Es lo que tiene vivir en una ciudad pequeña. Sales a hacer un recado, aparcas, y cuando vuelves al coche te encuentras una mantis en el parabrisas. Aunque a muchos les parezca increíble, a algunas personas nos gustan los insectos. No todos, claro. Pero algunos son criaturas fascinantes, ya sea por su aspecto o por su comportamiento y costumbres. La fama de la mantis es bien merecida, pero aunque no supiéramos nada de sus peculiares relaciones amatorias, su simple presencia, su cimbreante silueta, sus enormes patas delanteras plegadas en actitud orante serían suficiente motivo para la fascinación. No deja de ser sorprendente que un insecto de apenas siete centímetros (que ya está bien para un insecto) pueda causar tal sensación de temor. Lo cierto es que en realidad resulta totalmente inofensivo (salvo que seas una mantis macho, claro), pero por si acaso uno mantiene las distancias.
Y sí, una de mis primeras vocaciones fue la de entomólogo. Pero lo de atravesar bichitos con alfileres no era muy de mi agrado. Fue una época de libros, guías de campo y andar explorando los matorrales en busca de ejemplares dignos de observación. De aquellos tiempos conservo la simpatía hacia muchos coleópteros y algún que otro representante de las diferentes familias de hexápodos (toma ya).
Sí, también me gustan las arañas, pero son arácnidos y tienen ocho patas. Ya sé que lo sabíais, pero tenía que decirlo.
Para terminar, y por si queréis comprar una mantis como animal de compañía:
www.mantiskingdom.com/index.php?mk=aboutme
Esta tarde he tenido la oportunidad de estar en casa tocando algunos de mis instrumentos favoritos: el tar y el setar. He disfrutado mucho, y también he aprendido cosas nuevas, entre otras cosas gracias a uno de mis regalos de cumpleaños, recién llegado de Irán: el libro "Rhythmic structure in iranian music" de Mohammad Reza Azadehfar. Un día de estos iré añadiendo entradas acerca de la música persa, que cuanto más profundizo en su conocimiento, más interesante me parece. Pero de lo que quería hablar hoy es de otro asunto que me ha llamado la atención. Si volvéis a leer la primera frase de esta entrada, veréis que digo que he estado "tocando". Y así es como se dice en español. Es curioso, pero en inglés se diría "play", y en francés "jouer" (corregidme si me equivoco, que de francés ando pelado). O lo que es lo mismo, en otros lugares "juegan" con los instrumentos, mientras que aquí los "tocamos". Si me apoyo en un piano, también lo estoy tocando, ¿no? ¿De qué otra forma podríamos denominar a la acción de tocar un instrumento? Interpretar parece un poco forzado - lo que se interpreta es la música -, ejecutar (ya sabéis, "ejecutó una pieza de Lizst") suena patibulario...lo de jugar es bonito, pero puede resultar frívolo.En fin, que no se me ocurre nada. Lo cierto es que cuando se toca un instrumento hay - o así debería ser - una parte importante de placer, de deleite, de disfrute. Sé de primera mano que muchos músicos de carrera se someten a tal disciplina que acaban odiando el instrumento, y casi la música misma. Y uno no puede transmitir nada bueno si sólo está pendiente de la técnica. Y cuando uno toca un instrumento está expresando algo, siempre, sea o no consciente de ello. Eso es lo que de verdad cuenta. Yo no toco demasiado bien, pero os prometo que pongo el alma en el empeño. No me importa no poseer la técnica más depurada, siempre que suene razonablemente agradable, claro. Me preocuparía más si los oyentes permanecieran indiferentes. También es cierto que no tengo oyentes (salvo Mónica y Nicolás, que los pobres no tienen escapatoria). Pero ya me entendéis.
Otro día hablaré de los efectos de la música, que son muchos y muy interesantes.
