miércoles, 30 de julio de 2008

El porqué de las cosas

Había pensado comenzar esta entrada anunciando un paréntesis vacacional, dado que voy a pasar los próximos días en un lugar sin ordenador, ni adsl, ni internet, ni... ¡Oh, Dios mío! ¡Qué estoy diciendo! ¿Seré capaz de soportarlo?
Pues sí, naturalmente. Mi primera conexión a la Red fue hace diez años, lo que significa que pude vivir casi 32 sin echar de menos tan apasionante tecnología. De hecho, hasta mediados de agosto voy a estar con mi niño tirando piedras al río, recogiendo piñas y palos, persiguiendo saltamontes y mariposas, y tratando de encontrar parecidos razonables en las formas de las nubes. No voy a negar que echaré de menos nuestro contacto bloguero, pero también es cierto que probablemente los que soléis leerme tampoco os quedaréis encerrados en casa frente a la pantalla. Así que vacaciones para todos.
Pero quería despedirme temporalmente con una nueva perorata. Y es que
no deja uno de darle vueltas a las cosas, y cada nueva pregunta sugiere otra, y otra más, y así nos vamos enredando. El caso es que hoy me he topado en la Internet con una de esas páginas dedicadas a la nostalgia, en este caso de mi generación (nacido en el 66). Y allí me he reencontrado con uno de mis gratos recuerdos, un álbum de cromos de Bimbo titulado "El porqué de las cosas", que nos ilustraba acerca de cuestiones como "por qué la sangre es roja" o "por qué tenemos sed". Y de pronto me ha dado por pensar que quizá de ahí procede mi manía de querer comprender las causas, de buscar respuestas a las dudas que la vida te va poniendo en el camino. Y también quiero aprovechar para aclarar un poco mi postura frente a algunas cuestiones que han podido resultar confusas en anteriores entradas. A veces parece que castigo a los pobres científicos e incluso a la Ciencia en general, y nada más lejos de mi intención. Lo único que intento es acercar posturas. Me cuesta comprender ese empeño por oponer ciencia y filosofía, o ciencia y espiritualidad, o ciencia y como queráis llamarlo. Y me sorprende aún más la beligerancia de ciertos científicos contra la religión o cualquier cosa que consideren supersticiosa o poco empírica. Para empezar, el error está en considerar que sólo hay un enfoque posible: o se es científico, o se es religioso. El problema aparece si intentamos estudiar religiosamente la ciencia, o científicamente la religión. La fe se caracteriza, precisamente, porque es la creencia en algo sin necesidad de poseer pruebas. Pertenece a la esfera privada e íntima de cada persona, y no tiene por qué interferir en los demás aspectos de la vida o actividades de alguien. Hay conflicto si afirmo que las cosas se mantienen pegadas a la tierra, no por la fuerza de gravedad, sino porque Dios las sujeta con su Divina Voluntad. Pero yo puedo creer que la Divina Voluntad es tan, tan sabia que hasta se le ocurrió crear la fuerza de la gravedad para evitar que todos saliéramos flotando cono globos en una feria. Y que además dotó a Isaac Newton de la inteligencia y la intuición suficientes como para descubrirla y enunciarla. Ésa es mi fe. No cuestiona la ley de la gravedad, no es incompatible. Simplemente me aporta una dimensión extra. Pero hay algo más. Los propios científicos utilizan la fe, aunque no sea religiosa ni espiritual, y eso no les causa conflicto. ¿Qué conduce a un investigador a seguir determinada línea de estudios? La creencia de que allí encontrará respuestas. ¿En qué se basa esa creencia? Quizá en datos obtenidos en investigaciones precedentes, o en hipótesis más o menos razonables. Pero en último término es una cuestión de fe. Cuántas veces los científicos se ven obligados a corroborar que algo ha sucedido, sin poder aportar una explicación satisfactoria en términos científicos. Y no por eso decimos que la ciencia sea un fracaso o una farsa. Simplemente, queda mucho camino por recorrer. Otra cosa es que las religiones, como grandes sistemas de creencias, intenten explicar desde su particular punto de vista todo fenómeno físico, químico o de cualquier índole, y controlar o regular aspectos de la vida que deberían ser ajenos a su influencia. Pero eso es otra historia. Cuando hablaba del efecto placebo, trataba de hacer notar el poder de las creencias, y su posible aplicación en los procesos de sanación física o psicológica. Si la creencia de que una pastilla me va a curar es capaz de provocar que mi organismo ponga en marcha el proceso biológico necesario para curarme (por ejemplo, segregando determinadas sustancias químicas), ¿por qué no estudiar el mecanismo que produce ese fenómeno? Y no por ello voy a dejar de tomar aspirina para el dolor de cabeza, si me funciona. Me consta que ya se están utilizando ejercicios de visualización para mejorar la acción de determinados tratamientos médicos. Eso es sumar, y de eso se trata.
Como veréis, he añadido a la lista de enlaces interesantes un
magnífico blog de ciencia. Allí he leído un artículo sobre la teoría de cuerdas, que viene a decir que se trata de una hipótesis bastante sólida, pero que aún no disponemos de los medios necesarios para obtener pruebas de su credibilidad. Como modelo teórico funciona, pero no hay forma de demostrarlo... ¡Caramba, lo mismo le pasa a Dios! A ver si va a ser eso...
En fin, que seguiremos hablando del tema, que viene a ser infinito, como el universo. Aunque a ver quién es el valiente que lo demuestra.

No hay comentarios: