miércoles, 30 de julio de 2008

El porqué de las cosas

Había pensado comenzar esta entrada anunciando un paréntesis vacacional, dado que voy a pasar los próximos días en un lugar sin ordenador, ni adsl, ni internet, ni... ¡Oh, Dios mío! ¡Qué estoy diciendo! ¿Seré capaz de soportarlo?
Pues sí, naturalmente. Mi primera conexión a la Red fue hace diez años, lo que significa que pude vivir casi 32 sin echar de menos tan apasionante tecnología. De hecho, hasta mediados de agosto voy a estar con mi niño tirando piedras al río, recogiendo piñas y palos, persiguiendo saltamontes y mariposas, y tratando de encontrar parecidos razonables en las formas de las nubes. No voy a negar que echaré de menos nuestro contacto bloguero, pero también es cierto que probablemente los que soléis leerme tampoco os quedaréis encerrados en casa frente a la pantalla. Así que vacaciones para todos.
Pero quería despedirme temporalmente con una nueva perorata. Y es que
no deja uno de darle vueltas a las cosas, y cada nueva pregunta sugiere otra, y otra más, y así nos vamos enredando. El caso es que hoy me he topado en la Internet con una de esas páginas dedicadas a la nostalgia, en este caso de mi generación (nacido en el 66). Y allí me he reencontrado con uno de mis gratos recuerdos, un álbum de cromos de Bimbo titulado "El porqué de las cosas", que nos ilustraba acerca de cuestiones como "por qué la sangre es roja" o "por qué tenemos sed". Y de pronto me ha dado por pensar que quizá de ahí procede mi manía de querer comprender las causas, de buscar respuestas a las dudas que la vida te va poniendo en el camino. Y también quiero aprovechar para aclarar un poco mi postura frente a algunas cuestiones que han podido resultar confusas en anteriores entradas. A veces parece que castigo a los pobres científicos e incluso a la Ciencia en general, y nada más lejos de mi intención. Lo único que intento es acercar posturas. Me cuesta comprender ese empeño por oponer ciencia y filosofía, o ciencia y espiritualidad, o ciencia y como queráis llamarlo. Y me sorprende aún más la beligerancia de ciertos científicos contra la religión o cualquier cosa que consideren supersticiosa o poco empírica. Para empezar, el error está en considerar que sólo hay un enfoque posible: o se es científico, o se es religioso. El problema aparece si intentamos estudiar religiosamente la ciencia, o científicamente la religión. La fe se caracteriza, precisamente, porque es la creencia en algo sin necesidad de poseer pruebas. Pertenece a la esfera privada e íntima de cada persona, y no tiene por qué interferir en los demás aspectos de la vida o actividades de alguien. Hay conflicto si afirmo que las cosas se mantienen pegadas a la tierra, no por la fuerza de gravedad, sino porque Dios las sujeta con su Divina Voluntad. Pero yo puedo creer que la Divina Voluntad es tan, tan sabia que hasta se le ocurrió crear la fuerza de la gravedad para evitar que todos saliéramos flotando cono globos en una feria. Y que además dotó a Isaac Newton de la inteligencia y la intuición suficientes como para descubrirla y enunciarla. Ésa es mi fe. No cuestiona la ley de la gravedad, no es incompatible. Simplemente me aporta una dimensión extra. Pero hay algo más. Los propios científicos utilizan la fe, aunque no sea religiosa ni espiritual, y eso no les causa conflicto. ¿Qué conduce a un investigador a seguir determinada línea de estudios? La creencia de que allí encontrará respuestas. ¿En qué se basa esa creencia? Quizá en datos obtenidos en investigaciones precedentes, o en hipótesis más o menos razonables. Pero en último término es una cuestión de fe. Cuántas veces los científicos se ven obligados a corroborar que algo ha sucedido, sin poder aportar una explicación satisfactoria en términos científicos. Y no por eso decimos que la ciencia sea un fracaso o una farsa. Simplemente, queda mucho camino por recorrer. Otra cosa es que las religiones, como grandes sistemas de creencias, intenten explicar desde su particular punto de vista todo fenómeno físico, químico o de cualquier índole, y controlar o regular aspectos de la vida que deberían ser ajenos a su influencia. Pero eso es otra historia. Cuando hablaba del efecto placebo, trataba de hacer notar el poder de las creencias, y su posible aplicación en los procesos de sanación física o psicológica. Si la creencia de que una pastilla me va a curar es capaz de provocar que mi organismo ponga en marcha el proceso biológico necesario para curarme (por ejemplo, segregando determinadas sustancias químicas), ¿por qué no estudiar el mecanismo que produce ese fenómeno? Y no por ello voy a dejar de tomar aspirina para el dolor de cabeza, si me funciona. Me consta que ya se están utilizando ejercicios de visualización para mejorar la acción de determinados tratamientos médicos. Eso es sumar, y de eso se trata.
Como veréis, he añadido a la lista de enlaces interesantes un
magnífico blog de ciencia. Allí he leído un artículo sobre la teoría de cuerdas, que viene a decir que se trata de una hipótesis bastante sólida, pero que aún no disponemos de los medios necesarios para obtener pruebas de su credibilidad. Como modelo teórico funciona, pero no hay forma de demostrarlo... ¡Caramba, lo mismo le pasa a Dios! A ver si va a ser eso...
En fin, que seguiremos hablando del tema, que viene a ser infinito, como el universo. Aunque a ver quién es el valiente que lo demuestra.

