sábado, 30 de agosto de 2008

De rama en rama


Estaba dispuesto a hacer una larga entrada, comentando algunos de los mecanismos mentales que nos convierten con frecuencia en un cruce de Neandertal y Barbie (o Ken), cuando me ha venido a la memoria un cuento que lo resume de manera magistral. Lo tomo prestado, respetuosamente, de un tesoro bibliográfico: "Cuentos de los derviches", de Idries Shah. Como decían los latinos, "Intelligenti, pauca".

Cómo atrapar monos

"Había una vez un mono al que le gustaban mucho las cerezas. Un día vio una cereza de aspecto delicioso, y bajó de su árbol para recogerla. Pero sucedió que la fruta estaba en una botella de vidrio transparente. Después de algunos intentos, el mono se dio cuenta de que podía apoderarse de la cereza metiendo su mano por el cuello de la botella. Tan pronto hubo hecho esto, cerró la mano sobre la cereza; pero entonces vio que no podía retirar el puño sujetando la cereza, pues era más grande que la dimensión interior del cuello.
Ahora bien, todo estaba premeditado, pues la cereza en la botella era una trampa tendida por un cazador de monos, que sabía cómo piensan éstos.
El cazador, oyendo los quejidos del mono, se acercó. El mono trató de huir; pero como creía que su mano estaba atascada en la botella, no pudo moverse con suficiente rapidez para escapar.
Pero mientras pensaba, seguía reteniendo la cereza. El cazador lo alzó. Luego golpeó al mono vivamente en el codo, logrando que éste soltara repentinamente la fruta.
El mono estaba libre, pero había sido capturado. El cazador había usado la cereza y la botella y aún conservaba ambas."

Y el que no se haya sentido mono, que levante la mano... si la puede sacar antes de la botella.


jueves, 28 de agosto de 2008

Papel, lápiz y paciencia.

Tomo hoy como punto de partida una reseña aparecida en la edición digital de El País, dedicada a una representante del llamado "YBA", siglas en inglés del Jóven Arte Británico. Al parecer, sus obras más conocidas son cosas tales como vídeos y montajes diversos en los que aparece ella misma mostrando sin pudor sus miserias humanas, autodeclarándose psicótica, alcohólica, neurótica, etc, y aportando pruebas fehacientes de ello. Vale. Ah, también se autodenomina artista. Y por ahí no paso.
Queridos compañeros de viaje, las vanguardias artísticas siempre nos han traído dos cosas, parece que inseparables: una ruptura necesaria para abrir nuevos caminos de evolución creativa, y una puerta abierta al "yo me apunto, y si cuela, cuela". El problema típico de las vanguardias es que suelen nacer con fecha de caducidad, y a partir de cierto momento mueren en su propia inercia, vacías de contenido (e incluso de continente). Y me aburren tanto y me dejan tan indiferente (cuanto más transgresoras, más indiferente) que no pienso seguir hablando de ello. Pero sí quiero, en cambio, compartir con vosotros mi pasión por algunos de los más grandes artistas que, al haber desarrollado sus carreras en un género desgraciadamente considerado menor - la ilustración - son mucho menos conocidos y valorados. La lista podría ser muy extensa, así que la reduciré a los que creo que resisten sin problema el paso de los años. Mi último gran descubrimiento ha sido Gustav Tenggren, del que podréis encontrar información en el blog que os recomiendo en las sugerencias del chef (http://www.linesandcolors.com/). En otro link recién descubierto, http://www.artsycraftsy.com podréis admirar el trabajo de otros de los grandes: John Bauer, Edmund Dulac, Arthur Rackham, Maxfield Parrish, Kay Nielsen o Gustave Doré. Y entre los aún vivos, Dugin y Dugina, Sergio Toppi o P.J. Lynch. De este último podéis ver unos videos interesantísimos en YouTube, donde nos muestra su proceso de trabajo, algo impagable para los que nos dedicamos o queremos dedicarnos a esto de hacer dibujillos. Podéis encontrarlos a través de su web, http://www.pjlynchgallery.com. Hay muchos otros ilustradores maravillosos, pero no habría aquí espacio para hablar de todos. De cualquier forma os agradeceré cualquier comentario que pueda descubrirnos nuevos artistas de los que aprender. Pero todos los citados tienen en común algo que va más allá de la calidad de su trabajo: la elegancia, la profundidad, un aroma que no se puede definir pero cuya calidez aflora en cada detalle. Contemplar cada uno de sus dibujos es una lección magistral para todos los que empuñamos un lápiz o un pincel. A veces puede resultar un poco frustrante, pero ahora creo que hay un camino que lleva hasta donde ellos llegaron, un camino enlosado de paciencia, perseverancia y entusiasmo. La voluntad de hacerlo cada día lo mejor posible, e intentar ir un poco más allá. Observar y aprender, practicar, repetir, borrar y empezar de nuevo. No hay otra forma, pero ésta funciona. Así que a por ello.
Y siento una emoción y un profundo agradecimiento hacia quienes hicieron ese trabajo, mostrándonos el camino a seguir. Esta entrada es un pequeño homenaje a su grandeza.
Y ya sé que es un atrevimiento ilustrar este texto con un dibujo propio, pero es un ejercicio de humildad - ahí quedo, expuesto a los ojos de cualquiera - y una forma de decirme: el próximo será mejor. Estoy en el camino, y por ganas que no quede.

domingo, 24 de agosto de 2008

Sólo vine a comprar pan...

