Hay dos cosas que hago desde que tengo recuerdo: tocar instrumentos y dibujar. Creo que aún conservo algunos folios de apuntes del colegio, en los que los dibujos de los márgenes cada vez iban ganando más terreno al texto. Y conservo esa costumbre de garabatear en cualquier papel, mientras hablo por teléfono, pienso o espero en cualquier circunstancia. No sabría describir de dónde proviene el placer que indudablemente experimento al hacerlo. Es un proceso casi automático, y normalmente comienzo el trazo como estas entradas, sin saber lo que va a salir. Y sin que me importe el resultado. Curiosamente, he pasado algunas épocas relativamente largas de mi vida sin dibujar ni hacer música. Pero siempre vuelvo. Es como lo de escribir. Gracias al blog he recuperado la costumbre, y ahora se ha convertido en un excelente medio de sacar a la luz (más o menos pública) los mejunjes que se me van cociendo entre sinapsis. Y en esta reflexión descubro que, básicamente, el impulso en los tres casos es el mismo, o muy similar. Dibujar, tocar y escribir son tres formas de expresión diferentes pero que responden a una necesidad bastante indescifrable. Quiero decir que lo hago aunque sepa que nadie lo va a ver, escuchar o leer. Pero también siento el deseo de compartirlo, porque eso sí es algo que experimento como una necesidad. Supongo que es el impulso creativo, pero reconozco no comprender a qué obedece. El gran José Antonio Marina habla con frecuencia de dicho impulso creador: "La creatividad nos permite descubrir posibilidades nuevas en la realidad, aumentar, pues, nuestros poderes. Consiste en hacer que algo valioso que antes no existía, exista". Es una definición magnífica. Discernir si lo creado es o no valioso es un asunto más delicado. Pero no me cabe duda de que esa pulsión, ese arrebato dulce que empuja a blandir el lápiz o el instrumento musical nos conecta con áreas del ser que se escapan al análisis racional, y que nos liberan de ciertas ataduras terrenales para conducirnos a paisajes del espíritu. Es una mecánica que se rige por sus propias leyes, ajenas al mundo material, pero absolutamente necesarias para la supervivencia. En ningún momento de la Historia, por terrible que haya sido, ha dejado el ser humano de crear. Por algo será.
A veces, cuando garabateo, me siento como un habitante del Paleolítico en su caverna. Quizá no hemos evolucionado tanto como creen algunos...
El libro "The Art of Persian Music" comienza con una cita de Nietzsche (en inglés): "Without music life would be a mistake".
No me resisto a terminar esta entrada sin recomendaros que leáis el comentario anónimo a la entrada anterior. Amén.
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