domingo, 6 de julio de 2008

Digan lo que digan

Después de asistir al inesperado aluvión de comentarios de la anterior entrada, no tengo más remedio que comparecer de nuevo, aunque sólo sea para detener la vorágine. El caso es que estoy empezando a aterrizar nuevamente en la ciudad que me vio nacer (expresión estúpida y grandilocuente), y debo decir que todo está siendo un poco raro. Soy consciente de que las circunstancias son excepcionales -para lo que ha venido siendo mi vida hasta ahora-, pero aún así las sensaciones son muy extrañas. Siempre he pensado que ciudades como Madrid exceden con mucho un tamaño razonable, entendiendo este concepto como lo perteneciente a la escala de lo humano. Fundamentalmente porque no creo que, en general, estemos capacitados para convivir en tan gran número. Si ya es difícil poner de acuerdo a dos personas, trata de hacerlo con cuatro millones. Algunas impresiones a vuelapluma: la tan cuestionada "movida" sí existió, y fue una oportunidad de oro para que Madrid se convirtiera de verdad en una de las grandes capitales culturales del mundo. Ahora todo está en manos de La Caixa, Cajamadrid o las grandes marcas de telefonía y similares. Cultura de catálogo.
La horterización global es imparable. Dicho proceso no sólo consiste en que la gente se vista como si hubiera sacado su ropa de un contenedor, que al final es lo de menos. Lo peor es el conjunto de actitudes que implica, entre las que destaco una especialmente maligna: llevar el móvil en la mano mientras suena una insoportable chicharra que recuerda vagamente a música, con el suficiente volumen como para que todos podamos comprobar que: a) No tienen ningún respeto hacia quienes les rodean y b) Su gusto musical es tan deplorable como su atuendo. De la falta de educación generalizada y del ombliguismo exacerbado ni voy a hablar.
Podría continuar, pero no lo haré. No quiero ofrecer una visión apocalíptica, y tengo el firme propósito de no permitir que una civilización en decadencia me amargue la existencia. Eso era antes. Mi opción actual es mantenerme inmunizado ante la burricie y tratar de aportar algo de belleza y humanidad para contrarrestar los nocivos efectos del calentamiento global de los cerebros. Con humildad y buena voluntad. Así que a dibujar y a mirar al horizonte.
Como el personaje de arriba, que pasea a la luz de la luna sin importarle que le llamen lunático.
Y mañana empiezan los sanfermines. Suerte a los toros.

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