No sé si será el contagio de estas fechas vacacionales, pero lo cierto es que no ando muy inspirado para actualizar el dichoso blog. Y como me siento un poco obligado hacia esas heróicas personas que lo visitan con perseverancia esperando encontrar alguna novedad, aquí estoy otra vez. Pido disculpas anticipadas por el aparente narcisismo de colgar una foto de mi propia mismidad - por más que el ángulo de la toma me haga parecer un poco picassiano, por así decir - pero a veces dudo tanto qué imagen utilizar que acabo renunciando a la entrada propiamente dicha.
Y ya puestos, decido lanzarme sin red a un tema que me anda rondando estos últimos días, y que no deja de ser delicado: la amistad. A estas alturas debo reconocer que aún no sé exactamente en qué consiste la cosa. Como casi todo, imagino que depende de cada persona y sus experiencias. Yo me precio de tener buenos amigos, aunque pocos. Claro que, ¿cuántos son pocos? ¿Se pueden tener demasiados buenos amigos? ¿Basta con uno o dos? ¿Cuentan igual los amigos y las amigas? En realidad, mis reflexiones van por otro lado. Sin descartar algo de paranoia por mi parte, a veces tengo la sensación de que mis amigos no me llaman, al menos tanto como a mí me gustaría. Pero lejos de ser un reproche - ni remotamente - lo que me planteo es: ¿estoy haciendo algo mal? ¿Hay algo en mi actitud que inhibe los deseos ajenos de comunicarse? ¿No soy capaz de aportar algo lo suficientemente valioso a los demás como para que hagan el esfuerzo de hacer una llamada, o enviar un mail? Y me pregunto una vez más en qué consiste la amistad. Los vínculos entre las personas son de muy diversos tipos. A veces hay afinidades intelectuales, creencias compartidas, lazos emocionales, vivencias en común, o simplemente un espejo amable en el que mirarse. Pero ¿de dónde surge la amistad, y sobre todo, qué hace que perdure e incluso se haga más profunda? Conectamos con alguien, intercambiamos información, damos y recibimos afecto, comprensión, un hombro sobre el que llorar, unos oídos abiertos al despropósito, al desahogo; buscamos consejo, consuelo, compañía, un eco para la risa, una patada en el culo, una memoria complementaria, tomar un café. Alguien con quien compartir nuestras inquietudes, alguien que nos sirva de referencia, que nos avise en caso de extravío. A veces no resulta fácil saber si uno está cumpliendo su misión, si está correspondiendo en su justa medida a aquellas personas de las que recibe ese beso o bofetada cariñosa. Reconozco que no me gusta la soledad, que disfruto más la vida si la puedo compartir, porque me ayuda a no perder la perspectiva, a no creer que el mundo es sólo como yo creo que es, a ofrecer lo que siento como bueno y a recibir con buena voluntad lo que me llega de los demás. Será que me tengo muy visto, o que no me fío demasiado de mí mismo. A medida que me voy conociendo mejor, hay cosas que me aburren terriblemente, que me irritan, que me exasperan, y el trato con los otros me obliga a controlarlas y someterlas a una férrea vigilancia. Y si se me escapan, pues ahí están los amigos para zurrarme alegremente.
Hoy he visitado la exposición de Alphonse Mucha en Caixa Fórum, y he echado de menos esa presencia amiga, ese compartir, aunque sea en silencio, la experiencia de la belleza. He disfrutado y me he emocionado, pero he salido con un cierto aire de tristeza, como si la experiencia hubiera quedado incompleta. Sé que no todo el mundo opina lo mismo, pero es lo que hay. De todas maneras ha merecido la pena.
Espero que no se me malinterprete. Desde aquí quiero enviar todo mi amor a aquellos que me honran con el favor de su amistad. Sé que vivo en sus corazones como ellos en el mío. Y al final, las palabras son lo de menos. Aunque leyendo esta entrada, nadie lo diría...
Menudo rollo. Acabaré pintando una cara en un melón para tener conversación.
Os quiero, amigos.