Y como despedida, un enlace de música de la buena.
http://www.youtube.com/watch?v=Q6rrqMjd2jg
Un poco más de cine. Hay películas que tienen el poder de producir un impacto duradero. Posiblemente no haya una sola causa, pero dejando a un lado las circunstancias, el buen cine posee la cualidad de dejar una huella, a veces profunda, y de marcar incluso una tendencia en nuestra manera de ver el mundo. Puede que esté exagerando, no sé. Pero lo que es seguro es que "Rumble fish" (como es costumbre en España, la traducción del título fue imperdonable: "La ley de la calle") marcó para mí un hito significativo. La prueba de que hay otras formas de hacer cine, que se pueden contar historias llenas de humanidad y dotarlas de imágenes que van más allá de una mera puesta en escena. Que el Arte se abre paso cuando hay talento, y que el cine es arte cuando está en las manos adecuadas. Si ayer hablaba de "Matar a un ruiseñor" como la combinación mágica de gente y circunstancias, en "Rumble fish" se reunieron un grupo de actores en estado de gracia, un director que ha demostrado su genio sobradamente, y un equipo unido por una idea común.
Es difícil resaltar un aspecto en particular, pero destacaremos al reparto, porque todos hacen un trabajo excepcional. Hoy día muchos productores darían cualquier cosa por contar con semejante plantel: Dennis Hopper, Matt Dillon, Vincent Spano, Mickey Rourke (que todavía tenía su propia cara y está magistral, aunque ahora cueste creerlo), Tom Waits, Diane Lane, Laurence Fishburne, Nicolas Cage... La música de Stewart Copeland (por entonces batería de The Police), la fotografía de Stephen H. Burum...Y la maestría de Coppola, claro.
Han pasado 24 años desde su estreno, y sigue sorprendiendo, sigue siendo estéticamente vanguardista, continúa emocionando...
Está claro: The motorcycle boy reigns.
A veces se produce un cúmulo de circunstancias, o lo que algunos denominan Tiempo, Lugar y Gente, y tiene lugar un acontecimiento extraordinario. Algo así sucedió en 1962, cuando un grupo de personas se reunió para hacer una película, y vio la luz "Matar a un ruiseñor" (To kill a mockingbird). Dirigida por Robert Mulligan y protagonizada por Gregory Peck, es uno de esos raros casos en que todo es perfecto, desde los créditos iniciales (obra de Saul Bass) hasta el final: la música (Elmer Bernstein), la fotografía (Russell Harlan), el guión (Horton Foote, basado en la novela de Harper Lee), las interpretaciones y cualquier otro aspecto que pueda ser considerado. Me gustaría pensar que todavía es posible hacer películas así. Y hablo hoy de ella porque me parece que cualquier persona con un mínimo de sensibilidad debería verla, y porque muestra maravillosamente lo que para mí es un ejemplo a seguir; las mejores cualidades humanas encarnadas en un hombre llamado Atticus Finch. Y porque nos devuelve a nuestro sueño dorado de la infancia, y nos recuerda que es posible vivir la vida de otra manera, y que deberíamos esforzarnos por mantenerlo vivo en la memoria.
Porque sigo pensando que la Belleza es necesaria.
Si queréis disfrutar de los títulos de crédito (merece la pena), pinchad en el enlace.
http://www.youtube.com/watch?v=VB0sjVN2Pic
La iglesia de la Vera Cruz, en Segovia, es un lugar muy especial, como puede comprobar cualquier visitante. Al margen de su discutido origen Templario, su estructura está repleta de símbolos, y se asocia su diseño al del Santo Sepulcro de Jerusalén, y a la Cúpula de la Roca.
Para los interesados hay mucha información en la Red y en las enciclopedias. En cualquier caso, es un lugar que merece ser visitado con frecuencia. La última vez que estuve (yo lo tengo más fácil, claro) me fijé especialmente en las lápidas que hay entre el edículo central y el ábside. De una de ellas hice esta foto. Al observarla recuerdo que no sentí ningún tipo de aprensión, por más que la imagen es bien explícita. También es cierto que posee una ingenuidad que difícilmente puede atemorizar a nadie. Pero me resulta curioso cómo la muerte y sus símbolos o lugares asociados pueden producir efectos tan diferentes. Por ejemplo, los cementerios musulmanes que vi y visité en Turquía me produjeron una sensación de paz nada desasosegadora. Recientemente empecé a leer un libro de Luc Perry, filósofo francés y ex ministro de Educación, y situaba la muerte y su inevitabilidad en el centro de todo sistema filosófico y religioso, a los que considera como instrumentos de salvación para el hombre, por medio de la razón o la fe.
