domingo, 27 de julio de 2008

¿Qué me pasa, doctor?

Debo confesar que mi relación con el mundo de la ciencia es contradictoria. Me apasiona cada nuevo descubrimiento, y trato de mantenerme informado, hasta donde soy capaz de comprender, de los avances que se realizan constantemente en las más variadas especialidades, aunque reconozco mi debilidad por la neurociencia y todo lo relacionado con el comportamiento humano. Lo que nunca deja de sorprenderme es la capacidad de la comunidad científica - y pido perdón por generalizar - para pasar de puntillas, cuando no obviar descaradamente ciertos asuntos: aquellos para los que no tienen respuestas concluyentes, o cuyas implicaciones se adentran en terrenos pantanosos - es decir, cuando se empieza a difuminar la frontera entre ciencia y filosofía, ética o espiritualidad.
Y todo esto viene a cuento de un artículo que acabo de leer acerca del efecto placebo. En él se habla tranquilamente, con todo tipo de ejemplos, de cómo las personas se curan o mejoran sensiblemente por el simple hecho de creer que les ha sido administrado un medicamento eficaz. Se menciona también la hipnosis como terapia que emplea, básicamente, el mismo mecanismo, a saber: si la creencia es lo bastante poderosa tendrá un efecto real. De hecho, es una cuestión de fe. Si deposito mi fe en el médico que me receta, y en la pastilla que me tomo, me curaré. Aunque la pastilla en cuestión sea azúcar prensada. ¿Y después? Después nada. Ahí acaba todo. Sin embargo, la conclusión parece bastante evidente. El cuerpo posee la capacidad de sanarse a sí mismo. La fe mueve montañas y acaba con las enfermedades. Quiero pensar que hay algún grupo de científicos tratando de descifrar qué mecanismos permiten ese aparente milagro. Sería mucho más inteligente que seguir bombardeando el organismo con química sintética, que muchas veces exige el uso de más química para contrarrestar los efectos secundarios. Y de paso serviría para evitar que surjan (más) grupúsculos pseudomísticos que explican cómo, mirando a Orión mientras te presionas el glúteo derecho con el codo izquierdo y mantienes en tu mente el sonido del mapache en celo, la energía de Alpha Centauri te librará del cáncer, el parkinson y la malaria.
No sé qué pensaría la poderosa industria farmacéutica (bueno, sí lo sé), pero sería un gran paso para la Humanidad. En definitiva, lo que viene a demostrar la eficacia del placebo es que la mente alberga un poder insospechado, y la capacidad de cambiar nuestro destino. Eso sí, nada en la vida es gratis, y el esfuerzo que requiere llegar a utilizar la mente de esa forma es la causa probable de que muy poca gente lo consiga. Por si alguien lo duda, no tengo nada en contra del uso de la medicina y los medicamentos. Pero últimamente se está advirtiendo de la progresiva "medicalización" de la vida. Dicho de otro modo, lo que antes era el esfuerzo de volver al trabajo ahora se llama "síndrome posvacacional", y la gente va al médico para que le recete algo. Cada pequeño obstáculo cotidiano tiene su propio síndrome asociado. -Doctor, cuando pienso en el cambio climático me entra una angustia insuperable. -Pues piense en otra cosa y utilice el transporte público.
En fin, que hay otros mundos, pero están en este. El ser humano es un cosmos en sí mismo, y lo que nos queda por explorar. Y la foto de hoy, una vez más, no tiene nada que ver. Bueno, quizá si miráis fijamente la flor mientras recitáis la alineación del Numancia F.C. os baje el colesterol...

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