
Era la vida una cadena dulce, una palabra amable, un devenir silente que se fundía en sueños o quimeras, en la invención del día que no llega, en el nunca acabar, en el plácido adormecerse cuando la noche besa los párpados al alba.
Era el tiempo de amar, de forjar un destino, de navegar por los mares del deseo, de explorar los paisajes fronterizos sin saber si los miedos o las dudas desplegarían sus alas carroñeras.
Luego llegó la aurora, y el ocaso, la causa y el efecto, la nostalgia y el vértigo, los duelos, el delirio y el éxtasis, la rueda y la pendiente. La flor se deshojaba y el viento hacía el resto.
Pero queda la huella, aunque el mar la ha borrado. Queda el eco en la sombra, queda la luz callada y el susurro, queda tal vez algún recuerdo herido. Una hoguera apagada, un tímido fulgor, una pequeña llama.
Y es el mundo una máscara, tan pálida...
2 comentarios:
Gracias.
De nada.
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