
En definitiva, todo pasa y se pierde, en su efímero vuelo por este fragmento de universo que nos empeñamos en considerar nuestro mundo y nuestro tiempo.
Y para no seguir por este camino tan incierto, desde ahora mismo me declaro parte integrante de la corriente, del flujo incesante de energía que alimenta el planeta, del devenir que determina el futuro de la especie, de la inabarcable secuencia de acontecimientos que compone la ilusión perfecta e inamovible de que la vida sigue, al margen y por encima de nuestras pequeñas miserias, como una enorme criatura que se despereza tras un largo sueño de milenios.
Y sigo respirando, porque no sé qué hacer si no con los pulmones.
El ser humano, un auténtico bicho raro, empeñado con una asombrosa perseverancia en su propia destrucción, volverá a dejar constancia de su inagotable capacidad para sorprenderse a sí mismo, y con su habitual falta de rigor intelectual y certeza moral, llevará a cabo el más difícil todavía:
¡No me digas!
Pues sí.
En el mejor de los casos, toda reflexión termina por convertirse en un bucle, porque la pregunta siempre alberga en su seno la respuesta. Esos fugaces instantes de iluminación, ese satori repentino que nos asalta casi siempre por sorpresa, y que con frecuencia no identificamos sino como un vago recuerdo, un aroma familiar, un resplandor a veces amargo pero cálido; esos rostros que se cruzan en nuestro camino dejando una impronta perecedera pero inquietante; los misteriosos sonidos que creemos escuchar a nuestra espalda para descubrir, al girarnos, que estamos solos. Acaso tan sólo sea el azar, como esa nube que podría deshacerse en lluvia y que sin embargo permanece flotando aparentemente estática en un cielo congelado y perpetuamente gris.
Mas en la fría calma del despertar, la promesa de un día más que hay que vivir, que no hay más remedio que vivir, porque está ahí, de eso estamos seguros; y si lo pensamos bien, pues quién nos garantiza que eso es cierto, cómo podemos estar seguros de que mañana será otro día, a no ser por la costumbre, por el hábito. Y de no ser así, ¿qué más nos da? Bastante tenemos con levantarnos de la cama, como un heroico ejercicio de fe en la existencia de una realidad objetiva que constantemente se revela insuficiente; el permanente desafío a la razón que representa nuestra dependencia casi absoluta de la percepción sensorial. ¡Valiente osadía!
Y sin embargo aquí estamos, con lo puesto, por más que nos creamos poseedores de quién sabe qué conocimiento verdadero, rodeados de objetos imprescindibles y necesarios, no obstante haber demostrado ser inútiles e incapaces de hacer frente a las pequeñas oscilaciones del ánimo y el temperamento, a los sutiles contratiempos cotidianos que en ocasiones nos hacen insufrible la existencia. ¡Maldito sea quien nos enseñó el apego!
Pero ni mucho menos pierdo la esperanza, porque sé que hay un Dios Misericordioso que nos sostiene a pesar de nuestra inconcebible estupidez, y nos ofrece una y otra y otra vez la oportunidad, nos abre Sus puertas, nos muestra el Camino, y nos bendice con el aliento divino que alimenta las almas cansadas y sedientas.
Amen.
1 comentario:
Una lágrima,corre por mi rostro,después de leerte.
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