No estoy de acuerdo con su planteamiento, aunque puestos a elegir, la fe tiene muchas más ventajas. La Razón, o la Ciencia, carecen de respuestas más allá del certificado de defunción. La Fe, en cambio, no precisa de pruebas irrefutables. Hay quien piensa que la fe es un don, que se tiene o no se tiene. Yo creo que, como la imaginación o la sensibilidad, se puede cultivar y desarrollar. Hay muchas clases de fe. Mejor de lo que yo podría hacerlo, lo explica Aldous Huxley en su maravilloso libro "La filosofía perenne", en el que dedica todo un capítulo, el 18, a este tema. Podéis encontrar el libro editado por Edhasa. Seguiremos hablando de Huxley, que escribió cosas muy interesantes.
En fin, que me gusta esa calavera que me observa desde el suelo, y me hace pensar que las lápidas son como puertas a las que nadie quiere llamar.
En el prólogo de un libro de Rudolf Arnheim titulado "El cine como arte", me encontré con una frase que todavía me parece que explica por qué es importante la Belleza. Dice:
"La forma y el color, el sonido y las palabras son los medios con los que el hombre define la naturaleza y el propósito de su vida. En una cultura que funciona, las ideas reverberan en los edificios, estatuas, canciones y obras teatrales. Pero una población sometida constantemente a imágenes y sonidos caóticos tropieza con grandes obstáculos para hallar su camino. Cuando se impide que los ojos y los oídos perciban un orden significativo, sólo pueden reaccionar ante las señales brutales de la satisfacción inmediata."
Quizá el arte consista en desvelar ese orden significativo, en poner de manifiesto el hilo invisible que une las cosas, en buscar una estructura coherente en el caos que nos azota constantemente y hoy más que nunca.
El arte es un camino y un refugio, un alimento, un viento que nos eleva. Decía Edvard Munch: "No concibo un arte que no esté impelido por la necesidad humana de franquear el corazón."
Y no tengo más que añadir.
"Time must have a stop". Es el título de una novela de Aldous Huxley, tomado a su vez de unos versos de Shakespeare. El Tiempo debe tener una parada. Ése es el milagro de la fotografía. El tiempo se detiene, queda encapsulado en una superficie bidimensional que simula la tridimensionalidad con un juego de luces y sombras y líneas en fuga, y captura mágicamente la cuarta dimensión. Esa suspensión temporal es capaz de producir estados de ensoñación, transportando al espectador a lugares y momentos que no formaban parte de su experiencia, pero que se incorporan a su memoria como si los hubiera vivido. La fotografía nos muestra el mundo desde otras miradas, que podemos hacer propias.
La de hoy es una fotografía táctil, un juego de texturas. Pero también uno de esos instantes que permanecen eternamente estáticos, capturados, encerrados en los límites del papel fotográfico. El mundo es demasiado grande para aprehenderlo, pero podemos acercarnos un poco a sus detalles, detenernos unos minutos a contemplar un pequeño fragmento de vida; quizá en él se contenga un diminuto universo.
Y es posible percibir un orden, una estructura invisible que sustenta cada elemento y crea relaciones y corrientes, equilibrios inestables que dan sentido a cuanto existe e impide que las cosas se derrumben ante nuestros ojos. El mundo se recrea a cada instante, y nosotros pensamos que permanece quieto mientras desaparece y vuelve a aparecer en un fugaz parpadeo.
El Tiempo debe tener una parada.
Y en las hojas que crecen entre las piedras del muro, los restos de una telaraña abandonada.
