Y seguimos en el micromundo. Es curioso, pero a medida que voy rescatando material fotográfico voy siendo consciente de hasta qué punto me atrae esa especie de universo paralelo, esa réplica a escala de nuestra realidad cotidiana. Como esta diminuta araña, esperando pacientemente en el centro de su tela a que se acerque su desayuno. Vive -o vivía - en un gran bosque, entre enormes abetos, allá por Tolosa. Pero su mundo es su red, tejida con esa precisión de ingeniería técnica, reparada con constancia incansable, mantenida con primor y esmero. Es su hogar y su medio de vida, así que no es para menos. El conocimiento necesario para la prodigiosa tejeduría se halla en su herencia genética, que probablemente se remonte a miles de años - tal vez millones - de constante evolución y perfeccionamiento. El resultado es de una eficacia innegable, y además de una belleza hipnótica. Y eso me lleva a preguntarme si no habrá en el ser humano un conocimiento similar, si nuestros genes no contienen una información tan valiosa que nos permita realizar nuestro destino con la perfección natural de las otras especies. Hablaba recientemente de la membrillez del membrillo y su plenitud, concepto que es evidentemente aplicable a casi todas las formas de vida, e incluso a otros entes como los minerales o las moléculas. Quiero decir que parece haber un fin evidente de realización, una forma de desarrollo ideal para cada criatura de este mundo, un destino intrínseco e ineludible al que se deben como eslabones de la infinita cadena de la evolución. Y como parte del necesario equilibrio planetario, y seguramente cósmico - hasta donde nos alcance la mente. ¿No es posible, entonces, que la humanidad posea un destino similar, un desarrollo ideal, una evolución como especie que nos conduzca a la mejor expresión de nosotros mismos, más allá de diferencias culturales o raciales? ¿No existe un modelo, un arquetipo, una referencia, en eje que nos guíe en el camino que nos lleva desde el nacimiento hasta la muerte - y tal vez más allá? Quizá sólo sea una aspiración, un deseo expresado en voz alta, la esperanza de que podemos ser mejores, más completos, más nobles, más dignos, más humanos. Si es que ser humano significa algo más que nacer, crecer, multiplicarse y morir. Y yo creo que sí. De lo contrario, y siguiendo con el darwinismo, más me valdría haber crecido diez centímetros más. Ahora es un poco tarde para eso.
Pero nunca se sabe...
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