miércoles, 28 de enero de 2009

Little green man

El hombrecillo verde tratando de avanzar, de dar un paso que nunca se consuma, eternamente atrapado en el gesto de "me voy" - pero aquí sigo. Iluminado incluso cuando nadie lo mira, en medio de la noche, en las calles desiertas, con el parpadeo inútil que todo el mundo ignora. Siempre debajo del otro, del rojo, del que tiene el poder de hacer que los hombres - los de verdad - se detengan.
El homúnculo verde sueña mientras brilla tristemente. O sueña tristemente mientras brilla. "Me marcho" - se dice - "y no regresaré jamás. Nadie podrá volver a cruzar una calle con seguridad. Mirarán incrédulos el espacio vacío y apagado, el hueco oscuro, esperando una luz que no se enciende. No sabrán qué hacer. Girarán la cabeza a un lado y al otro, aturdidos, dudando si emprender la marcha, con el temor de que en cualquier momento aparezca un coche o un autobús y los arrolle. La ciudad entera sumida en un caos, la gente amontonada en los semáforos esperando inútilmente mi presencia, las aceras atestadas, los gritos de los que se preguntan sin encontrar respuesta: ¿Dónde está? ¿Por qué no se enciende? ¿Cómo vamos ahora a llegar al otro lado? Y caminarán en busca de otros semáforos, pero no les servirá de nada, porque a esas horas un ejército de hombrecillos verdes abandona la ciudad sin mirar atrás, sin rumbo ni destino, pero libres al fin de la farsa del paso nunca dado, de la zancada inconclusa y frustrante del que finge avanzar sin moverse del sitio. Ahora sí, viajamos finalmente con la esperanza de encontrar un lugar donde la luz nos acoja, donde perdernos en el brillo fosforescente de un espacio sin hombres que cruzan o se detienen, el limbo del resplandor de jade."
El hombrecillo verde se apaga. Su sueño se desvanece, y no le queda más remedio que esperar su turno mientras el otro, el rojo, se ilumina amenazante y ejerce su poder. Pero casi amanece y nadie cruza, nadie espera, nadie mira. A lo lejos se escucha el rumor incierto de un autobús que se aproxima. Y nada más.
Están aquí, entre nosotros, observando.
Los hombrecillos verdes.

lunes, 26 de enero de 2009

Nada por aquí, nada por allá

Buenas noches. Me llamo Achmed (en realidad, Dionisio, pero por favor, que no salga de aquí) y soy un misterioso mago oriental. A mi derecha - vuestra izquierda -, aunque no lo podéis ver, hay un gran baúl cuyas puertas se abren y cierran alternativamente. Cada vez que el baúl muestra su interior, podéis contemplar a una hermosa odalisca. Pero si os fijáis con atención, descubriréis que no es siempre la misma. Ahí está la magia, el asombro pintado en vuestra expresión atónita. ¿Que cómo lo hago? ¿Qué clase de mago sería si os revelara mis secretos, así sin más? Que utilice un nombre falso no quiere decir que no sea un profesional respetable. Este gremio es muy serio, os lo aseguro. Aquí no nos andamos con chiquitas, y al que no cumple los códigos internos se le hace desaparecer sin dejar rastro - lo que, por otra parte, no entraña ninguna dificultad cuando se conocen las fórmulas adecuadas. Sí, supongo que desde fuera se ve todo muy apasionante y envuelto en la fascinante atmósfera del mundo de lo oculto. Y no es que no sea así, pero hay algunos aspectos especialmente fastidiosos. Las barbas, por ejemplo, son de mentira y pican como el demonio. Las túnicas cogen olor a humedad y no hay quien se lo quite ni por ensalmo. Y el público, que ha cambiado mucho. La culpa es de la dichosa televisión. Ahora todo el mundo quiere un primer plano de cada pase, de cada gesto, de cualquier mínimo movimiento de la mano. Algunos magos trabajan en manga corta, ¡qué despropósito! Si Houdini levantara la cabeza...(claro que primero tendría que encontrar la llave del candado). Y Merlín... ¡eso sí que era elegancia y presencia! Yo, en mi modestia, trato de mantener alto el pabellón, y no rebajar la dignidad del oficio. Vaya, que para ser un autómata no me desenvuelvo nada mal, si bien he de reconocer que me quedo un poco escaso de repertorio. Por no hablar de las odaliscas, que al paso que vamos me las van a vestir de talibanas. ¡Qué lejanos quedan los felices veinte!
Caramba, sí que se ha hecho tarde. Pues hala, a dormir y a soñar, los que puedan.
A ver si aprendo algún truco nuevo (por ejemplo, lo de estirar las horas).
¡Abracadabra! ¡Hocus pocus! ¡Shazam! ¡Alabím Bombán!

