lunes, 23 de febrero de 2009

Tengo un pasajero...

Lo siento, no me puedo resistir. En un artículo publicado en la edición digital de El País, encuentro la siguiente frase: "Hay quien tiene un concepto tan amplio de Dios que no hay forma de evitar que lo acabe encontrando en cualquier parte", afirma Steven Weinberg, físico teórico y Premio Nobel. "Si quieres decir que Dios es energía, lo puedes hallar en un montón de carbón".
No termino de entender la necesidad de "evitar" que alguien encuentre a Dios donde quiera que lo pretenda buscar. Del mismo modo que no entiendo en qué manera menoscaba la labor científica el que alguien crea o deje de creer en Dios. Si el creyente se empeña en poner en entredicho las evidencias científicas, e intenta sustituirlas por intuiciones místicas, entonces es diferente. En el artículo en cuestión se habla de la teoría de que Dios es un concepto mental generado por el cerebro para conceptualizar preceptos morales, y que la visión que en general se tiene de Dios es excesivamente antropomórfica. Muy bien. ¿Y? Si enumeramos todos aquellos conceptos abstractos que manejamos a diario para llevar adelante nuestra existencia cotidiana, seguro que la idea de lo divino no nos parece tan fuera de lugar. (De lo del infinito, el universo y la materia oscura ya he hablado muchas veces). Si la idea de Dios me facilita tener presentes principios éticos universales y me ayuda a ser mejor persona y vivir en armonía con esos principios, por mí puedes llamarlo como quieras - incluso verdad científica. Tampoco sabemos qué es el amor, y sin embargo amamos. Ni siquiera nos acercamos a entender cómo se genera una simple idea, porque el cerebro sigue siendo, pese a todo, un gran misterio. ¿Que Dios habita en el cerebro humano? Pues qué bien, así lo tenemos más cerca - a mí la idea del Cielo me parece un poco cursi, la verdad. Y lo de hallar a Dios en un montón de carbón, es pura poesía. Por supuesto. Y en la cabeza de un pavo real.
Si será generoso Dios, que incluso creó a Darwin... después de hacer que las especies evolucionaran. Y luego - qué paradoja - representamos a Dios como un hombre con una gran barba blanca...¡Como Darwin!
Me alegro de que habite en mi cerebro, aunque no puede ser muy grande si me cabe en la cabeza... ¡Qué raro es todo esto, gracias a Dios!

jueves, 19 de febrero de 2009

Chuchurría

Cuando nació, la princesa Chuchurría era un bebé redondito, de piel blanquísima y suave y hermosos rizos dorados. Sus padres hubieran renunciado a su reino por la sola felicidad de mecerla entre sus brazos, por cada uno de sus balbuceos, por su risa dulce y contagiosa. La corte entera se agitaba de emoción cuando la pequeña princesa daba sus primeros pasos por los grandiosos salones de palacio.
Pero a medida que pasaban los años, se hizo evidente que algo no marchaba bien. Todo el mundo esperaba una esbelta muchacha, la rubia melena brillando bajo el sol, los vestidos de gasa y brocados, los bailes de gala con los príncipes de los reinos vecinos, la vida cortesana y, finalmente, la gran boda real. La realidad es que Chuchurría era bajita y desaliñada, su pelo era una enmarañada madeja castaña, y su interés y habilidades en los bailes y las galas de la corte, más bien escasas. Cierto es que demostraba una viva inteligencia, agudo ingenio y profunda sensibilidad, un carácter bondadoso y una curiosidad sin límite. Pero ningún príncipe le dedicaba nunca más de una mirada, y pronto dejaron de celebrarse bailes y fiestas.
Chuchurría se encerraba en la vieja biblioteca a leer, y aprendió muchas cosas interesantes que a nadie interesaban. Casi siempre andaba absorta en sus pensamientos, o eso parecía. Daba largos paseos por el bosque, soñando con un mundo en el que las personas fueran capaces de ir más allá de las apariencias. Sin embargo, su tesoro permanecía oculto, a la espera de ser descubierto.
Abrumados por la situación, sus padres la enviaron a un castillo lejano para que reflexionara (?), mientras trataban de encontrar una salida apropiada a las obligaciones de su linaje. Eso entristeció mucho a la princesa, pero sólo al principio. En el fondo, ella sabía que era la oportunidad para descubrir las respuestas que tanto tiempo llevaba buscando. Durante su estancia en el castillo conoció al que sería su gran amigo y protector, su compañero en la búsqueda definitiva del último porqué. Pero tendremos que esperar un poco para conocerle. Paciencia.
No lo he dicho, pero aunque es cierto que Chuchurría no sonreía demasiado a menudo, cuando lo hacía la Tierra se detenía, subían las mareas y la luna aparecía en el firmamento aunque no fuera de noche.
Ella misma se bordó el corazón en el vestido, y llevaba un pequeño colgante con una inscripción: "Esto también pasará".