domingo, 27 de julio de 2008

¿Qué me pasa, doctor?

Debo confesar que mi relación con el mundo de la ciencia es contradictoria. Me apasiona cada nuevo descubrimiento, y trato de mantenerme informado, hasta donde soy capaz de comprender, de los avances que se realizan constantemente en las más variadas especialidades, aunque reconozco mi debilidad por la neurociencia y todo lo relacionado con el comportamiento humano. Lo que nunca deja de sorprenderme es la capacidad de la comunidad científica - y pido perdón por generalizar - para pasar de puntillas, cuando no obviar descaradamente ciertos asuntos: aquellos para los que no tienen respuestas concluyentes, o cuyas implicaciones se adentran en terrenos pantanosos - es decir, cuando se empieza a difuminar la frontera entre ciencia y filosofía, ética o espiritualidad.
Y todo esto viene a cuento de un artículo que acabo de leer acerca del efecto placebo. En él se habla tranquilamente, con todo tipo de ejemplos, de cómo las personas se curan o mejoran sensiblemente por el simple hecho de creer que les ha sido administrado un medicamento eficaz. Se menciona también la hipnosis como terapia que emplea, básicamente, el mismo mecanismo, a saber: si la creencia es lo bastante poderosa tendrá un efecto real. De hecho, es una cuestión de fe. Si deposito mi fe en el médico que me receta, y en la pastilla que me tomo, me curaré. Aunque la pastilla en cuestión sea azúcar prensada. ¿Y después? Después nada. Ahí acaba todo. Sin embargo, la conclusión parece bastante evidente. El cuerpo posee la capacidad de sanarse a sí mismo. La fe mueve montañas y acaba con las enfermedades. Quiero pensar que hay algún grupo de científicos tratando de descifrar qué mecanismos permiten ese aparente milagro. Sería mucho más inteligente que seguir bombardeando el organismo con química sintética, que muchas veces exige el uso de más química para contrarrestar los efectos secundarios. Y de paso serviría para evitar que surjan (más) grupúsculos pseudomísticos que explican cómo, mirando a Orión mientras te presionas el glúteo derecho con el codo izquierdo y mantienes en tu mente el sonido del mapache en celo, la energía de Alpha Centauri te librará del cáncer, el parkinson y la malaria.
No sé qué pensaría la poderosa industria farmacéutica (bueno, sí lo sé), pero sería un gran paso para la Humanidad. En definitiva, lo que viene a demostrar la eficacia del placebo es que la mente alberga un poder insospechado, y la capacidad de cambiar nuestro destino. Eso sí, nada en la vida es gratis, y el esfuerzo que requiere llegar a utilizar la mente de esa forma es la causa probable de que muy poca gente lo consiga. Por si alguien lo duda, no tengo nada en contra del uso de la medicina y los medicamentos. Pero últimamente se está advirtiendo de la progresiva "medicalización" de la vida. Dicho de otro modo, lo que antes era el esfuerzo de volver al trabajo ahora se llama "síndrome posvacacional", y la gente va al médico para que le recete algo. Cada pequeño obstáculo cotidiano tiene su propio síndrome asociado. -Doctor, cuando pienso en el cambio climático me entra una angustia insuperable. -Pues piense en otra cosa y utilice el transporte público.
En fin, que hay otros mundos, pero están en este. El ser humano es un cosmos en sí mismo, y lo que nos queda por explorar. Y la foto de hoy, una vez más, no tiene nada que ver. Bueno, quizá si miráis fijamente la flor mientras recitáis la alineación del Numancia F.C. os baje el colesterol...

