Uno de los grandes retos para un fotógrafo es encontrar motivos interesantes, o dotar de interés a aquellos que parecen no tenerlo. A mí me resulta especialmente apasionante buscar alimento artístico entre las cosas pequeñas, en todo aquello que habitualmente nos pasa desapercibido, ya sea por falta de atención o por pertenecer al mundo de lo minúsculo. Es sólo una cuestión de escala.
¿Qué diferencia a esta frágil figura vegetal de un árbol de treinta metros? La escala. En esencia son lo mismo: su estructura, su proporción, la forma en que se expanden sus ramas, las semillas de las que nacieron, su manera de germinar, de esparcir su herencia al viento...
Pero esto es el microcosmos. Los mosquitos son gorriones, las abejas, cigüeñas, las arañas, osos pardos. Y nosotros, gigantes descomunales, tenemos que bajar la vista, descender al nivel de nuestros pies, y detener nuestro casi siempre demasiado rápido viaje para poder contemplar, en su verdadera dimensión, las diminutas maravillas que tienen lugar en este submundo. Al cabo de unos minutos de observación atenta, la insignificante planta comienza a revelar sus secretos, su belleza quebradiza y fugaz, el juego microscópico de líneas en fuga, el despliegue prodigioso de su dibujo geométrico y aéreo, su cimbreo imperceptible... Y finalmente sobreviene la inevitable conciencia de nuestra propia pequeñez, la certeza de que no somos mucho más que esa plantita que ahora nuestros ojos perciben como el eje de un universo en miniatura.
1 comentario:
J.J.
Una visión muy zen.
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