El cuento de nunca acabar

Ya sé que tengo el blog muy abandonado, pero es que a veces las circunstancias te atropellan sin remedio y el tiempo se escapa. Pero aunque sea de modo testimonial, aquí estoy para traeros un dibujito para el cartel de una campaña de animación a la lectura (como siempre, hay que pinchar encima para verlo más grande). Estoy demasiado cansado para hablar de los libros y la vida, pero queda pendiente para futuras entradas. Desde hace mucho tiempo tengo la mala costumbre de tratar de leer varios libros a la vez, lo que suele tener como consecuencia que no me termine ninguno. Ahora mismo tengo empezados Moby Dick, Hamlet, Viajes al otro mundo ( de H.P. Lovecraft, una relectura de adolescencia), cuentos de Poe, y alguno que ni me acuerdo. Así tengo la cabeza, claro.
Pues hala, a leer un ratito y a la cama.
Buenas noches y buenos sueños

miércoles, 11 de febrero de 2009

Ola y adiós

Os contaré mi historia, si es que tenéis paciencia para escucharla. Yo era un pez normal, como cualquier otro. Vivía en el mar, entre algas y corales, dejándome llevar por las corrientes cálidas, jugando con los cangrejos y las sepias. Soñaba que la eternidad azul que me rodeaba era infinita, y ni siquiera podía concebir que existieran orillas ni un confín razonable a la absoluta grandeza de mi hogar Océano. El cielo era tan sólo un reflejo liviano y evanescente, una pálida réplica del mundo real.
Un día como los demás, las aguas comenzaron a agitarse de una forma extraña. Nadé hacia la superficie para ver lo que ocurría. El viento soplaba con una fuerza inusitada y violenta, arrastrando inabarcables nubes violetas que se desgarraban entre destellos inquietantes. Decidí regresar a la seguridad de las profundidades, pero entonces sentí como si unas manos invisibles me atraparan, tirando de mí con fuerza desmedida, y comencé a ascender, girando en vertiginosas espirales. El viento formó un remolino de agua, algas y peces, y me vi elevado por los aires, dando vueltas en medio del torbellino, aturdido e inerme. Al cabo de un tiempo que me pareció un millón de años, el tifón empezó a perder fuerza, dejando a su paso un lamentable rastro de criaturas desorientadas. Yo me encontré en medio de un bosque, apenas sumergido en una charca diminuta. Las olas se habían transformado en árboles, la espuma en hierba, las gambas en saltamontes. Pronto me di cuenta de que tendría que aprender a sobrevivir fuera del mar, pero no sabía cómo. Me acostumbré a ir de charca en charco, arrastrándome, dando coletazos, deslizándome sobre las escamas. Hasta que, a fuerza de probar, mis aletas se fueron transformando en unas pequeñas piernas. Cada vez aguantaba más tiempo respirando fuera del agua, y mis pasos se iban haciendo más seguros, y finalmente aprendí a vivir en tierra firme.
Ahora soy el pez con piernas, pero a menudo echo de menos el mar, el sabor a sal, las aguas turquesas, las corrientes invisibles, el universo líquido en que nací. Si pudiera volver, tal vez tendría que aprender a nadar. La nostalgia es un sueño dulce del que no quieres despertar, pero el anhelo del retorno late como una medusa incandescente en mi corazón. El mar es un rumor en la distancia de la memoria, y su llamada no cesa jamás, como las olas. Jamás, jamás, jamás...

viernes, 6 de febrero de 2009

La quimérica inquilina

Un ojo de expresión indescifrable al extremo de un trazo felino. Femme fatale , el eterno femenino, je suis perdue... Ente la garra y el tentáculo, entre la sombra y el látigo, entre el beso y la dentellada. Eso invisible que te acaricia por dentro, la palabra mágica que todo lo transforma, el deseo transparente. Camina sin hacer ruido, entra sin ser visto, se va sin despedirse pero su huella perdura en el aire ardiente cuando oscurece. Es el misterio, lo oculto cuando brilla, lo que huele a nostalgia en los pliegues de la memoria. Lo reconoces si lo encuentras, pero cuando lo buscas no aparece. A veces es eco, a veces reflejo, a veces nada. Un golpe blando que te arranca de cuajo. Una lluvia, un viento, una piedrecita blanca entre la arena.
Cuando el ojo se cierra, el mundo se apaga... ¡Hágase la luz! - gritaban en medio del vacío. Y la luz no se hizo. A esperar, otra vez, como siempre. Divina Providencia...
Cuando caiga el telón tal vez esté muy lejos. Pero sigo sintiendo la presencia, la penúltima gota, la lentitud del día que se acaba, los sueños borrosos.
Y le digo adios con la mirada perdida.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Petit homme rouge

¡Qué desesperación, qué desperdicio de vatios, qué pérdida de tiempo! Y mira que lo hago por su bien, pero esta tribu de imbéciles se ha empeñado en desaparecer por la vía rápida. Vamos a ver: estoy encendido, soy rojo y mi gesto no puede ser más claro. ¡Pero si es que ni me miráis! Es lo que yo digo, el mal de este tiempo que nos ha tocado vivir. El caso es moverse, que parezca que sabemos adónde vamos. El caso es no parar nunca, no vaya a ser que en el silencio se pueda escuchar el murmullo de fondo que os entontece, eso a lo que llamáis pensar. ¡Dejadme reír! A lo mejor creéis que estoy aquí por gusto, que no tengo nada mejor que hacer que tratar de advertiros del peligro, de recordaros que no soy un adorno. Al menos el otro, el verde, puede caminar - o hacer el gesto, que ya es algo. Si tuvierais un poco de sentido común yo no tendría que estar aquí. Pero claro, la libertad, se os llena la boca de libertad y de derechos, ya sois mayorcitos para jugar con vuestras vidas. Mi cuerpo es mio y hago con él lo que quiero. ¡Estúpidos egoístas! Lo único que pido es un poco de respeto. Parad un instante. Respirad. Mirad alrededor. Cerrad los ojos y escuchad vuestra respiración.
Es inútil, pero yo sigo aquí. Seguiré aquí, rojo, desafiante, eternamente estático. Esperando que algún día seáis capaces de ver. Tengo una misión. No importa cuánto me despreciéis. Seguid ignorándome. Yo no abandonaré. Aunque sólo sea por esos niños que aún me miran y exclaman: "¡Papá, un robot!"
Soy el hombrecillo rojo y cuido de vosotros. Supongo que os quiero...