domingo, 19 de octubre de 2008

Así en la tierra

Aunque hace ya mucho tiempo que no creo en las coincidencias - es decir, en su aleatoriedad - resulta que he recuperado esta fotografía justo cuando acabo de releer "Por qué soy cristiano", de José Antonio Marina. La imagen procede de una iglesia de un pueblo de Euskadi, en la zona de Tolosa. Casi todos los pueblos de los alrededores tienen iglesias similares, desproporcionadamente grandes para el tamaño del municipio. En materia de arquitectura religiosa yo soy más del Románico. Me resulta más coherente con la fe que la inspira: sencillez, humildad, armonía, paz, amor y respeto. La austeridad románica invita al recogimiento, y te deja a solas contigo mismo - y en presencia de Dios, si esa es tu fe. Desgraciadamente, muchas veces el interior desdice el exterior, y frente a la pureza de líneas y los rotundos y compactos volúmenes de portadas y ábsides, una vez dentro te recibe un despliegue de dorados, volutas y figuras teatralmente mayestáticas, que más que elevar el espíritu consiguen encoger el corazón, como un Deus ex-machina dramático y amenazador. No quisiera ofender sensibilidades, pero a mí tanta imaginería de cartón piedra (aunque esté hecha de madera) me parece más ostentación que devoción. Entre San Pedro del Vaticano y la Capilla de Rothko en Houston, me quedo con Rothko. Por no hablar de San Baudelio de Berlanga o la Vera Cruz de Segovia. Por si hubiera dudas, hablo sólo de la coherencia entre estética y espíritu, y desde mi subjetividad. Respecto al cristianismo, sólo voy a decir que, en mi opinión, la verdadera crucifixión de Jesús fue lo que se hizo después con su mensaje. Eso sí que son lanzadas, clavos y vinagre en las heridas.
De todas formas, todas las épocas y todas las culturas han dado templos prodigiosos, en los cuales uno puede encontrar la huella de un camino abierto para que el ser humano encuentre aquello que anda buscando, o lo que le busca a él, o lo que necesita encontrar aunque huya de ello. La respuesta, el misterio, la llave, el secreto, el tesoro oculto, la luz, el sendero, la puerta, o un fuego que le abrase el corazón. Tal vez un libro sin palabras. O una palabra que suena como un mar embravecido. O Nada en Absoluto. O un eco que nunca, nunca se apaga, como la sed que el agua no calma.

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