de marzo de 2008

Del otro mundo

Ya he hablado anteriormente de esa maravillosa capacidad que tiene algunas imágenes de transportarnos a otro tiempo y a otro lugar. Más allá de la experiencia personal, algunas fotografías nos permiten sentir el sabor peculiar de ciertas vivencias, nos ayudan a viajar y experimentar sensaciones quizá desconocidas, pero que seguramente comparten algún elemento que nos resulta familiar. Aunque uno nunca haya estado en un cementerio de Estambul, quiero creer que al observar esa lápida apenas rozada por el sol, creciendo como una planta más del jardín, inclinándose como impulsada por un fototropismo imposible, podrá sentir la misma calma, el mismo sosiego, igual recogimiento. Un instante para la reflexión, ese fugaz paso por el mundo al que llamamos vida; y una eternidad, el Tiempo detenido, un paréntesis de magnitud inabarcable, inconcebible por nuestra limitada comprensión de las cosas.
Puede que parte del misterio se halle en no saber qué significan los hermosos signos tallados en la piedra. Y uno puede imaginar versos de Rumi, palabras que hablan de la Unión, del reencuentro, del tránsito secreto e inevitable, de una esperanza oculta entre los pétalos de una rosa dormida en el regazo de las brisas del Bósforo.

martes, 18 de marzo de 2008

Los milagros cotidianos

La humildad de los insectos es fascinante, porque de hecho su complejidad es mayor que la de muchos otros seres que parecen presumir de atributos más sólidos. Y sin embargo este pequeño hemíptero (que es humilde hasta en su nombre común, zapatero), es capaz de andar sobre las aguas, demostrando además una singular elegancia al hacerlo. Es una escena tan familiar, observada una y otra vez desde la infancia, que hay que hacer un esfuerzo para ser consciente de lo prodigioso del fenómeno. Luego vendrá la ciencia y nos hablará de la tensión superficial, pero ver a los zapateros deslizándose silenciosamente sobre las aguas calmas de un río es la materialización de un milagro. Y saber que es un fenómeno natural no lo convierte en algo menos mágico y cautivador. Y a veces me pregunto si en realidad compartimos la misma dimensión, si nuestros universos sólo se cruzan ocasionalmente, si la hazaña cotidiana de un zapatero que avanza sin aparente esfuerzo sobre la superficie del agua no es más grande que tantos logros vanos del hombre, tan orgulloso de sus a menudo absurdos avances tecnológicos.
Quisiera poder cruzar las aguas de mi existencia con la frágil y vulnerable facilidad con que este insecto atraviesa un arroyo, ajeno a su insignificancia, a pesar de la cual quizá sostiene el orden invisible de un cosmos oculto.

domingo, 16 de marzo de 2008

He vuelto


Pues sí, aquí estoy de nuevo, en la misteriosa blogosfera, dispuesto a compartir con quien tenga a bien visitarme algunas de las cosas que se me pasan por la cabeza, quién sabe por qué.
Hoy traigo esta foto, que como de costumbre encierra algunos enigmas. ¿Qué hacen dos caracoles escondidos en el interior de esa flor? Acaso hayan cambiado sus hábitos por los de las abejas, y acudieron en busca de néctar o polen. Se me antoja improbable y bastante surrealista. Más allá de lo insólito de su ubicación, me intriga la hermosa relación de formas, las espirales combinándose y fundiendo los universos vegetal y animal, el juego de las curvas, y esa curiosa sensación de hallarse flor y caracoles suspendidos en el aire, sin aparente sostén. Donde se demuestra que el encuadre es uno de los pilares fundamentales de la fotografía; como en este caso, en que el punto de vista descontextualiza (perdón) la imagen hasta convertirla en un conjunto abstracto de formas y claroscuros. Sólo los caracoles se obstinan en recordarnos que es una imagen real.
Y por ello les doy las gracias y las buenas noches.