jueves, 19 de febrero de 2009

Chuchurría

Cuando nació, la princesa Chuchurría era un bebé redondito, de piel blanquísima y suave y hermosos rizos dorados. Sus padres hubieran renunciado a su reino por la sola felicidad de mecerla entre sus brazos, por cada uno de sus balbuceos, por su risa dulce y contagiosa. La corte entera se agitaba de emoción cuando la pequeña princesa daba sus primeros pasos por los grandiosos salones de palacio.
Pero a medida que pasaban los años, se hizo evidente que algo no marchaba bien. Todo el mundo esperaba una esbelta muchacha, la rubia melena brillando bajo el sol, los vestidos de gasa y brocados, los bailes de gala con los príncipes de los reinos vecinos, la vida cortesana y, finalmente, la gran boda real. La realidad es que Chuchurría era bajita y desaliñada, su pelo era una enmarañada madeja castaña, y su interés y habilidades en los bailes y las galas de la corte, más bien escasas. Cierto es que demostraba una viva inteligencia, agudo ingenio y profunda sensibilidad, un carácter bondadoso y una curiosidad sin límite. Pero ningún príncipe le dedicaba nunca más de una mirada, y pronto dejaron de celebrarse bailes y fiestas.
Chuchurría se encerraba en la vieja biblioteca a leer, y aprendió muchas cosas interesantes que a nadie interesaban. Casi siempre andaba absorta en sus pensamientos, o eso parecía. Daba largos paseos por el bosque, soñando con un mundo en el que las personas fueran capaces de ir más allá de las apariencias. Sin embargo, su tesoro permanecía oculto, a la espera de ser descubierto.
Abrumados por la situación, sus padres la enviaron a un castillo lejano para que reflexionara (?), mientras trataban de encontrar una salida apropiada a las obligaciones de su linaje. Eso entristeció mucho a la princesa, pero sólo al principio. En el fondo, ella sabía que era la oportunidad para descubrir las respuestas que tanto tiempo llevaba buscando. Durante su estancia en el castillo conoció al que sería su gran amigo y protector, su compañero en la búsqueda definitiva del último porqué. Pero tendremos que esperar un poco para conocerle. Paciencia.
No lo he dicho, pero aunque es cierto que Chuchurría no sonreía demasiado a menudo, cuando lo hacía la Tierra se detenía, subían las mareas y la luna aparecía en el firmamento aunque no fuera de noche.
Ella misma se bordó el corazón en el vestido, y llevaba un pequeño colgante con una inscripción: "Esto también pasará".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Oye... Mañana lo pruebo con cani. Si funciona te lo haré saber. Nop obstante vete preparando la segunda entrega. (que seguro que ya esta perjeñada) Gracias por el material.

Cabra Montesa dijo...

¡Ese Ornitorrinco! Me gusta cuando dejas escapar al cuentacuentos que habita en tu interior.
Niños y niñas del mundo te lo agradecerán. Deberías ponerle música, animarlo, y venderlo como una micro-serie.