martes, 20 de enero de 2009

Domingo de Ramas

La naturaleza se dibuja a sí misma. El sol que agónicamente se filtra a través de un cielo casi transparente, abriéndose paso a duras penas entre el velo pastoso de unas nubes que hoy se han teñido de gris incandescente. La luz se cierne sobre la tierra con una vibración leve, con un trémulo agitarse que apenas se percibe. La sombra se vuelve acuosa, incierta, huidiza y frágil. La piedra es un lienzo que apenas se mantiene sólido, lo justo para que las ramas proyectadas no se pierdan en el vacío. El mundo alrededor permanece callado e inmóvil, esperando que la luz lo haga renacer por un instante, sin que nadie se dé cuenta de su inexistencia. Una urraca - o quizá un mirlo - se esconde entre las pocas hojas secas que aún se aferran, ignorando que su tiempo ha pasado, colgando inertes como murciélagos pálidos. El aire es frío, y azul, y sedoso, y lo envuelve todo amorosamente. El grito de un niño estalla, y después se apaga y la rueda del tiempo vuelve a girar pesadamente, con su ronroneo familiar. Es enero, el mes en que el año empieza a terminarse. Y las sombras se ocultan en la luz difusa de esta mañana de domingo. Pero no se irán, sólo se duermen hasta que el sol decida despertarse. Lentamente me voy, nos vamos, escuchando el viento que susurra su canto gélido. La vida se despliega poco a poco, y salimos del cuadro tratando de no hacer mucho ruido. Ahora que ya no miro, tal vez las sombras hayan florecido.

martes, 13 de enero de 2009

La vida, ese jijí jajá

Vivimos en la Edad de los Prodigios. Hay una ley no escrita, secreta, oculta y de vital importancia: un mayor nivel de conocimiento implica una mayor responsabilidad. Del mismo modo, el mundo moderno nos proporciona un acceso casi ilimitado a enormes cantidades de información; las nuevas tecnologías nos permiten acometer tareas complejas con absoluta facilidad, hemos convertido el planeta en una aldea global. Pero todo este vertiginoso progreso pone en nuestras manos un inmenso poder. La pregunta es: ¿hemos desarrollado, al mismo tiempo, la capacidad para administrar ese poder de la mejor forma posible? Y llevando la mirada a lo cotidiano: ¿estamos siendo capaces de enfocar nuestras vidas de un modo adecuado? Ya sé, ya sé: ¿a qué llamas adecuado, y cuál es el mejor modo posible? No quiero ser demasiado ambicioso, pero intentaré resumir. Desde que tengo recuerdo he escuchado cientos de definiciones de lo que es la vida. Incluso es habitual escuchar a las mismas personas repetir definiciones contradictorias según el día y las circunstancias. En realidad, la vida no es nada. La vida es nuestra experiencia y nuestra visión personal, construidas ambas a través de los años, condicionadas por lo que nos han enseñado, lo que hemos aprendido y lo mucho que ignoramos.
La vida, como experiencia, nos arrastra. Nos empeñamos en mantener viva la ilusión del control, pero si no podemos controlar el azar - y no podemos -, no controlamos nada. Y eso es bueno, o por lo menos no es malo. Otra cosa es nuestra visión, la manera en que vivimos, la forma de aprehender el mundo y de llevar adelante nuestra existencia. Aborrezco los tópicos, pero parece existir un verdadero interés en que asumamos como naturales ciertas actitudes, en que adoptemos como propios ciertos objetivos y ciertas maneras de alcanzarlos, y en que nos creamos ciertas cosas sin cuestionarlas demasiado. Nunca he sido un rebelde sin causa, pero hay muchas causas para ser rebelde - frente a la ignorancia, por ejemplo. Anhelo la libertad, que no es hacer lo que yo quiera, sino saber qué es lo mejor que puedo hacer. La verdad os hará libres, ¿os suena? Hace mucho hice una entrada cuyo título - tomado de Aldous Huxley (que a su vez lo tomó de Shakespeare)- era "El tiempo debe tener una parada". Es muy difícil saber hacia dónde vamos si no nos detenemos a observar. ¿Es este el camino? ¿Nos lleva adonde queremos ir, y queremos ir adonde nos lleva?
Lo admito, me he metido en un jardín muy intrincado, y no voy a llegar a ninguna conclusión. Ni era mi intención. Pero no aguanto la sensación de estar corriendo sin saber por qué ni hacia dónde. Por eso me paro y observo. Si alguien piensa que eso es perder el tiempo, pues muy bien. Qué le vamos a hacer. Cada uno busca la felicidad a su manera.
Basta por hoy. Ya me han vuelto a dar las tantas...

