Hace tiempo hablaba aquí de la libertad del membrillo, que consiste básicamente en la no elección. Sé que suena paradójico, pero es así. Un membrillo - o un cardo - sólo puede ser eso, lo que es. No puede decidir, como un planeta no puede cambiar su órbita por un capricho o una elección propia. Su perfección radica en el cumplimiento estricto de un destino inapelable. Este cardo iluminado por el sol ha culminado su proceso de desarrollo para convertirse en todos los cardos, en la esencia misma de ser cardo. Y es, por supuesto, perfecto.El ser humano posee el dudoso atributo del libre albedrío. Al nacer somos unos cachorrillos indefensos, con todo por aprender. Pero la gran diferencia es que no estamos necesariamente destinados a convertirnos en auténticos seres humanos. Quiero decir, completos, equilibrados, felices, plenos. Y es que podemos decidir, y lo hacemos constantemente, a cada instante. Todas las crías de especies animales alcanzan la plenitud aprendiendo los estrictos códigos de sus progenitores y misteriosamente guiados por el instinto de la especie. Si no lo hacen, la Madre Naturaleza acaba con ellos por alguno de los múltiples y eficaces métodos que ha desarrollado a tal efecto: depredadores, enfermedades, pérdida del territorio, etc. Y hay algo más importante: los animales - y las plantas - no piensan. No amanecen y se dicen: "Vaya lata, hoy tengo que volver a rastrear el terreno en busca de semillas, brotes o presas para alimentar a mis cachorros y garantizar mi subsistencia". Claro que tampoco tienen que pagar los plazos del televisor de plasma de 50 pulgadas que no les cabe en el salón y que se ve mucho peor que la tele vieja.
Así que nos toca decidir. Y es para toda la vida. Y nuestro instinto es bastante pobre, por no decir nulo, y por si fuera poco además lo vamos perdiendo desde que decimos gugu tata. Entre lo que nos enseñan y lo que aprendemos. Sin esa guía casi infalible, sin el mapa de la herencia de especie, nos perdemos constantemente. Unos más que otros, claro. Porque nos hicimos civilizados, y todo lo sencillo pasó a ser complicado. De hombres pasamos a ser ciudadanos, y después clientes. Esta crisis no es un accidente, me temo.
Total, que envidio al cardo y al membrillo hasta la médula. Así que vendo mi libertad, o la subasto al mejor postor. Ahora sólo necesito que alguien me riegue el tiesto de vez en cuando, salvo que mi destino sea agostarme o ser pasto de los pulgones.
Que sea lo que Dios quiera...