sábado, 26 de julio de 2008

Echando humo (Elogio de la imperfección)

Hago esta entrada a una hora poco habitual, ya que generalmente me pongo a la tarea por la noche, cuando las ocupaciones y preocupaciones del día dejan paso a un cierto silencio que invita a la reflexión. Sin embargo, esta vez he sentido la necesidad de acudir a mi particular palestra para sacar a relucir un tema que - seré quisquilloso -me hace saltar como un resorte. Supongo que cuando leáis de qué se trata pensaréis que, efectivamente, soy muy quisquilloso. Espero que al final cambiéis de opinión, aunque no es mi intención que lo hagáis. Y si queréis rebatir mis argumentos, estáis invitados a hacerlo.
Vamos al asunto. Leo en la edición digital de El País que le ha sido concedido el premio World Press Photo a Tim Hetherington por una imagen de un soldado estadounidense en un búnker en Afganistán. Y un poco más abajo leo que la decisión ha sido criticada (no pone por quién) debido a que la imagen está algo borrosa. No me interesa especialmente el tipo de fotografía que concurre al World Press Photo. Me parece digno de elogio el que los fotógrafos acudan a conflictos bélicos y arriesguen sus vidas para obtener imágenes reveladoras, dramáticas y capaces de transmitirnos los horrores del mundo, tan lejanos y tan cercanos a un tiempo. Pero lo que quiero comentar no tiene que ver con el fondo, sino con las formas. Desde que comencé a hacer fotos, hace unos cuantos añitos ya, he venido soportando la absurda mitificación de la calidad técnica, o lo que es lo mismo: el valor de una fotografía depende fundamentalmente de su perfección técnica. Si una imagen está ligeramente movida, desenfocada, sobreexpuesta o subexpuesta, queda expulsada del Paraíso del Arte Fotográfico. Lo siento, no comprendo esa obsesión por la técnica. Por supuesto que es importante, y sin ella no podríamos obtener las imágenes que deseamos, pero ¿quién decide cuál era la intención del fotógrafo? ¿Quién y con qué criterio juzga si el resultado final es el que perseguía el artista? ¿Qué valores guían al autor en el momento de presentar su obra?
Claro, ya sé que estoy hablando de la fotografía como arte. Pero incluso así, es habitual encontrarse con el mismo criterio tecnicista (perdón por el palabro). Salvando las distancias, es como si le reprocharan a Goya su pincelada suelta, como si le dijeran: "Sí, los retratos de reyes están bien, pero esas pinturas negras..." Para ilustrar mi postura, traigo hoy una fotografía rara. La hice recientemente, durante un paseo en La Granja. Llevé a revelar los negativos, que después escaneé y positivé en el ordenador. Cuando vi la imagen final, descubrí una especie de veladura, como si hubiera hecho la foto a través de un fino pañuelo. El resultado me encantó, porque confería a la imagen una atmósfera entre antigua e inquietante (bueno, eso es lo que me sugiere a mí). Para la inmensa mayoría de los "profesionales" de la fotografía es una imagen fallida, carente de la mínima calidad exigible. Pues muy bien, pero a mí me gusta, me transmite sensaciones, consigue que resuenen ecos y nostalgias indefinidas. Es el placer de la contemplación. Discutible, evidentemente. Cada cuál tiene su criterio, y el técnico sólo es uno de ellos. Mi opinión es que la obsesión por la perfección técnica puede privarnos de la emoción, y hacernos olvidar el espíritu que mueve la acción artística. Cuando presento esta foto al mundo soy consciente de sus carencias, pero también de sus valores. Que esos valores sean compartidos ya no depende de mí. Pero ese es el destino de toda obra artística: enfrentarse al escrutinio de los demás, y ser apreciada, despreciada o condenada a la indiferencia. Con eso ya contamos.
Pues queda dicho. En el fondo no es sino una defensa de la libertad de técnica en el arte. Al final, sólo queda la imagen y el espectador. Y si surge la emoción, lo demás es secundario.

miércoles, 23 de julio de 2008

Fumando espero (que no...)


