domingo, 26 de abril de 2009

Pasando página

Llegó el Día del Libro, como todos los años, y lo celebré comprando uno en medio del efervescente jolgorio de las 100.000 actividades que se desarrollaban por todas partes. Despúes me siguió llegando información sobre el éxito de la iniciativa, y la visita guiada a la Biblioteca Nacional, y acabé dando una vuelta por El Corte Inglés. Conclusiones:
1. Hace algún tiempo alguien (¡Milla, se te echa de menos!) me animaba,
en un comentario amable y generoso en exceso, a intentar publicar. Podría aducir muchas razones para no hacerlo. Por ejemplo, que ya se editan millones de libros perfectamente prescindibles, obvios, insustanciales, nocivos o simplemente absurdos. Es imposible que haya tanta gente en el mundo con cosas interesantes que contar, y que además sepa escribir.
2. Soy el primero (bueno, tal vez el segundo o el tercero) que opina que hay que estimular el hábito lector, especialmente entre los niños y los jóvenes, y hasta he participado en campañas destinadas a ello. Pero también creo que la lectura está sobrevalorada. Por varias razones. Leer mucho sólo es sinónimo de leer mucho. Otra cosa es leer buenos libros, asimilar su contenido, aprovecharlo, aprender, crecer con ellos. Conozco mucha gente que lee sin parar y no parece que haya entendido gran cosa (ni siquiera mejoran su ortografía). Se podrá decir que siempre será mejor leer que no leer. Vale. Como decía Ramón Gómez de la Serna: "Un pedante es un idiota adulterado por el estudio". Y lo digo yo, que tiendo a la pedantería de manera inquietante. O lo que es lo mismo, que hay quien se sube a una montaña de libros para proclamar su ignorancia a los cuatro vientos.
3. Quizá sea un buen negocio. Si no, no se explica la abundancia de títulos peregrinos que inundan las librerías y, sobre todo, los centros comerciales. No encuentras los mismos libros en la Antonio Machado o en Pasajes que en El Corte Inglés o Eroski, por ejemplo.
4. Siempre puedes esperar a que hagan la película.
5. Ya tengo una edad, y eso se nota en el amor a los libros, al olor del papel, a la sensación de tener entre las manos algo valioso. Y en el afecto y admiración que siento hacia esos héroes de nuestro tiempo que son los libreros vocacionales. Y esos otros, los editores que siguen escogiendo con criterio, cuidando las calidades, las traducciones, y sacando a la luz joyas del arte y el conocimiento humano.
6. Que los libros siguen siendo demasiado caros. Y que los beneficios se los suele llevar el que distribuye, por encima del autor y el editor. Aunque también hay quien se queja del precio del Museo del Prado, pero se gasta el triple en cañas sin sentir el más mínimo conflicto interno. Y uno va mucho más a menudo de cañas que al Prado.
Y 7. Que me voy a dormir, que ya es hora. Pero antes leeré un poco, aunque sea un par de líneas.
Y la foto la hice el mencionado Día del Libro, y por eso la pongo. Pero no tiene nada que ver. Creo.
Gute Nacht.

jueves, 16 de abril de 2009

Palabra de cuervo

Llamadme Edgar. Casi nadie lo sabe, pero los cuervos poseemos la facultad de elegir nuestro propio nombre. Yo decidí llamarme así por razones obvias, dada mi especial inclinación a la literatura. Es de sobra conocido que el cuervo es una de las aves más inteligentes, capaz de resolver problemas y de jugar, de vivir en cualquier hábitat e incluso de hablar el lenguaje humano. Naturalmente, empleamos un complejo sistema de graznidos para evitar que los hombres - en especial los biólogos - puedan entender lo que nos decimos, que por otro lado no es, que yo sepa, de su incumbencia. Tampoco sería justo que nos quejáramos por ser objeto de estudio, ya que nosotros estamos siempre observando a los humanos con gran curiosidad. Y eso a pesar de tener injusta fama de pájaros de mal agüero, o de especie particularmente nociva. Las palomas, sin ir más lejos, tienen hábitos bastante menos higiénicos y mucha mejor fama. Algunos reyes vikingos bordaban cuervos en sus banderas, y muchas culturas nos consideran símbolos espirituales, un puente entre ambos mundos, portadores de noticias del más allá. No estoy autorizado a confirmar o desmentir, así que dejaremos esta cuestión en el aire...
Pero sí, nos gusta observar a los humanos. De hecho, mi afición por la literatura vino de mi relación con un bibliotecario a quien caí en gracia, y que tenía la gentileza de dejarme restos de comida en el alféizar de una de las ventanas de la biblioteca en la que trabajaba. Como yo siempre fui muy educado - y silencioso - me permitía entrar cuando no había nadie y yo me colocaba sobre su hombro y aprovechaba para leer con él. La biblioteca era enorme, pues formaba parte del Palacio Real de cierto país que mi discreción me impide revelar. También fue allí donde conocí a una extraña princesa que, a diferencia de las de su rango, pasaba más tiempo leyendo que probándose vestidos. Le cogí tanto cariño que cuando fue desterrada (aunque emplearon un eufemismo bastante cursi para alejarla de palacio) decidí seguirla. Su destino se convirtió en el mío, y nos llevó hasta un castillo perdido en medio de la nada. Y a pesar de ser reservado por naturaleza, se me ocurrió la idea de ejercer de narrador de su historia, y me convertí en accidental cronista de una aventura que muy pronto conocerán quienes la encuentren de interés.

