
La llama permanecía encendida, brillando obstinada, ardiendo en volutas mientras se devoraba a sí misma. De su calor se alimentaba el corazón cansado, bajo su luz se consumían las dudas, ocultos ya los miedos en el humo gris que se retorcía antes de desaparecer definitivamente.
A través de la ventana hasta la vida parecía un cristal pintado tras el velo de la lluvia. Bajó al jardín con paso lento, sin hacer ruido. Junto a la higuera se detuvo, escuchando a las aves escondidas. Y se perdió en la rosa, que enrojecía el aire con la promesa vaga de un sueño inacabable.
Al regresar supo que habían terminado los días muertos, las horas huecas, los años perdidos. Todo es ahora siempre... o no es nada.
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