lunes, 12 de enero de 2009

Copito a copo

Ha nevado en Madrid. Hacía mucho tiempo que no nevaba tanto, y aquí la nieve siempre es un acontecimiento. El caos circulatorio habitual se convierte en un pandemónium, los transportes públicos se colapsan, y aunque parece que la gente no sabe si reír o llorar, se puede saborear la ilusión en el ambiente. ¿Por qué nos gusta tanto la nieve? Supongo que nos recuerda los días de la infancia, cuando su único significado era juego, batallas de bolas, muñecos con nariz de zanahoria, trineos improvisados, y el ansiado "¡no se puede ir al colegio!" Y tal vez porque hay en la nieve un algo de pureza que opera el milagro de limpiar un poco las telarañas de la mente, un aura que nos cautiva con su blancura sobrenatural. Cuando veo un campo recién nevado, siempre me quedo oscilando entre el deseo de sentir el sonido de la nieve crujiendo bajo mis pies, y la sensación de que al hacerlo estoy profanando un misterio sagrado, la inmaculada superficie del paraíso. El mundo se transforma en un espectro blanco que parece congelar, literalmente, el tiempo y el espacio. Hay una quietud aparente, casi se diría que un silencio, como si la ausencia de color absorbiera también los sonidos. Pero no debería de sorprendernos. Sólo hay que ver el diseño de los copos al nivel microscópico: cada uno es diferente, pero todos responden a un modelo de simetría hexagonal. No lo podemos ver, pero quizá lo percibimos de alguna forma, y por eso algo tan simple como gotitas de agua helada se transforma en otro de los muchos milagros que hacen que la vida sea algo más de lo que aparenta. ¿Quién puede resistirse a la tentación de sacar la mano del guante para hundir un dedo en la nieve recién caída?
Y también es posible que su necesaria fugacidad nos empuje a disfrutarla de inmediato. Sabemos que su presencia es efímera, que muy pronto el sol la volverá a transformar en agua y el encanto se disolverá en charcos y restos de sal gorda. Pero nosotros recordaremos su brillo intenso bajo la luz, su color imposible, y la sensación de que por unos momentos el mundo se detuvo para mostrar la insólita y blanca apariencia de la nada.

martes, 6 de enero de 2009

Buenas noches y buena suerte

Es tarde y estoy cansado, y no pensaba actualizar el blog. Hoy terminan oficialmente las fiestas navideñas, que por mucho que lo intentes no hay forma de evitar que te engullan como un gigantesco sumidero. Pero cada vez que veo las dos entradas anteriores, la visión de mi cara multiplicada empieza a parecerme que no fue tan buena idea. Así que, a modo de urgencia, me lanzo al vacío creador sin red. O lo que es lo mismo, cuelgo una foto, y a escribir. Si estuviera más entero hablaría de la vida, de lo absurda que es a veces, y de lo que cuesta en ocasiones encontrar un significado mínimamente sostenible a cuanto nos sucede. Pero no lo estoy, así que me conformaré con decir que, en general, la casualidad no existe. Y mira que me gustaría creer lo contrario, pero no hay manera. Estoy recuperando lecturas de juventud, y comprobando cómo el factor tiempo hace que muchas cosas cambien de significado. Lo que antaño nos pareció fascinante y enigmático hoy se nos presenta pueril. Lo que en su momento aparentaba ser mera palabrería, ahora revela sutilezas inesperadas. Lo cual viene a confirmar que estamos en perpetuo cambio, en constante mutación. Desgraciadamente eso no siempre significa evolución. Pero eso es otra historia. ¿Y la foto? Pues no sé si tiene que ver con todo esto. Es un regalo de cumpleaños que le hice a mi pequeñajo el año pasado (lo que hace la falta de presupuesto). Se supone que es un robot. En este momento necesita una profunda reparación, pero eso era previsible. En fin, también era una declaración de principios. Probablemente no cumplió ninguno de sus propósitos, pero valió la pena intentarlo. Si lo miro detenidamente, creo que lo hice un poco a mi imagen y semejanza. Pero seguramente son ínfulas del ego creator. Qué cruz...
Hala, misión cumplida, ya está aquí la primera entrada de 2009. Prometo esforzarme por mantener el ánimo en alto y dar lo mejor de mí mismo. Pero que nadie espere milagros. O sí.
A ver si me termino Moby Dick (sólo me quedan 320 páginas) y cumplo mi promesa de hablar de La Ballena.
Y como fin de fiesta, un haiku del maestro Bashoo:

Primer chubasco.
También el mono quiere
un abriguito.

Hatsu-shigure
Saru mo ko-mino o
Hishige nari