A veces parece que la vida se empeña en ser un laberinto. Un juego de espirales, de círculos concéntricos, de escaleras, de puentes levadizos. De atajos engañosos, de caminos inciertos, de promesas vagas, de versos que no riman. Un viento que aúlla, palabras que arden, lo que no puedo hacer aunque quiera, lo que no quiero hacer aunque pueda. El yunque a cuestas, el silencio mentiroso, la mirada perdida. Quiero la risa. Quiero un segundo de verdad. No medir. No contar. No pesar. Que la luz me abra. Quiero verdad y centro. Un misterio azul, una luz violeta, un ojo incandescente. Tengo que dejar de ser tan tonto. Definitivamente eso.
Y si os pido perdón, es el otoño.
Se pasará volando.
El pez fuera del agua me pregunta:
¿es que tú no te ahogas?
Voy a perder las hojas si no se para el viento.
Pero me da lo mismo, y mientras tanto
no echo tanto de menos,
no echo de menos tanto,
y para qué - me dicen -
si la flecha ha salido ya del arco.
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