Rescato esta noche otra fotografía casi olvidada, y que sin embargo siempre estuvo entre mis predilectas. Posee ese rasgo que tanto me gusta, ese caminar en el límite de lo figurativo y lo abstracto, entre lo reconocible y lo enigmático. Y aún más, porque es capaz de aparentar movimiento siendo, como es, una planta en su maceta. Ni siquiera pudo el viento agitar sus hojas, pero lo consiguió el encuadre y el juego de la profundidad de campo. Me gusta el vórtice que parece tragarse las hojas como un sumidero... ¿O se trata tal vez de un surtidor que arroja su líquido negruzco como láminas de catarátas concéntricas? Hay algo vertiginoso y abismal, acuoso, fluido, sólido y escurridizo. La imagen se engulle a sí misma, y es posible que pronto desaparezca ante nuestro ojos y sólo quede de ella un rastro húmedo sobre el papel. Un recuerdo que flota en el vacío, un sonido sibilante que corta el silencio como el filo de una hoja, un espejismo que vino y se fue sin que hubiera tiempo para hacer preguntas. Pero la realidad se recrea a cada instante, y la imagen vuelve a emerger girando sobre su eje, como una hélice subiendo y bajando en espirales. Camino de ida y vuelta, tobogán, un niño - casi - jugando con la cámara, explorando el mundo más pequeño para encontrar sus límites y, de paso, la salida de emergencia, o la puerta de atrás...
2 comentarios:
gracias por ayudarme a recuperar esa sensibilidad por lo pequeño, lo fugitivo, lo inaprensible, aquello que se nos escapa a la reflexión más no al corazón. hoy encuentro mi "salida de emergencia" en el espejo de tus palabras. qué sería de nosotros si no nos quedara la esperanza...
Pues sí, la esperanza y la irreductible necesidad de querer ser felices, que para eso hemos venido a este planeta tan chiquitín... Vamos, eso creo. ¡Patapúm parriba! (mi grito de guerra, de un tiempo a esta parte).
Gracias a ti por participar.
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