Todavía resoplando por los calores julianos (de julio, el mes) acudo a mi cita con el cuadernillo de bitácora virtual. Y navegando por los mares de la información digital, me encuentro con la noticia de que le ha sido otorgada la Medalla de Honor de la Universidad Complutense a José Luis Sampedro, uno de los pocos sabios que todavía ennoblecen este loco mundo. La noticia es bastante sucinta, pero recoge algunas de las frases pronunciadas por Sampedro en su discurso. Y yo las transcribo a continuación.
"El mercado es un mecanismo indispensable de distribución, pero sin sentido de la justicia". "El mundo ha caido en la barbarie". "El afán de velocidad del mundo nos hace llevar un ritmo de vida que no nos permite vivir con dignidad". Aunque no puedo dar fe de la fidelidad de estas manifestaciones, creo que se corresponden con el discurso habitual de Sampedro. Y no puedo estar más de acuerdo. Y de pronto me viene a la cabeza la propuesta de la U.E. de la semana laboral de 65 horas (no sé si los grilletes son opcionales). Y algo mucho más cotidiano. Cada vez que voy a un supermercado y llego a la caja, me sucede lo mismo. La cajera va pasando los artículos bajo el lector láser a gran velocidad, mientras yo trato desesperadamente de separar las bolsas de plástico, abrirlas, meter las cosas con un poco de orden... Pero es inútil, no me da tiempo, y todavía no he sacado el dinero o la tarjeta, y los artículos se acumulan encima de las bolsas, y la cajera me tiende el ticket para que lo firme, y las bolsas a medio llenar... Y, de fondo, los últimos éxitos de los 40 Principales sonando por todas partes (aunque a mí me parece que suenan dentro de mi cabeza), y me acabo marchando con la duda de si me habrán cobrado bien, de si habré guardado todo en las bolsas, porque antes de irme ya comenzaban a caer en alud los artículos del siguiente cliente...
Yo no tenía prisa, pero me encuentro corriendo por las escaleras mecánicas como si llegara tarde a algún sitio. Y entonces me paro en el semáforo, y la gente a mi alrededor comienza a cruzar sin mirar las luces. Quizá se estén jugando la vida, y probablemente les sobre el tiempo, pero para qué esperar a que el semáforo les permita cruzar, si ya se ve que no viene ningún coche.
Y supongo que no es casualidad, pero justo acabo de recuperar un libro muy querido titulado "Senda hacia tierras hondas" del gran maestro del haiku Matsuo Bashoo. Un libro que relata uno de los viajes que realizó Bashoo peregrinando por valles y montañas, y que narró con su prosa sencilla y sus haikus insuperables. Un recorrido a pie de más de dos mil trescientos kilómetros. Sin prisa, paso a paso.
Me permito reproducir aquí un breve capítulo, titulado "Hombre rico, pero no vulgar".

"En Obanazawa visitamos a un cierto Seifu. Aunque rico, no era vulgar. De vez en cuando iba hasta la capital, así que comprendía las necesidades de los viajeros, por lo que nos retuvo varios días, reparando nuestras fuerzas y agasajándonos de diversas maneras.

Del frescor hago
como mi alojamiento
y me arrellano.

"Sal ya de ahí".
Oigo a un sapo que croa
bajo unos zarzos.

Me han recordado
el pincel de las cejas
los cardos rojos.

Sora escribió:

En los que crían
gusanos de la seda
hay algo antiguo.

Y una vez más, el dibujo no tiene nada que ver con la entrada. Pero lo he rescatado hace poco y por eso lo pongo, añadiendo mi humilde consejo: no fuméis, que es malísimo.

jueves, 17 de julio de 2008

¡Patapún parriba!

