martes, 17 de marzo de 2009

Acero templado

Me llamo Torniquete. De torni, como tornillo, y quete, como... "¡Que te vas a caer!", o "¿Qué te había dicho?". No es que me importe, de verdad. Si ya sé que el nombre es lo de menos. Es que en la Factoría todos tenían nombres preciosos, y hasta los llevaban grabados, o incluso en relieve, con letras pulidas y brillantes: Tornado, Excelsior, Special, Vortex, Splendor... Y no sólo eso, es que además podían hacer cosas increíbles. Algunos eran capaces de aspirar todo tipo de partículas, otros trituraban cualquier sustancia, otros convertían sólidos en líquidos, y así mil y una funciones útiles y sorprendentes. Era un sitio estupendo, muy limpio - pulquérrimo, diría yo -y luego estaba la música... Clanc, clanc, clanc, prrrrrrrr, tititit, clanc, clanc, sshhhhhhhhh, poxxxxx, clanc, clanc... Podría haber pasado horas escuchando el sonido de todas aquellas maravillosas máquinas, su sincronía perfecta, su milimétrica precisión, su danza inexorable - e inoxidable.
Sólo sucedió una vez, una única vez. Supongo que sería una esquirla de acero, una viruta, una rebaba. El caso es que nada debería haber fallado, pero aquel día el orden soberano se trastocó,
se alteró la cadena, una casi inapreciable desviación inicial del proceso derivó en una serie de pequeños, insignificantes errores, y el resultado fue... bueno, fui yo. También recuerdo con mucha claridad el silencio - creo que era la primera vez que se escuchaba allí. Al principio fue todo muy confuso, pero enseguida quedó claro que nunca serviría para moler, ni triturar, ni licuar, ni aspirar, ni tostar, ni enfriar. Y tampoco me pareció oportuno interrumpir sus experimentos para hacerles saber que podía pensar y hablar con bastante soltura. Pasé unas semanas en un rincón, luego fui a parar al almacén de la limpieza, y finalmente me dejaron al fondo de un pasillo que, misteriosamente, no llevaba a ninguna parte. Desde allí apenas podía escuchar la música, y había bastante humedad (y por muy inoxidable que se sea, eso nunca es conveniente). Así que tomé la decisión, y aprovechando la visita de una inspección del Ministerio de Industria, abrí la puerta de atrás y me marché de la Factoría para siempre. No diré que no sintiera algo de pena - creo que se dice así -, y es cierto que al principio fue un poco complicado acostumbrarse a este mundo tan lleno de rugosidades y formas...cómo lo diría...ejem, poco regulares. Aunque debo reconocer que poco a poco voy encontrando cierta armonía en las estructuras naturales, a pesar de su tendencia al caos y la asimetría. A decir verdad, tampoco yo puedo presumir demasiado al respecto, a pesar de mi noble origen.
Y así fue, resumiendo, cómo me convertí en un artefacto vagabundo, y cómo quiso el azar o el destino, o ese orden oculto que sin duda ha de guiar con mano invisible el devenir de este planeta, que llegara hasta un castillo perdido en medio de un bosque. Y de este modo descubrí que no era, ni mucho menos, la única pieza del rompecabezas que aún no había encontrado su lugar, ese espacio en el que resuenan los ecos dorados del paraíso:
Clanc, clanc, clanc, prrrrrrrr, tititit, clanc, clanc, sshhhhhhhhh, poxxxxx, clanc, clanc...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda este va a ser mi personaje favorito de la saga. Me encanta. Es el Bender de Futurana, el hombre de ojalata del mago de oz, el C3P0 de la Gerra de las Galaxias... los hobits del Señor de los Anillos.
¡Por los grandes secundarios!

bogormu dijo...

Los segundos (o los últimos) serán los primeros en el Reino de los Cielos...