martes, 14 de abril de 2009

Un encuentro con la mente

Después de dieciocho estaciones de metro y una vuelta al ruedo - por la parte de fuera - llegué a San Sebastián de los Reyes, capital mundial de... bueno, de San Sebastián de los Reyes. Aparentemente, la razón de mi viaje era encontrarme con un amigo y tratar ciertos asuntos triviales (en realidad tenemos un plan para dominar el mundo, pero aún está en fase beta). Lo cierto es que el Hado me guiaba hasta la cristalera de un bar, y más concretamente hasta el cartel que ilustra esto que están ustedes leyendo. Sería fácil pensar que voy a hacer unas chanzas a costa del hombre de nombre impronunciable, pero no es así. ¿Quién se esconde detrás de Khofranhk? Alguien que lucha por hacer realidad un sueño. Alguien que decidió que sería mago, mentalista, o como quiera que se denomine su trabajo. Un hombre que aprendió y desarrolló unas habilidades - poderes, al fin y al cabo -, que se creó una imagen y se subió a un escenario para transformar la realidad ante nuestros ojos. Que cada día busca un lugar donde mostrar su trabajo, un público al que asombrar con su magia, al que aportar unos minutos de felicidad. Que se expone a la admiración o al desprecio de quienes pagan una entrada para asisitir a este moderno circo romano que llamamos mundo del espectáculo.
Un hombre que un buen día se dijo que no cogería el metro todas las mañanas para recorrer dieciocho estaciones, hacer dos transbordos, entrar en un edificio y pasar ocho horas delante de la pantalla de un ordenador. Alguien que confió en su talento y siguió adelante hasta ver su rostro maquillado y sus uñas pintadas de negro en un cartel. Alguien cuyo nombre no conocemos, pero que ante un espejo se transforma en Khofranhk para salir a las tablas sin miedo, al encuentro con la mente, a mostrarnos el poder de lo sobrenatural.

Próximamente, Gala Especial en la Cafetería Restaurante Tenerife, Avda. de Tenerife 16, (Políg. Industrial Norte) S. S. de los Reyes.

lunes, 13 de abril de 2009

Simplemente lirios

Quiero comenzar pidiendo disculpas por este periodo de sequía. A veces las circunstancias se encadenan y me encadenan, y no hay forma de ponerse. Y tampoco es que hoy tenga mucho que decir, la verdad. Pero el domingo, paseando por el Retiro (algo así como mi segundo hogar, o tal vez actualmente el primero), me encontré con estos lirios. Reconozco sentir una especial debilidad por esta planta. Quizá porque, cuando aún no ha florecido, no pasa de ser un discreto manojo de hojas planas ligeramente despeinadas. Y cuando florece, el paisaje se transforma y cobra vida, y surge la perfecta combinación en la simplicidad de forma y el verde pálido con el sinuoso violeta de las flores. Y hay algo espiritual y evanescente en su manera de cimbrearse levemente con la brisa, algo intangible, un perfume apenas sugerido que arrebata la mirada y confunde los sentidos. Una austeridad refinada, diría. Un recogimiento voluptuoso. Un enigma efímero, huidizo, una sensación de inminente volatilidad. Un qué sé yo...
Un no sé qué...