Antes de que cunda el pánico o el desánimo entre las filas de mis numerosos seguidores, aquí estoy nuevamente, para salir al paso de rumores o conclusiones precipitadas. A nadie sorprenderá que tenga malos días, incluso que pueda encadenar varios consecutivos. Normalmente procuro no hacer entradas en esas ocasiones, precisamente para evitar que mis pocos lectores me abandonen en la soledad inmensa de la Red. Pero a veces la vida te sorprende con la guardia baja, o escaso de defensas, y te encuentras soltando el discurso catastrofista al primero que se te cruza en el camino - o al primero que visita, inocentemente, tu blog. Como, a pesar de todo, me gusta mantener este espacio para compartir mis florilegios vitales, no es mi intención espantaros con arrebatos apocalípticos. Ahora que estamos en tiempo de Tour de France, digamos que me toca subir Alpe d´Huez con el piñón pequeño y una mochila cargada de plomo. Así que a pedalear, y a ir soltando lastre. Poco a poco el ascenso se irá haciendo más ligero, y cuando me quiera dar cuenta estaré coronando la cima. Creo que en el fondo ya lo intuía cuando diseñé el logo de Universale que ilustra esta entrada. ¿Verdad que parece que está celebrando algo? Pues claro. No es para menos.
De todas formas, como sé que sois muy avispados, os reto a que encontréis la fina ironía que he deslizado entre las dos anteriores entradas. Un jueguecillo entre burlón y pedante. Pero es buena señal, si en los peores momentos soy capaz de reirme un poco de mí mismo, o del mismísimo bardo inmortal...
Os deseo buenas noches, dulces sueños y feliz verano.
Y que la Paz sea con vosotros.

Tubí or not tubí...

Sirva esta entradilla como petición pública de disculpas a cuantos me habéis soportado, apoyado, ayudado y alentado de muy diversas maneras en estos últimos meses. Os pido perdón por no responder como sería de esperar en una persona simplemente normal. Os pido perdón por hacer lo mismo de siempre - prometer y no cumplir, crear expectativas falsas, generar la esperanza de unos cambios que nunca llegan, ser incapaz de perder el miedo a la vida.
Doy fe de que habéis ido mucho más allá de lo que se hubiera podido esperar de unos amigos, y os aseguro que os estaré eternamente agradecido.
Pero creo que hasta aquí hemos llegado. La poca dignidad que me queda me obliga a liberaros de la carga que supone tenerme como una sombra, con la permanente amenaza de nuevas peroratas acerca de lo injusta que es la vida, lo bueno que soy y la mala suerte que tengo.
Si yo mismo no me aguanto, como para hacer que me aguanten otros que, por otra parte, tiene sus propias vidas con sus propios problemas - y lo que es más importante, con sus propias alegrías. A fin de cuentas, lo único que me ha pasado es que me ha llegado la factura de mis desastres pasados, y esa la tengo que pagar yo solito. Demasiadas muletas he tenido ya hasta ahora. Tantas, que se me ha olvidado cómo es eso de caminar con mis propias piernas.
Y ahora es cuando vendría eso de: "Venga, Rafa, déjate de tonterías, ahora estás mal y lo ves todo negro, pero tienes que hacer un esfuerzo, animarte, mover el culo y salir adelante, aunque sólo sea por tu hijo". Como véis, ya me lo sé. No quiero parecer arrogante, pero dudo que alguien pueda decirme algo que todavía no me haya dicho yo - incluido lo de la autocompasión, el pobre de mí, lo de lamerme las heridas, etc -
Cuando consiga ser una persona como Dios manda, hablaremos.
Hasta entonces, reciban un cordial saludo y, nuevamente, mis más sinceras disculpas.
Y sed felices, por favor.

domingo, 13 de julio de 2008

La rueda (dentada) de la vida

"Escuchad, pues, y compadeceos de la cruel tragedia de este hombre, educado como un príncipe, cuando lo que su reino necesitaba era un guerrero, un brazo fuerte para empuñar la espada; una voluntad firme, la paciencia de un buey, la determinación del acero forjado en la misma fragua de Vulcano. Una voz ronca para enardecer con el fuego de sus palabras a los ejércitos prestos a la batalla, y no la delicada melodía de unos versos frágiles. Un corazón encallecido en el ejercicio del poder, y no un alma cándida y vulnerable, adormecida en el ensueño de unos ideales muertos. Cuando veas los cadáveres de los soldados caidos a tus pies, recuerda el día en que miraste a los astros suplicando un destino que nunca se habría de cumplir. En la hora de la derrota los lamentos se pierden en el viento como la lluvia sobre el mar. Si has de mirar atrás, que sea sólo para aprender de tus errores. El gigantesco engranaje de la vida te atrapa entre los dientes de sus ruedas, inevitablemente, y sólo los espíritus elegidos rompen la cadena y se liberan de la opresión del mecanismo fatídico e implacable. Sé, o acaba ya con la farsa, antes de que la luz del nuevo día se abra paso entre las tinieblas eternas de esta noche sin luna y sin estrellas..."

