miércoles, 26 de noviembre de 2008

Menos Mal

Cara de piedra, de piedra falsa, el rostro del diablo - diablillo - que anida entre nosotros sin que nos Demos cuenta. En una calle del centro de Madrid, en una inofensiva jardinera, su mirada vacía, su gesto entre burlón y sorprendido. Esos cuernos tienen que ser de pega - demasiado bien hechos -, y el flequillo peinado con tridente, y la nariz tan Roma (ja, ja), tan achatada, tan plana, tan sin forma. Si no fuera mentira, se diría gastada por el tiempo, por el viento y la lluvia, por el paso inclemente de los siglos. Pero no, ¿de qué siglos? Hasta la boca miente, ni cerrada ni abierta, parece estar silbando o murmurando un salmo. Mejor que no responda, por si acaso.
Me da un poco de pena, tan pequeño, tan poca cosa el pobre. No pasa casi gente por su calle, y casi nadie - yo sí - repara en su presencia: con razón está triste. ¡Dejadme hacer el mal, un maleficio, una malaventura, un contratiempo, un resbalón fatal, un estropicio, un pensamiento impuro, lo que sea! Pero nadie le escucha, con esa vocecilla tan débil que el maullido de un gato la sofoca. Se ha puesto muy difícil ser malvado
, hay mucha competencia desleal. Pues cuando nadie mire os sacaré la lengua, me burlaré del mundo, de su fugaz destino, de su torpe conciencia, de su pasar de largo. Mejor así, no me hagáis mucho caso, que pueda trabajar a mi manera, silencioso y discreto. Quizá sea muy tarde para cuando os déis cuenta...
Qué quieres que te diga, pero a mí esto me suena a pataleta.

martes, 25 de noviembre de 2008

No es tan fiero como lo pintan

Mañana de domingo en el Retiro. Tengo que hacer la foto, aunque sea con el móvil. Esa cabeza de león, la piedra marcada con las huellas de las gradinas, la luz del sol de otoño... Está junto a la antigua Casa de Fieras, pero tiene una cara de bueno que dan ganas de abrazarse un buen rato, incluso a sabiendas de lo duro que va a estar. Cuando abro la foto en el ordenador, descubro al señor calvo montando en bicicleta. Al principio pienso en quitarlo, pero luego me hace gracia, tan chiquitito, que parece que se le va a meter por la nariz al león... Que ahora parece una Esfinge, ciclópeo y magnífico. No se ve, pero el suelo está completamente cubierto de hojas, como en las pesadillas de un jardinero. Nicolás - un niño precioso que va conmigo a los parques para ver si aprendo a jugar - lleva un globo rojo en la mano. Dos minutos más tarde estará volando sin rumbo - el globo, no el niño -, y le diremos adiós, buen viaje, que te vaya bien. Y luego los columpios, el tobogán, los palos, las piedras, la arena, las galletas, los patos, otra vez las hojas, no estoy, corre que te pillo, súbeme a caballo, Bob Esponja, Patricio, Otoño llegó, marrón y amarillo...
A la fuerza el león ha de tener cara de bueno. Si os fijáis, hasta se le escapa una sonrisa.

domingo, 23 de noviembre de 2008

A puerta cerrada

La tristeza es esa lluvia violeta que lentamente se instala en tu casa como un parásito de rostro dulce, y mientras te devora las entrañas acaricia tu oído con palabras melancólicas. En el heróico y siempre vano esfuerzo por comprender el mundo y su circunstancia, el absurdo triunfa con su mundanal indiferencia, con su desprecio ronco y abyecto, bajo el aplauso espléndido de quienes nada tienen que ganar. Me canso de trepar por esa pendiente resbaladiza, de clavar las uñas desesperadamente en el blando material del que está hecha la frontera entre estar vivo y vivir. Con un pie a cada lado, en el precario equilibrio del funambulista ciego que tan sólo se deja guiar por el sonido incierto y tembloroso de las dudas. Cada paso que doy me aleja y me aproxima, sin que llegue a saber si es el norte o el sur lo que me espera. Arrojo mis palabras con esperanza al viento, al aire anaranjado de este otoño más triste que ninguno, y las veo morir sin una lágrima. No hay pena, sólo una oscuridad que no se apaga, un fuego de San Telmo que me alumbra el camino hacia ninguna parte. Un engaño, una máscara, un jardín agostado, un bosque en el que ningún pájaro anida. Pues eso es la tristeza, el perro lazarillo de la muerte.
Quisiera la alegría, y despertar de madrugada con un beso. Quisiera el bálsamo, la calma tras el llanto, una verdad sin nombre. La noche se me está haciendo muy larga...