domingo, 17 de agosto de 2008

Paseando por el lado raro

Ayer, a eso de las siete de la tarde, salí a estirar un poco las piernas y a quitarme las telarañas del cerebro. Lo primero era bastante fácil, de lo segundo no estoy tan seguro, ya veréis por qué. Llevaba todo el día medio nublado, y tras una inspección a través de la ventana, me dije que llover, llover, no llovería. Así que bajé a la calle y comencé a pasear muy relajado. A los cinco minutos, unas finas gotas empezaron a caer tímidamente. Poco después, la lluvia era, como en Sevilla, una pura maravilla. O sea, que me mojé, pero aposta. Hacía mucho, pero mucho tiempo que no caminaba bajo la lluvia sin prisa, disfrutando del contacto con el agua celestial (porque cae del cielo, ¿no?). Y fue muy agradable, hasta que me tuve que refugiar porque la cosa se puso seria. Y me sorprendió recuperar de la memoria el olor a tierra mojada, que en mi caso asocio inevitablemente con las vacaciones de verano de mi infancia, cuando después de la tormenta volvía a coger la bicicleta para poder pasar por los charcos y dejar bien marcadas las huellas de las ruedas en el barro fresco.Placeres de niño.
La otra sensación durante el paseo es más difícil de explicar, y tiene que ver con el dibujo de hoy. A medida que me cruzo con la gente la observo con una mezcla de curiosidad y extraño alejamiento. Siento como si cada persona fuera una pieza de un descomunal rompecabezas, y casi puedo verlas encajadas en un molde invisible que las acompaña mientras caminan. Todo parece cuadrar - por extraño que resulte, incluso lo más estridente o peculiar - en un orden que desde luego permanece inaccesible al entendimiento humano -por lo menos al mío. Pero lo que me inquieta de verdad es que yo me siento desencajado, desplazado, como si estuviera fuera de lugar, como si no terminara de formar parte de todo eso que me rodea. Es la sensación de que hay algo que no acaba de ser real. No es que me crea especial y diferente a los demás, no es que piense que los otros son gente y yo otra cosa. Y tampoco lo experimento como algo desagradable, ni agradable... Simplemente es. Se parece, por momentos, a una invisibilización, si se me permite la expresión. ¿Qué quiere decir esto? Pues no lo sé. Como ser transparente. Enajenación, supongo. Un especie de viaje astral pero despierto y caminando por la calle como si tal cosa. Son sólo aproximaciones, bastante imprecisas, pero qué le voy a hacer. Si fuera hambre, o un efecto secundario de la cerveza (cosa imposible en un abstemio) o de comer pan mohoso, sería más sencillo. Pero no. Es así de raro. Y no está mal, ya que el paseo discurre siempre por las mismas calles, y así se hace siempre diferente, aunque las tiendas estén cerradas y no cambien los escaparates. Pero no deja de ser curioso.
Y por eso (más o menos) he puesto el dibujo de un monstruo, por lo de sentirse raro y diferente sin querer. Pero un monstruo de los que no dan miedo. Al menos eso espero.

viernes, 15 de agosto de 2008

Preparados, listos... ¡Ya!

Hola a todos. Tras unos días sumergido entre pinos, vacas, caballos y los lejanos sonidos de las fiestas de pueblo, he regresado a la urbe y al cibermundo. Tengo que reconocer que no he echado de menos todo esto, quizá ayudado por la circunstancia de pasar el día entero corriendo detrás (o delante, o debajo) de mi niño - que, dicho sea de paso, es la felicidad más grande del mundo. Pero en nuestros paseos por el pinar he tenido tiempo para pensar en temas de los que hablar aquí. Ya irán saliendo poco a poco. Todavía estoy aterrizando, y ando un poco despistado, pero iré recuperando el ritmo. De momento han empezado los Juegos Olímpicos, un evento que nos proporciona muy diversos placeres, además de la ocasión de comentar cuestiones de gran interés. A pesar de los tiempos que corren, hay algo en el deporte que conserva la nobleza y el espíritu de tiempos pasados, en los que las marcas parecían menos importantes que el esfuerzo por alcanzarlas, por superar los propios límites. Y hay algo profundamente emocionante en los rostros de los atletas, en su forma de expresar el esfuerzo agónico, el éxtasis del triunfo, la desesperación del reto inalcanzable. Son días extraños, en los que se oye hablar de fracaso cuando alguien, tras cuatro años de entrenamientos, no consigue una medalla. Sin comentarios.
Pero vivimos en la época de los grandes titulares de prensa, y ahí no cabe la letra pequeña, la que cuenta las historias de esas personas que dedican con heroísmo parte de su vida a conseguir hazañas que nunca saldrán en los libros de historia, pero que las hacen crecer en dignidad y valor, y cuya recompensa es el legítimo orgullo por el trabajo bien hecho.
Que los dioses del Olimpo ornen sus cabezas con el laurel de la Gloria.