Borracho como una cuba va el poeta, borracho de las palabras que le caen de los bolsillos, que le arrastran, que le cuelgan a jirones. Ebrio de luces, de fuegos, de tormentas rojas, de granadas abiertas, de lo que se aleja sin hacer ruido. Se tambalea como una botella, y rueda por la pendiente de un volcán hasta hundirse en el magma ardiente, y sale despedido como ceniza y piedra negra. Vuela, dejando una estela de humo que se hace versos y se deshace enseguida, sin dejar más huella que un recuerdo atónito. Se le abraza el olvido a las piernas, tropieza y se levanta, cierra los ojos y escucha un batir de alas premonitorio: ahí llega de nuevo, la palabra que odio, la que no encaja, la que no da sombra, la que urde traiciones, la que engaña, la que flota inerte en el hueco del tiempo que se ha ido. "No me sirve" - piensa -, aunque obstinadamente se repite el eco y es su voz la que murmura. "Y para qué" - pregunta -, mientras la luz se apaga y se adormece el mundo y su locura cotidiana. "Jamás" - repite -, sabiendo que la derrota es inminente, que volverá a batirse en retirada, que la palabra arde aunque te escondas. Quemado por su fuego el corazón se abre, y de sus pétalos licuados brota el verso, inflamado y frágil, peregrino perdido entre tinieblas. "Ya no hay más" - solloza -, pero calla y espera. Sabe que ese temblor es pasajero, que los versos se llaman y se abrazan cuando nadie los mira, y nacen los poemas con el alba o el mar o el ladrido de un perro en la distancia.El viento se estremece en las ventanas. Es otoño. Octubre está en la puerta suspirando. Me asomaré a la vida mientras pueda y gritaré que estoy desnudo y vulnerable. Sólo se oirá una voz que apenas dice: no quisiera morirme sin haber vivido.









