miércoles, 10 de diciembre de 2008
Primer dragón
Estaba claro que hoy la imagen sería la de un dragón. Tenía dos para elegir, y al final me he decidido por esta. Es una criatura curiosa, y ahora me doy cuenta de que guarda cierta similitud con mi querido ornitorrinco, pues también parece el resultado de una combinación de animales diversos. Desde tiempos remotos y en todas las culturas, de oriente a occidente, la figura del dragón aparece una y otra vez, con la particularidad de representar indistintamente el Bien o el Mal. Cabeza visible del inframundo, devorador de doncellas y víctima de santos con lanza, guardián y depositario de sabiduría y conocimientos secretos. Espíritu divino que habita en los bosques, símbolo del pecado y la herejía, deidad benéfica y protectora. ¿Qué es, en realidad, el dragón? Sin duda una figura sobrenatural, portadora de atributos misteriosos, un puente entre lo divino y lo humano, la intersección sagrada de un ángel y un demonio. Enigma, sortilegio, encrucijada, laberinto, oráculo, revelación, océano sin fondo, llamarada, vórtice. Quizá un espejo ondulante en el que queremos ver reflejados nuestros miedos o anhelos, la encarnación fantástica de lo que deseamos o tememos, el ser legendario en el que depositamos nuestros sueños o pesadillas.
El dragón está, como todos, escondido tras su máscara. Su realidad se escapa y se transforma, mutación prodigiosa, metamorfosis ígnea entre la luz y la tiniebla, un fuego negro, un humo rojo, una piedra que brilla, la huella del misterio que se oculta al ojo humano. Para el espíritu puro, la voz del dragón despierta los ecos de las verdades olvidadas. A veces en la noche se escucha su aliento como el rumor grave de un trueno lejano. Dichoso aquel que ve al dragón entre las sombras del sueño, quien siente el roce de sus alas, quien arde con su grito, quien penetra en su mundo invisible. Porque ya nada vuelve a ser lo mismo.
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