lunes, 20 de mayo de 2013

Sombrío

Te dibujas a mis pies con la tinta volátil que el sol vierte pretendiendo iluminar el mundo, y en esa paradoja eterna en que la luz es siempre madre de la oscuridad comprendo por fin la verdadera naturaleza de la dualidad. La incertidumbre es la fuente de toda certeza, el caos es el único orden posible, y la belleza es el instante en que el tiempo se detiene a contemplar su paso inexorable. 
Me alargo, me extiendo, me pliego y me deformo, me retuerzo sin dolor, vuelo y desaparezco. Y es más real la sombra que el sujeto, está más viva, es más verdad porque muestra lo que yo siempre trato de ocultar. Me acompaña o me persigue, y aunque los recuerdos se desvanezcan, permanece inquebrantablemente fiel, engarzada en mi cuerpo con el vínculo indisoluble de la causa y el efecto. 

Me precipito calle abajo arrastrándote como un velo, trazando la huella de mi paso sin dejar rastro. Me escondo tras una esquina umbría y tomo aliento, a sabiendas de que estás ahí aunque no te vea. Mezclado entre la gente intento confundirte, me cruzo, me atravieso, giro y cambio de sentido, solo para volver a verte frente a frente. El sol empieza a declinar y tú te alargas como si fueras a marcharte. Y se oscurece el cielo, y aunque te fundes te presiento. Todo se apaga lentamente: duermes y yo te espero hasta mañana.

domingo, 14 de abril de 2013

Destino compartido

Brillaba el cristo con un suave fulgor dorado, rodeado de libros inertes, casi sepultado en el caos gitano del mercadillo misceláneo. La presencia del tigre podía resultar amenazadora, pero su aspecto un poco grotesco, tan evidentemente plástico, y su color zanahoria industrial, parecían desmentir un ataque inminente. Tal vez trataba de desenterrar al crucificado albergando una seguramente inútil esperanza de alcanzar la salvación, cuando era evidente que hacía ya mucho tiempo que habitaba en el infierno.
El cristo, por su parte, invitaba con su sola presencia a la reflexión. Hubo quienes pensaron que el mero hecho de yacer allí, en semejante estado de abandono, arrojado sin más contemplaciones entre el amasijo de objetos de dudoso gusto y valor, constituía sin duda un acto de impiedad cercano al sacrilegio. Otros, en cambio, consideraban casi un milagro que en medio de aquel desorden absurdo de trastos, archiperres y cachivaches, el áureo resplandor del Salvador pudiera iluminar las miradas perdidas de tantos ociosos transeúntes, que de este modo podrían encontrar, en su avariciosa búsqueda de gangas materiales, siquiera un atisbo de fe o un instante fugaz de devota contemplación.
¿Acaso aquella figura representaba lo divino, lo sagrado, lo trascendente? ¿Era realmente el símbolo de una creencia, de una espiritualidad, estaba imbuída de un carácter sobrenatural? ¿Y el tigre? ¿Representaba también lo salvaje, lo natural, lo felino? ¿Hasta qué punto nuestra mirada convierte los objetos en símbolos y los dota de un valor del que, como masas de moléculas mejor o peor ordenadas, carecen? Tigre y cristo, formas de plástico moldeadas en serie, juguetes sagrados y paganos, iconos destinados al culto idólatra o al juego infantil, títeres de un teatro no mucho más creíble que el escenario de nuestros desvelos cotidianos. 
- Cristo Jesús, ¿cómo has podido terminar así? Si eres quien dicen que eres, ¿cómo es que no te salvas a ti mismo, o pides a tu Padre que envíe un ejército de ángeles para que te liberen y acaben con tus enemigos?
- Al igual que tú, soy un juguete en manos de los hombres. Como tú, soy utilizado para sus juegos, para sus ritos, para justificar sus actos o para condenar los de los demás. Y de la misma forma que a ti, cuando se cansan del juego me abandonan. Yo siempre quise ser tan solo un hombre como los demás.
- Y yo siempre soñé con ser una Barbie.
- Sic transit...