miércoles, 26 de mayo de 2010

Escribiendo en el agua

Nos escribimos en el pergamino agrietado de la vida con la caligrafía temblorosa del cálamo mal afilado, mientras la tinta se espesa hasta convertirse en polvo. Un soplo se lleva el rastro de todas las palabras que a duras penas vestían nuestra desnudez de criaturas desorientadas, o tal vez la lluvia borrará el confuso alfabeto con el que un día construimos nuestras naves, y del que apenas quedará una huella húmeda salpicada de olvido. Como esos peces que levitan sobre su sombra dibujando signos indescifrables, acaso perseguimos el destino que ya no nos espera tras la esquina, acechando una señal en el camino que nos muestre si todavía es tiempo de esperanza.

En las aguas rojas de ese mar se pierde la mirada, se duermen los sentidos mientras se mece el corazón en su propio latido. La voz que te acompaña seguirá susurrando su absurdo soliloquio, pero ya no sabrás si es sólo la costumbre. Por mucho que la giras, la brújula se obstina en señalar el norte - más o menos: caprichos de la declinación magnética -, pero mis pies me llevan casi siempre sin preguntar siquiera. De jardín en abismo, de laberinto en trampa, de pasillo en pradera.

El grande se comerá al chico - si se deja: David mató a Goliat con una piedra.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Mira por dónde

Contemplo atónito el paso de un segundo tras otro, el movimiento imperceptible y velocísimo de las alas de un insecto que acaba de despertar a la primavera tardía. En el verde asombroso de un brote tierno me pierdo hasta las lágrimas, incapaz de soportar casi la belleza de lo que un día será un fruto o una flor. Envuelto por los aromas que hasta la brisa más liviana transporta entre sus dedos invisibles, quiero entonar el himno sagrado de la vida, y tan sólo susurro una plegaria torpe, porque la palabra se funde bajo la luz que se filtra entre las ramas. Aunque lejos del mar, siento la espuma y la sal que se adhiere a la piel como un beso. No conozco los nombres de las aves ni los árboles que habitan; no sé cómo se llaman los ríos ni los valles. No sé qué dice el grillo cuando canta. Miro al cielo estrellado y no entiendo el poema que recitan sus luces. Todo es misterio y verso, todo es un bello enigma sin respuesta. Quisiera caminar hasta los bordes, hasta lo más profundo, donde la noche es tan oscura que hasta el silencio calla.
En el orbe minúsculo del ojo se precipita el tiempo, giran los mundos y los rostros, y los recuerdos dibujan su rastro inútilmente, pues morirán con el siguiente parpadeo.
Porque la lágrima es un pequeño mar donde naufraga la tristeza.