jueves, 28 de octubre de 2010

Red velvet

Imposible recordar, ahogado por el resplandor rojo que le empapaba como una lluvia de sangre dulce, delicadamente perfumada. En la sima aterciopelada del sueño del que no se puede despertar, rodeado por la bruma incierta y temblorosa de las horas extinguidas, trataba de abrir los ojos con la esperanza de que el mundo siguiera estando ahí, tan sólido, tan cercano. Y sin embargo sentía el doloroso placer de la incertidumbre, cuando su propia existencia apenas se sostenía sobre la improbable veracidad de los sentidos: el vértigo de la ceguera, el silencio de los significados, la cruda aspereza de las caricias ausentes.

La llama permanecía encendida, brillando obstinada, ardiendo en volutas mientras se devoraba a sí misma. De su calor se alimentaba el corazón cansado, bajo su luz se consumían las dudas, ocultos ya los miedos en el humo gris que se retorcía antes de desaparecer definitivamente.

A través de la ventana hasta la vida parecía un cristal pintado tras el velo de la lluvia. Bajó al jardín con paso lento, sin hacer ruido. Junto a la higuera se detuvo, escuchando a las aves escondidas. Y se perdió en la rosa, que enrojecía el aire con la promesa vaga de un sueño inacabable.

Al regresar supo que habían terminado los días muertos, las horas huecas, los años perdidos. Todo es ahora siempre... o no es nada.

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