sábado, 26 de julio de 2008

Echando humo (Elogio de la imperfección)

Hago esta entrada a una hora poco habitual, ya que generalmente me pongo a la tarea por la noche, cuando las ocupaciones y preocupaciones del día dejan paso a un cierto silencio que invita a la reflexión. Sin embargo, esta vez he sentido la necesidad de acudir a mi particular palestra para sacar a relucir un tema que - seré quisquilloso -me hace saltar como un resorte. Supongo que cuando leáis de qué se trata pensaréis que, efectivamente, soy muy quisquilloso. Espero que al final cambiéis de opinión, aunque no es mi intención que lo hagáis. Y si queréis rebatir mis argumentos, estáis invitados a hacerlo.
Vamos al asunto. Leo en la edición digital de El País que le ha sido concedido el premio World Press Photo a Tim Hetherington por una imagen de un soldado estadounidense en un búnker en Afganistán. Y un poco más abajo leo que la decisión ha sido criticada (no pone por quién) debido a que la imagen está algo borrosa. No me interesa especialmente el tipo de fotografía que concurre al World Press Photo. Me parece digno de elogio el que los fotógrafos acudan a conflictos bélicos y arriesguen sus vidas para obtener imágenes reveladoras, dramáticas y capaces de transmitirnos los horrores del mundo, tan lejanos y tan cercanos a un tiempo. Pero lo que quiero comentar no tiene que ver con el fondo, sino con las formas. Desde que comencé a hacer fotos, hace unos cuantos añitos ya, he venido soportando la absurda mitificación de la calidad técnica, o lo que es lo mismo: el valor de una fotografía depende fundamentalmente de su perfección técnica. Si una imagen está ligeramente movida, desenfocada, sobreexpuesta o subexpuesta, queda expulsada del Paraíso del Arte Fotográfico. Lo siento, no comprendo esa obsesión por la técnica. Por supuesto que es importante, y sin ella no podríamos obtener las imágenes que deseamos, pero ¿quién decide cuál era la intención del fotógrafo? ¿Quién y con qué criterio juzga si el resultado final es el que perseguía el artista? ¿Qué valores guían al autor en el momento de presentar su obra?
Claro, ya sé que estoy hablando de la fotografía como arte. Pero incluso así, es habitual encontrarse con el mismo criterio tecnicista (perdón por el palabro). Salvando las distancias, es como si le reprocharan a Goya su pincelada suelta, como si le dijeran: "Sí, los retratos de reyes están bien, pero esas pinturas negras..." Para ilustrar mi postura, traigo hoy una fotografía rara. La hice recientemente, durante un paseo en La Granja. Llevé a revelar los negativos, que después escaneé y positivé en el ordenador. Cuando vi la imagen final, descubrí una especie de veladura, como si hubiera hecho la foto a través de un fino pañuelo. El resultado me encantó, porque confería a la imagen una atmósfera entre antigua e inquietante (bueno, eso es lo que me sugiere a mí). Para la inmensa mayoría de los "profesionales" de la fotografía es una imagen fallida, carente de la mínima calidad exigible. Pues muy bien, pero a mí me gusta, me transmite sensaciones, consigue que resuenen ecos y nostalgias indefinidas. Es el placer de la contemplación. Discutible, evidentemente. Cada cuál tiene su criterio, y el técnico sólo es uno de ellos. Mi opinión es que la obsesión por la perfección técnica puede privarnos de la emoción, y hacernos olvidar el espíritu que mueve la acción artística. Cuando presento esta foto al mundo soy consciente de sus carencias, pero también de sus valores. Que esos valores sean compartidos ya no depende de mí. Pero ese es el destino de toda obra artística: enfrentarse al escrutinio de los demás, y ser apreciada, despreciada o condenada a la indiferencia. Con eso ya contamos.
Pues queda dicho. En el fondo no es sino una defensa de la libertad de técnica en el arte. Al final, sólo queda la imagen y el espectador. Y si surge la emoción, lo demás es secundario.

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