Hola a todos. Tras unos días sumergido entre pinos, vacas, caballos y los lejanos sonidos de las fiestas de pueblo, he regresado a la urbe y al cibermundo. Tengo que reconocer que no he echado de menos todo esto, quizá ayudado por la circunstancia de pasar el día entero corriendo detrás (o delante, o debajo) de mi niño - que, dicho sea de paso, es la felicidad más grande del mundo. Pero en nuestros paseos por el pinar he tenido tiempo para pensar en temas de los que hablar aquí. Ya irán saliendo poco a poco. Todavía estoy aterrizando, y ando un poco despistado, pero iré recuperando el ritmo. De momento han empezado los Juegos Olímpicos, un evento que nos proporciona muy diversos placeres, además de la ocasión de comentar cuestiones de gran interés. A pesar de los tiempos que corren, hay algo en el deporte que conserva la nobleza y el espíritu de tiempos pasados, en los que las marcas parecían menos importantes que el esfuerzo por alcanzarlas, por superar los propios límites. Y hay algo profundamente emocionante en los rostros de los atletas, en su forma de expresar el esfuerzo agónico, el éxtasis del triunfo, la desesperación del reto inalcanzable. Son días extraños, en los que se oye hablar de fracaso cuando alguien, tras cuatro años de entrenamientos, no consigue una medalla. Sin comentarios.
Pero vivimos en la época de los grandes titulares de prensa, y ahí no cabe la letra pequeña, la que cuenta las historias de esas personas que dedican con heroísmo parte de su vida a conseguir hazañas que nunca saldrán en los libros de historia, pero que las hacen crecer en dignidad y valor, y cuya recompensa es el legítimo orgullo por el trabajo bien hecho.
Que los dioses del Olimpo ornen sus cabezas con el laurel de la Gloria.
2 comentarios:
Bienvenido a la urbe !!!!
Gracias por la bienvenida y por la fidelidad a este vuestro blog. A ver si vamos arrancando. Besos y tal.
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