lunes, 21 de abril de 2008

La costumbre del caracol

Una vieja canción de Franco Battiato comienza diciendo: "Vivo como un camello en un canalón...". Demasiado a menudo me siento plenamente retratado en esa frase, que muy bien podría ser: "Vivo como un caracol encaramado a un hierro oxidado". Aún sigo sin comprender cómo y por qué tienen los caracoles esa extraña tendencia a trepar a lugares insólitos, y me temo que suelen ser el último de sus destinos. En este caso resulta incluso más raro, porque hasta la posición del molusco parece desafiar la gravedad. Como un acróbata permanece suspendido misteriosamente, en una postura inverosímil, y uno no puede dejar de preguntarse qué iba buscando para acabar en semejante situación. A veces tengo la sensación de que la naturaleza nos va dejando pistas, composiciones peculiares que normalmente permanecen inadvertidas, y que sólo ocasionalmente son descubiertas por el ojo ocioso o atento del fotógrafo, que no tiene más remedio que dejar constancia de su hallazgo. ¿Ocultan algún significado estas anómalas combinaciones de elementos? Más allá de la coincidencia de espirales - caracol y ferralla -, del contraste entre la dureza del hierro y la fragilidad de la concha, entre la recogida redondez del animal y la enhiesta rigidez del metal... No acierto a ver sino otro de los tantos enigmas absurdos que la vida nos presenta caprichosamente - o quizá no tanto. Supongo que puede ser considerado fácilmente como una pérdida de tiempo, pero me quedo con la imagen como reflejo de ese sentimiento de inadecuación, de desplazamiento, de encontrarte fuera de lugar y de momento, siempre un poco al margen; a veces rozando lo extravagante, y sin embargo poseedor de una cierta clase de elegancia y dignidad.
Como un camello en un canalón.
Como un hombre que fotografía caracoles.
Como yo, por ejemplo.

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