jueves, 20 de noviembre de 2008

Nubes y claros

No tenemos remedio. Sabemos que es vapor de agua condensado, pero queremos ver ejércitos, mantos de armiño, rebaños o manadas, la mano suave con que el cielo nos protege de la luz del sol cuando hiere. Nos empeñamos en transfigurar la materia, porque la vida es más hermosa cuando el misterio la envuelve. Vivir poéticamente la existencia, sin perder el contacto con lo sólido y cotidiano del pasar los días, de la arena en los zapatos, del dolor de huesos, del sueño pegado a los párpados. De los niños que lloran y los perros que ladran, de los motores y los humos, del estridente rechinar de la maquinaria del mundo cuando gira sobre su eje. Abres la mirada y el color revienta y te inunda como un mar silencioso. Abres el oído y suena el coro trepidante, el bramido violento, el susurro ambiguo de las hojas o el océano que desde lejos te llama con su voz espumosa. Te detienes un instante sobre los pies, callado e inmóvil. Sientes cómo cruje el planeta, cómo se retuerce y vibra bajo el paso indiferente de millones de seres con las horas contadas, que sin embargo viven como si nunca fueran a morir. El murmullo de sus pensamientos crece hasta convertirse en un grito que súbitamente se apaga y desaparece. Respiras el aire frío que huele a noviembre o al hueco que deja el tiempo a su paso. Todo sigue en su sitio, nada parece haber cambiado, pero es nuevo y mortal, fugaz, efímero.
No tenemos remedio. Por eso los poetas y los músicos pasan la noche en vela, esperando el beso, el golpe o la avalancha, el momento en que el verso brota o el sonido desciende y se posa o te horada las entrañas. Para que luego digan que vivir es morir en el intento. La luz parpadea hasta dormirse, el mundo se repliega y en un suspiro cesa. De los hondos abismos apenas llega un haz de promesas y razones absurdas. Todo se vuelve ya una pregunta vana, apaga y vámonos, y el último, por favor, cierre la puerta.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La evidencia oculta

Fotografía pura. Sin truco, sin trampa, sin efectos. La cámara, el objetivo, las limitaciones ópticas, distancia mínima de enfoque, profundidad de campo casi nula. Y otra vez esas plantitas diminutas y frágiles, que se estremecen con el más ligero soplo de brisa. Me acerco hasta casi tocarlas, me meto en su mundo corpuscular y enigmático, en su abstracta esencia de geometrías volátiles, en su juego de transparente y luminosa invisibilidad. Constelaciones ténues que se ocultan a nuestro paso, réplicas del cosmos que vibra como un eco en las distancias inalcanzables. La materia en el límite. Podría ir más allá, sumergido en ese mar de esferas improbables, en ese cataclismo de burbujas o planetas que oscilan entre mis dedos cuando intento tocar, cuando quiero sentir su tacto esquivo y delicado. Qué borboteo translúcido, qué insólita ebullición en la penumbra, qué esferas florecidas, qué estallido de luces en el silencio casi místico del bosque en primavera, o la tarde cuando cae como un péndulo que se cierne perezoso y tenaz. Nadie pasó a su lado y se detuvo. Nadie ciñó sus tallos temblorosos, ni acercó a sus mejillas la risa pálida de un cosquilleo fugaz. Nadie supo si el mundo giraba todavía cuando cayó la noche. En un instante tuvo lugar la vida, como la humilde música del viento entre las hojas. Sólo un recuerdo ausente. Una mirada que vuelve casi nunca, que se queda prendida y cae rendida. Casi nada.
Qué universo pequeño y prodigioso.

jueves, 6 de noviembre de 2008

La isla de las bellotas

Que la poesía es un misterio no es ningún misterio. De su poder premonitorio se habla menos, pero a veces surge, inesperado y revelador. Releo la última entrada y de repente veo. No presumo de poeta, pero inexplicablemente la pluma se convierte en la vara de Moisés y separa las aguas del mar de la vida para mostrarnos las corrientes ocultas, los paisajes abisales que son vedados al humano entendimiento. Como un códice indescifrable, la existencia decide manifestarse caprichosamente a través de unos versos que manan sin aparente control, ascendiendo desde simas desconocidas y ordenándose como su propia ley les dicta. Uno cree que escribe lo que quiere, o lo que puede, dando forma y estructura, ritmo y rima a las ocurrencias del instante. De dónde viene y adónde va tanta palabra, la lírica, la métrica, el endecasílabo que baila su pas de deux, la conjugación y el retruécano. Seamos humildes: la poesía nos escribe sin que podamos evitarlo. Nos posee, y luego nos utiliza para asomarse al mundo. Se burla y juega, como el viento de otoño da la vuelta y gira, y nosotros al pairo, tratando de creer que manejamos el timón. Pero viajando por ese mar en un barril, llego a las costas de una isla o continente - hasta que no lo explore no lo sé. Una mole de piedra gris me mira con una cierta indiferencia, me concede la gracia de alcanzar el bosquecillo sin aplastarme. Unas ardillas juegan o trabajan - en su caso es lo mismo - y encuentro dos tesoros: una bellota mágica - como todas - y una presencia cálida.
Impregnado de su aroma regreso, sabedor de que el mapa está marcado. Y aunque la noche cae sobre la isla, el mar cambia el rugir por el susurro para acunar los sueños de los niños, y besar a sus madres en la frente.
Y la marea sube lentamente...