miércoles, 16 de abril de 2008

Lo real y otras zarandajas

Hay un aspecto particularmente interesante de la fotografía, y es su relación con la realidad. Aparentemente, lo que muestra una foto es un fragmento del mundo real. Y en apariencia nos lo muestra con objetividad implacable. Veo los tejados, las ramas de los árboles agitadas por el viento, las nubes intentando ocultar el brillo de la luna, el campanario de una iglesia. Todo está ahí, puedo describirlo con claridad. Pero no es tan real. Es una imagen, un recorte, un encuadre. Sólo enseño lo que quiero enseñar. Si abro el plano, la torre del campanario se perderá en el fondo. Si espero un poco más, las nubes cubrirán la luna y todo aparecerá en penumbra. Si aumento la velocidad de obturación, las ramas no revelarán su violenta agitación. Puede pareceros real, pero no lo es. Y eso es sólo mi interpretación. Luego viene la del espectador, que añadirá sus propios matices. Así pues, una fotografía nos habla de lo que nos muestra y de quien lo ha hecho visible. Y parece que en la vida sucede lo mismo. Nos contamos fragmentos de la realidad que previamente hemos seleccionado, expurgado, tamizado con mil filtros diferentes. Contando la realidad nos contamos a nosotros mismos. Pero lo real está más allá de lo que podemos aprehender. Los sentidos no son muy de fiar, el intelecto acostumbra ser demasiado estrecho, y la intuición demasiado ambigua. Y a pesar de todo ahí estamos, juzgando como dioses con cabeza de hormiga. Yo no sé, pero a veces el universo me queda grande. Como dice Nasrudín, muéstrame tu dolor, y yo te mostraré a Dios.
Adiós.

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