¡Toc, toc, toc! (¡toc, toc, toc) (toc, toc, toc...toc........toc..........) Nada, pues le pego una patada a la puerta y se acabó. ¡Pumba! ¡Hala, padentro! La poca luz que entra por la ventana apenas da para entrever un paisaje entrecortado, un rompecabezas gris, un bailecito de sombras. Un minuto, dos, tres, se me acostumbra la vista a la penumbra. Caramba, yo ya he estado aquí antes... ¡Idiota (dijo Dostoievski) si es tu casa! ¿Mi casa? Pero...¿qué hacen aquí esos muebles? ¿Son míos? Pues claro, de quién si no. Espera, espera, ¿y esa música? ¿El Mesías de Haendel? Ese sí que no es mío. Bueno, déjalo, no suena mal. Y todos esos cuadros... No me lo creo, esta no es mi casa. ¿Cómo iba yo a vivir en un lugar así? Y esos animales... qué raros, y cómo se me parecen. Ahora mismo llamo a los bomberos, a la policía (del pensamiento, dijo Orwell), a los Traperos de Emaús (dijo Jesús), a Diógenes sin Fronteras... ¡Que se lo lleven todo! Vaya, no tengo cobertura. Eh, ahí hay alguien. ¿No seré yo? Elemental (dijo Holmes). ¿Se puede saber a qué juegas? Esto no es una casa, y mucho menos un hogar. Es un desván, un vertedero, un desagüe, una cloaca...Vamos, el trabajo de toda una vida. O sacas todo esto de aquí o yo me mudo. -Eso, mejor te callas. Que no, que me voy, que no te aguanto más. Y no quiero tarta ni regalos, yo eso no lo celebro. Tengo hasta el martes para pensar algo. Las fotos, los instrumentos, los libros sin leer, los poemas sin escribir, los lápices sin afilar, las partituras que no entiendo. ¿Tienes una maleta grande? Mejor la carpa de un circo, si no, te va a faltar sitio. ¿A que no me llevo nada? Ja, ja, ja... Me dejas de piedra. (Eso, tú conviértete en piedra y verás cómo te trituro con la maza de picapedrero). No, esta vez no te voy a escuchar, no te voy a hacer caso. Lloraré como en un parto, pero te juro que por ahí no vuelvo a pasar. ¿Quieres quitar el dichoso Mesías? ¡Parece que vamos a coronar a Napoleón! Y no me vengas con el "ya te lo dije". Aprenderé a bailar con los ojos cerrados, a cantar riendo, a escuchar cómo crece la hierba. Si hace falta, aprenderé a guardar silencio. Incluso a callarme. ¿Sigues ahí?
Claro que sí, puedo oir tu risita... Pero me da igual. Ja, ja, yo también me río, ¿ves? Y voy a comprar flores. Y un mantel bonito. Y un barco pequeño, con su mar y todo, navegando entre las olas mientras suena una campana y el viento despeina las velas. Adios, me marcho, y no pienso arreglar la puerta. La dejo abierta. Ahí te quedas.¡Patapúm parriba!
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