Quiero comenzar pidiendo disculpas por este periodo de sequía. A veces las circunstancias se encadenan y me encadenan, y no hay forma de ponerse. Y tampoco es que hoy tenga mucho que decir, la verdad. Pero el domingo, paseando por el Retiro (algo así como mi segundo hogar, o tal vez actualmente el primero), me encontré con estos lirios. Reconozco sentir una especial debilidad por esta planta. Quizá porque, cuando aún no ha florecido, no pasa de ser un discreto manojo de hojas planas ligeramente despeinadas. Y cuando florece, el paisaje se transforma y cobra vida, y surge la perfecta combinación en la simplicidad de forma y el verde pálido con el sinuoso violeta de las flores. Y hay algo espiritual y evanescente en su manera de cimbrearse levemente con la brisa, algo intangible, un perfume apenas sugerido que arrebata la mirada y confunde los sentidos. Una austeridad refinada, diría. Un recogimiento voluptuoso. Un enigma efímero, huidizo, una sensación de inminente volatilidad. Un qué sé yo...
Un no sé qué...
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