miércoles, 26 de mayo de 2010

Escribiendo en el agua

Nos escribimos en el pergamino agrietado de la vida con la caligrafía temblorosa del cálamo mal afilado, mientras la tinta se espesa hasta convertirse en polvo. Un soplo se lleva el rastro de todas las palabras que a duras penas vestían nuestra desnudez de criaturas desorientadas, o tal vez la lluvia borrará el confuso alfabeto con el que un día construimos nuestras naves, y del que apenas quedará una huella húmeda salpicada de olvido. Como esos peces que levitan sobre su sombra dibujando signos indescifrables, acaso perseguimos el destino que ya no nos espera tras la esquina, acechando una señal en el camino que nos muestre si todavía es tiempo de esperanza.

En las aguas rojas de ese mar se pierde la mirada, se duermen los sentidos mientras se mece el corazón en su propio latido. La voz que te acompaña seguirá susurrando su absurdo soliloquio, pero ya no sabrás si es sólo la costumbre. Por mucho que la giras, la brújula se obstina en señalar el norte - más o menos: caprichos de la declinación magnética -, pero mis pies me llevan casi siempre sin preguntar siquiera. De jardín en abismo, de laberinto en trampa, de pasillo en pradera.

El grande se comerá al chico - si se deja: David mató a Goliat con una piedra.

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