martes, 23 de febrero de 2010

Cuando febrero es casi marzo

Tacto. Con las pestañas acaricio el polvo amarillento suspendido en el rastro imperceptible de tu paso fugaz. En mis manos vacías se deposita el aire fragante que recojo en un sueño, la esencia volátil de tu aliento dormido, ese fluido rugoso que es el tiempo, esa cadena rota que me engaña con sus ecos: replegaré mis alas antes de ser herido. De todas formas el corazón es ansia y no descansa hasta estar poseído.

La oscuridad dibuja una presencia donde sólo hay silencio. En este mar de átomos he naufragado ya mil veces, y arrojado a la costa siempre vuelvo a embarcar con la certeza obstinada de que la muerte espera mientras tanto. Puedo escuchar cómo se oxida el hierro lentamente bajo la lluvia fría. Herrumbre, mutación, metamorfosis: nada es nunca lo mismo que haya sido. El presente devora cada instante para que el mundo sea nuevo y hermoso para siempre. Si no lo ves no importa. Será lo que ha de ser.


De tanto recorrer el camino de espinas hasta los pétalos lastiman. Así que beso el suelo donde crece la rosa, bebo el rocío que la noche dejó sobre sus hojas y canto su color como un himno a la vida. La mañana se eleva y flota, inmaculada, bajo el sol de febrero. Hay un mirlo escondido tras las ramas, silbando sus secretos: de su pico naranja nace también el día. La frágil transparencia se va volviendo opaca cuando olvidas que nada es inmutable, y tratas de aferrarte sin saber que es en vano. Hasta que llega la verdad y dice: basta.

martes, 2 de febrero de 2010

Carnaval

Era el mundo una máscara, y en ese gesto entre sonrisa y misterio se escondía. Yo daba vueltas alrededor como un satélite sin órbita, como una luna ebria derramando su pálido brillo en el espacio negro y pavoroso, en el hueco que la materia deja cuando cambia de estado.

Era la vida una cadena dulce, una palabra amable, un devenir silente que se fundía en sueños o quimeras, en la invención del día que no llega, en el nunca acabar, en el plácido adormecerse cuando la noche besa los párpados al alba.

Era el tiempo de amar, de forjar un destino, de navegar por los mares del deseo, de explorar los paisajes fronterizos sin saber si los miedos o las dudas desplegarían sus alas carroñeras.

Luego llegó la aurora, y el ocaso, la causa y el efecto, la nostalgia y el vértigo, los duelos, el delirio y el éxtasis, la rueda y la pendiente. La flor se deshojaba y el viento hacía el resto.

Pero queda la huella, aunque el mar la ha borrado. Queda el eco en la sombra, queda la luz callada y el susurro, queda tal vez algún recuerdo herido. Una hoguera apagada, un tímido fulgor, una pequeña llama.

Y es el mundo una máscara, tan pálida...