Cuando el cine se convierte en arte y algo más aparecen películas como "El hombre elefante", dirigida por David Lynch en 1980, y protagonizada por Anthony Hopkins, John Hurt, John Gielgud y Anne Bancroft. Pero hoy no quiero hablar de cine, por más que esta obra maestra merezca todos los elogios y, desde luego, una lectura atenta y devota. Lo maravilloso de esta historia - y quizá el mayor logro de la versión cinematográfica - es el retrato profundo y conmovedor de un ser humano excepcional: Joseph Merrick. Un espíritu exquisito, un ejemplo de dignidad y nobleza, de inocencia y pureza encerradas en una envoltura monstruosa. Lo fascinante es comprobar que a medida que avanza la película, la luminosidad interior de Merrick inunda de tal forma la escena que uno llega a olvidar su aspecto deforme, deslumbrado por el resplandor de un corazón en el que no hay lugar para el rencor. Soporta humillaciones despreciables, es repudiado y perseguido, pero el Amor es una energía demasiado poderosa para dejarse vencer por la ignorancia. Su dulzura queda en nuestro recuerdo, la huella de su grandeza perdura en la memoria, y confirma la esperanza de que es posible estar en el mundo sin ser devorado por sus pequeñas mezquindades y sus paraísos artificiales.
Hay un camino hacia la felicidad en el alma humana, y sólo hay que estar dispuesto a encontrarlo y seguirlo hasta el final.
1 comentario:
Me encantó esta película. Coincido en todo lo que dices... Qué difícil conseguir tanta pureza y grandeza en nuestros corazones, pero en ello estamos, si no "pa qué" nos han traído aquí? Aunque te diré que es un pulso... Como los salmones, a contra corriente. Uf! cómo cansa.
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