¿Qué tienen en común los cisnes y los pavos reales? Por supuesto, que son aves. Y que, al menos que yo sepa y en general, no nos las comemos. Podríamos decir que el hombre no saca gran provecho de ellas, pero las alimenta y las cuida con el único fin de contribuir al embellecimiento de parques y jardines. Y a nadie le extraña. ¿Por qué?
Porque la Belleza es necesaria para la vida, y el ser humano la busca incesantemente. Observamos a estas aves y no vemos un animal con plumas que se alimenta de insectos o plantas acuáticas, sino a unos seres gráciles, majestuosos, a veces casi sobrenaturales, que hacen del simple hecho de desplazarse una danza llena de armonía. Nos inspiramos en ellos para nuestras propias danzas, imitamos su elegancia, los investimos de sagrados simbolismos, les atribuimos poderes mágicos y curativos... Y todo ello a causa de nuestra profunda necesidad de trascender, de ir más allá de los límites de la experiencia ordinaria. Ese impulso inmemorial que nos llama desde la lejanía, ese pulso vital que nos anima, que nos arrastra a los caminos de la creación, para hacer surgir la belleza donde no la había, o a revelarla donde se hallaba oculta. ¡Pobre de aquel espíritu que no siente la inquietud de la búsqueda!
1 comentario:
Bueno,qué gran filósofo!,hermosa reflexión.
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