Como ya mencioné anteriormente, hay una serie de motivos que parecen atraerme especialmente, y que fotografío de forma recurrente. Entre ellos, los caracoles, las cruces y los cardos. Aparte del hecho de que todos empiezan por la letra c, no soy capaz de establecer ningún tipo de relación entre ellos. Una planta, un animal y un objeto simbólico. Ovoides intocables, bolas de espinas cimbreándose al extremo de no menos espinosos tallos; cáscaras espirales rellenas de babosas criaturas de lento y ondulante movimiento; estructuras perpendiculares, vertical y horizontal en un sólo signo, geometría mística en su mínima expresión.
Lo dicho, una mezcla extraña y aparentemente caprichosa.
Y a falta de mejor explicación, aquí están nuevamente los cardos. Austeros y barrocos a un tiempo. Humildes en su esencia y sofisticados en la forma. Poseen una misteriosa sensualidad en sus curvas, que estalla en la paradoja de la imposibilidad de acariciarlos. Hay algo dramático en su esquematismo, en su aspereza, un algo de esqueletos, de seres despojados de todo artificio. Pura esencia, soy lo que se ve, nada escondo, pero no me toquéis: no quiero haceros daño.
Y esos dos arbolitos al fondo, como un eco.
Tarde o temprano tenía que hablar de la imagen que ilustra el encabezamiento de este blog. No debería sorprender a nadie que esa figura me fascine de manera singular. El ángel caído encarna un profundo simbolismo, y su contradictoria naturaleza me conmueve extraordinariamente. Parece haber varias hipótesis acerca de su historia. Un ángel, el más perfecto, el más cercano a Dios, que se ve expulsado de su Presencia por un acto de rebelión. Según algunos, la negativa a arrodillarse ante su Señor. Según otros, la exigencia de ser adorado, la negación de una autoridad superior a él, la soberbia de considerarse perfecto e igual a su Creador...
Sea como sea, el resultado es una condena eterna y terrible. Representará por siempre el Mal, lo Oscuro, la tenebrosa faz oculta de lo humano. Su misión es alejar al hombre de Dios, ocultarle Su visión, separar a la criatura del Creador, conducirle al Abismo.
A juzgar por los resultados, se diría que hace muy bien su trabajo.
Y sin embargo, no puedo dejar de pensar que una criatura que ha gozado de la Cercanía y la Presencia Divinas, no albergue en su interior un rescoldo de ardiente Amor. Y si es así, su sufrimiento debe de ser aún más espantoso, viéndose condenado a desviar al hombre de su recto camino, y deseando al tiempo reunirse de nuevo con quien le apartó de su lado.
Pero también representa uno de los grandes enigmas del ser humano: el libre albedrío.
Luchamos con denuedo por la libertad, sin saber siquiera lo que significa.
Y lo importante no es la libertad, sino lo que hacemos con ella.
Como el ángel caído, todos elegimos.
Por fin ha llegado el otoño. Había pensado incluir una foto de hojas secas, pero finalmente me he decidido por esta otra. No tiene mayor relación con esta época del año (de hecho fue tomada en junio, creo), pero de alguna forma evoca esa misma nostalgia y ensimismamiento que me produce la llegada de las lluvias, el viento y los primeros fríos.
Me espanta la denominación de "bodegón" o "naturaleza muerta" para este tipo de imágenes. Otro recurso clásico, e igualmente artificial, es el de "Composición nº 17", por ejemplo. Pues bueno, ésta no tiene título ("sin título" es otro de esos títulos absurdos). Estaba en la masía de Joan, y me encontré un montón de objetos tirados por todas partes. Hice esta foto, que a mí me resulta enigmática y me induce un cierto ensueño mágico.
Quizá por eso la traigo hoy, porque el otoño es un poco así.
Ahora no recuerdo por qué estaba esperando en aquella esquina. Pero el vuelo fugaz de las nubes hacía cambiar la luz constantemente, y se me ocurrió sacar el móvil y grabar este vídeo. Pensé que más tarde lo podría editar y ponerle alguna música o sonidos. Al final, se quedó como estaba. Es algo así como el arte póvera de las telecomunicaciones. Sigo pensando que las cámaras de los móviles tienen muchas posibilidades creativas, y cualquier día de estos me pondré a la tarea de explorarlas. De momento, aquí está mi opera prima... (por lo menos no es muy larga).