martes, 8 de julio de 2008

Magia potagia o el clic de la cuestión

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero sin llegar a tales extremos, me parece que lo penúltimo que deberíamos perder es la capacidad de asombro. Y eso es lo que me sucede a mí con la fotografía, que no deja de sorprenderme, que no me acostumbro -ni quiero- a encontrarme con resultados inesperados. Claro, es que yo soy un antiguo y sigo utilizando, aunque cada vez menos, esas reliquias llamadas carretes, que hasta que no salen del laboratorio no sabes qué has fotografiado realmente. Y aunque yo estaba allí, y procuro ser muy cuidadoso en el encuadre, y tengo algo de experiencia en imaginar cuál será el resultado, lo cierto es que el momento de positivar -aunque sea digitalmente- siempre es una revelación. En este caso, mi sorpresa viene provocada por la capacidad de la imagen fotográfica de transformar la realidad. Puedo asegurar que lo que había ante mis ojos era bastante anodino, y de hecho me consta que cientos de personas pasean por ese lugar sin prestar la más mínima atención a la escena, sin dirigir ni una mirada de soslayo. Por qué me detuve a hacer esta foto es casi un misterio. Supongo que es instinto o intuición, o ese no perder la esperanza de que surja la magia, el milagro alquímico que transmutará unas aves de corral en un ballet atemporal, una tarde solitaria de domingo, un paseo desesperado, en un encuentro con el absoluto enigma del tiempo, que se detiene para siempre sin dejar de correr hacia el infinito pozo sin fondo de la eternidad. Supongo que la verdadera razón por la que se produce ese fenómeno permanecerá oculta, y que tendremos que seguir confiando en que no nos abandone ese séptimo sentido que nos permite ir, de vez en cuando, un poco más allá de lo obvio.
Mientras tanto seguiremos observando estas imágenes que nos muestran la engañosa esencia del tiempo que no cesa, como un reloj de arena que, justo antes de dejar caer el último grano, gira para empezar de nuevo su hipnótico fluir.
Y a vivir, que son dos días.

domingo, 6 de julio de 2008

Digan lo que digan

Después de asistir al inesperado aluvión de comentarios de la anterior entrada, no tengo más remedio que comparecer de nuevo, aunque sólo sea para detener la vorágine. El caso es que estoy empezando a aterrizar nuevamente en la ciudad que me vio nacer (expresión estúpida y grandilocuente), y debo decir que todo está siendo un poco raro. Soy consciente de que las circunstancias son excepcionales -para lo que ha venido siendo mi vida hasta ahora-, pero aún así las sensaciones son muy extrañas. Siempre he pensado que ciudades como Madrid exceden con mucho un tamaño razonable, entendiendo este concepto como lo perteneciente a la escala de lo humano. Fundamentalmente porque no creo que, en general, estemos capacitados para convivir en tan gran número. Si ya es difícil poner de acuerdo a dos personas, trata de hacerlo con cuatro millones. Algunas impresiones a vuelapluma: la tan cuestionada "movida" sí existió, y fue una oportunidad de oro para que Madrid se convirtiera de verdad en una de las grandes capitales culturales del mundo. Ahora todo está en manos de La Caixa, Cajamadrid o las grandes marcas de telefonía y similares. Cultura de catálogo.
La horterización global es imparable. Dicho proceso no sólo consiste en que la gente se vista como si hubiera sacado su ropa de un contenedor, que al final es lo de menos. Lo peor es el conjunto de actitudes que implica, entre las que destaco una especialmente maligna: llevar el móvil en la mano mientras suena una insoportable chicharra que recuerda vagamente a música, con el suficiente volumen como para que todos podamos comprobar que: a) No tienen ningún respeto hacia quienes les rodean y b) Su gusto musical es tan deplorable como su atuendo. De la falta de educación generalizada y del ombliguismo exacerbado ni voy a hablar.
Podría continuar, pero no lo haré. No quiero ofrecer una visión apocalíptica, y tengo el firme propósito de no permitir que una civilización en decadencia me amargue la existencia. Eso era antes. Mi opción actual es mantenerme inmunizado ante la burricie y tratar de aportar algo de belleza y humanidad para contrarrestar los nocivos efectos del calentamiento global de los cerebros. Con humildad y buena voluntad. Así que a dibujar y a mirar al horizonte.
Como el personaje de arriba, que pasea a la luz de la luna sin importarle que le llamen lunático.
Y mañana empiezan los sanfermines. Suerte a los toros.